Aquel 11
de marzo, a eso de las doce del mediodía, nos avisaron por la megafonía para
una reunión urgente en el salón de actos y para allá fuimos los sesenta y
tantos profesores. El director del Instituto Español informó que algo muy grave
había sucedido en Madrid, un atentado terrorista al parecer, y que habían
llamado de parte del embajador para que nos concentráramos en los jardines de
su residencia y darnos más información. Media hora después estábamos todos y
todas en aquel lugar delante del imponente edificio que en los días siguientes
al 25 de abril había sido ocupado por manifestantes que protestaban contra el
país cuyo régimen había apoyado a Salazar durante los decenios anteriores y
expresaban su júbilo arrojando por los balcones mobiliario y enseres diversos.
Se repartía por los jardines y alrededores una multitud que en aquellos
momentos sobrepasaba ya el millar. Casi todos eran españoles residentes en
Lisboa y entre ellos reconocí a algunos padres de alumnos, empresarios y
bancarios la mayoría de ellos, que ya tenían más información que nosotros y
daban algunos detalles de la masacre de la mañana. El nombre de ETA estaba en
casi todas las bocas.
Al poco
de llegar apareció el embajador en uno de aquellos balcones desde los cuales
habían volado mesas y veladores en el 74. La potente megafonía hacia llegar su
voz a todos los rincones. Lo que nos soltó fue un mitin impresentable donde se
daba por probada la autoría de ETA y se nos exhortaba a permanecer unidos “como
una piña”en torno al gobierno, para enfrentarnos a aquella amenaza contra la
vida y la convivencia pacífica de los españoles. Estábamos en vísperas de las
elecciones que habría de ganar Zapatero y todo aquello era, evidentemente, un
montaje propagandístico orquestado desde Madrid y dirigido, como supimos
después, a conseguir el voto de las comunidades españolas en el exterior. Los
menos avisados, allí siguieron un par de horas aplaudiendo y coreando como
posesos los vivas a españa y mueras a la ETA que el diplomático lanzaba desde
el micrófono. El grupo en que yo estaba percibió claramente de qué se trataba y
abandonamos la concentración.
Cuento
esto porque 17 años después hay un español que todavía anda propagando por ahí
la misma milonga del embajador. Se llama José María y le gusta el pádel.
DdA, XVII/4787
No hay comentarios:
Publicar un comentario