Lazarillo
Hace unos días falleció en Madrid de coronavirus el arzobispo titular del ejército español, al que se le llama vicario general castrense. Tenía en su agenda oficiar una misa de difuntos por los socios fallecidos de la Asociación de la Prensa de Madrid, con motivo de sus 125 años de existencia. Se llamaba Juan del Río Martín y había nacido en Ayamonte (Huelva). Según la información que publica el diario El País, al tal prelado se le consideraba la sonrisa de la obispalía, habitualmente circunspecta y estridente: "Era afirmativo en un colectivo instalado en el no, y se mostraba partidario de la moderación en los frecuentes combates de la jerarquía eclesiástica con el poder político. “¿Por qué perder el tiempo quejándose de la noche mientras nos espera la luz del día? ¡Todos los problemas de la vida tienen su amanecer!”, proclamó en Twitter el 2 de diciembre pasado". Lo que no leemos en el citado periódico es que el señor vicario tenía el grado de general de división, una cohorte de cien curas, cobraba 60.000 euros anuales y manejaba un presupuesto de cuatro millones de euros, según me apunta el profesor Rivas, quien considera que "ganaron una guerra hace ochenta años y de ahí no los baja ni el hijo de Dios, que fue ejecutado por un pretor y un sumo sacerdote". El discreto lector argüirá que así cualquiera se puede convertir en la sonrisa de lo que sea y mostrarse tan moderado como inspirado con la luz del amanecer.
DdA, XVII/4749
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