martes, 23 de marzo de 2021

AHORA ES MOMENTO DE TOMAR PARTIDO HASTA MANCHARSE



Valentín Martín

El turco Elia Kazan fue un hijo de puta. Pero también un genio al que le debemos una docena de películas para la historia. ¿Justifica esto último su falta de escrúpulos a la hora de arruinar la vida de decenas de compañeros? Que cada uno se responda a la pregunta. Cuando a los cuatro años llegó a Estados Unidos desde Estambul de la mano de su madre, decidió enseguida que su ídolo era John Ford. Y por esa senda echó a andar.
Abordó temas donde el hombre de cualquier siglo se sintiese aludido. En “El Compromiso”, basada en una novela suya, construye su película más autobiográfica. Examina su propia crisis personal al llegar a la mitad de su vida. Y se reconcilia con sus propios fracasos y limitaciones. Qué majo. Me temo que muchos no fueron tan piadosos con él y no le perdonaron nunca. El gesto de figuras del cine - Nick Nolte, Ed Harris, Anette Bening, Sean Peen, Ian McKellen- permaneciendo sentados en sus butacas y en silencio mientras le daban el Oscar honorífico habla por sí solo.
Él se definió a sí mismo con esta frase: “Considero las películas como una forma de auto-expresión, como medio de decir lo que pienso y siento: para gritar mis dolores, para cantar mis alegrías, para dar rienda suelta a la ira, los anhelos y emociones de mi vida”.
Puede ser que así se viera y así se sintiese, sobre todo en “El compromiso”.
Y ahora yo me pregunto ¿lo que vale para Elia Kazan en el cine se puede aplicar a los poetas y a la literatura? Vivimos días convulsos en los que no podría anidar la indiferencia en nadie. Y sin embargo, hay un cierto amargor al ver cómo parte de la tribu va a sus asuntos, se embadurna de poesía neutral, y considera que con el sentimiento de la lírica ya vale. Hay una clara amenaza del fascismo más cruento sobre Madrid. ¿El poeta debe responder o hacer oídos sordos? No cuento, por supuesto, a aquellos poetas que consideran que estar al lado del fascismo es estar al lado bueno de las cosas.
Más allá de Madrid: ante la quiebra ideológica de los sistemas tradicionales, la disolución de valores precedentes y la apertura a nuevas maneras de ser ¿a los héroes de la palabra les basta con seguir instalados en principios estéticos e identificar belleza con verdad como hicieron los románticos? A esto llamó Manuel Machado ya en 1914 “guerra literaria”. Yo lo llamo sencillamente vacuidad y escapismo.
Se nos murió José Luis Cuerda, otro genio que hizo aquella gentileza para todas las memorias llamada “Amanece que no es poco”. Cuerda se proclamó al final contra las emociones y dijo desde su cordura portadora siempre de agua fresca que no existen los buenos sentimientos.
No seré yo quien le quite toda la razón al ver el silencio de quienes acaparan el foco de atención y no permiten que ningún viento de fuera y de la gente les borre el bello perfil de su polvo tierno o el sol de sus recuerdos. Su compromiso es ponerse a salvo y escribir versos. Pero no unos versos que tengan que ver con el tábano de las colmenas laboriosas y enfermas ante un futuro dudoso para los demás. Poesía pura.
¿Para qué sirve la poesía entonces? El turco Elia Kazan logró saber el sentido de todo lo que hacía o había hecho. Yo no pude llegar a tanto.
En mis largas charlas con un premio nacional de literatura años y años, supe que escribía como dios en poesía y en prosa. Pero también que era un cúmulo de contradicciones, algo que nos pasa a casi todos.
Cuando contaba la escena del balcón de su casa de niño rico desde el que arrojaba las cáscaras de las naranjas que él comía y decenas de niños pobres de aquella maldita posguerra se mataban por agarrar una en la acera y comérsela, no le salvaba de mi repudio ni la piedad que decía sentir por ellos.
También le delataba la crueldad en la voz de pájaro cuando a la playa que estaba enfrente de su casa acudían los fines de semana y días de fiesta las gentes del pueblo. Tenía tal sentimiento de propiedad que creía que la mar era suya. Y en el colmo de su planeo trastornado, esta conclusión: los pobres no sabrán nunca ser ricos.
Tengo todos sus libros, todos. Alguno de una tirada corta y exclusiva para los amigos. Y cuando se me vienen a la cabeza este perfil de su biografía me dan ganas de quemarlos, hacer un fahrenheit con ellos e intentar un saqueo en mi memoria para hacer sitio a un olvido.
Pero los libros son muy buenos. ¿Y qué culpa tienen los versos de los arrebatos clasistas del poeta?
Antes he hablado de contradicciones. Él mismo definía al poeta como una persona normal que además de hacer cosas, hace versos. Pero el caso es que él no hacía cosas, nunca las hizo. ¿Compromiso? Si le hablabas de firmar algo que sirviese a la comunidad, él lo tenía muy claro: yo en mi vida sólo he firmado mi nómina.
Ahora es el momento de las decisiones. De tomar partido hasta mancharse como nos recomendó Celaya, o de seguir el ejemplo del premio nacional de literatura y solo escribir versos. Cualquiera de las dos decisiones está al alcance de los poetas y se debe respetar. La inmovilidad también es un derecho. Lo que pasa es que si optamos por ella tenemos que exterminar de la historia a la mitad de nuestros poetas, posiblemente los mejores. ¿Qué hacemos con don Antonio Machado?
Jamás iré yo contra el sentimiento de libertad, ni contra el derecho a una evasión muy gratificante de los poetas de ahora. El culto a la poesía es siempre subjetivo.
Pero ante la extinción de un mundo que conocimos, recurro a don Antonio Machado cuya dialéctica fue el resultado entre el yo, la poesía y lo otro, entendiendo por esto el compromiso social que le acompañó a lo largo de su vida.
Él mismo ya en 1917: “El elemento poético no es la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu en respuesta al contacto del mundo”.
Y cuando don Antonio Machado habla del mundo no habla de un mundo ajeno y exclusivo para los poetas. Conviene recordarlo por si alguno se despista o se hace el despistado.

DdA, XVII/4796

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