Silvia Melero
Mi abuela se fue con las nieves. Murió el pasado sábado con casi 101 años de edad. Murió en su cama, en su casa, tranquila y en paz. Una de esas convulsiones que ha resistido tantas veces con su fortaleza asombrosa esta vez ha sido el último movimiento de su cuerpo. Os lo quiero contar porque a lo largo de estos años siempre que os he compartido mis anécdotas y conversaciones con mi abuela, lo habéis recibido con mucho cariño. La nevada sobre Madrid me hizo visualizar lo que tantas veces ella nos había contado sobre las nevadas en su pueblo, Sacramenia (Segovia). Tener que quitar la nieve amontonada para salir de casa y esas vivencias lejanas que ahora hemos experimentado en primera persona. Pero ahora, por suerte, tenemos Metro y eso nos salvó para poder desplazarnos durante el fin de semana y poder acompañarla y despedirla en su casa. Mi abuela me ha enseñado muchas cosas, entre ellas la serenidad para afrontar las adversidades, su manera de estar en la Vida. Mis palabras de hoy son para ella, pero también me gustaría que sirvan de homenaje para todas las mujeres y hombres de las zonas rurales, del campo, que con sencillez y humildad realizan su trabajo cada día (labrar, sembrar, cosechar, cuidar de los animales) para alimentarnos. Personas que, como mi abuela, iban en carro a segar y llevaban botijos de agua para aguantar la jornada. Personas que atesoran un conocimiento y una sabiduría popular que es igual de importante que el resto de conocimientos y saberes, aunque con frecuencia se ha ninguneado y se sigue despreciando. Personas que no necesitan eslóganes o frases efectistas ni discursos ni etiquetas porque lo que las definen son sus actos, sus acciones, su forma de vida, su autenticidad.
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