jueves, 3 de diciembre de 2020

LOS PRIVILEGIOS DE DIOS

 

                                                                             Álvaro Noguera

Vicente Bernaldo de Quirós


No me extraña en absoluto el cabreo generalizado creado en los círculos tradicionalmente católicos de este país por la próxima aprobación de la ley de eutanasia, porque se trata de un verdadero torpedo en la línea de flotación de las creencias de los más retrógrados y porque restringe la excesiva influencia de la Iglesia en las normas de nuestro país.
   Primero de todo hay que decir que la futura práctica de la eutanasia permite liberar de sacrificios y de dolores a las personas que en situación de suma gravedad quieren desesperadamente acabar su vida sin sufrimiento, con una dulce muerte. Eso es, precisamente, lo que significa eutanasia: buena muerte.
   El humanismo ante las tragedias de la vida es lo que diferencia al ser humano que apuesta por la libertad del que prefiere someterse a las cadenas del dolor, que cada uno es muy libre de hacerlo. Con quienes sufren en la agonía y en los últimos estertores de la vida hay que tener una gran dosis de caridad cristiana que es, paradójicamente, de lo que carecen las estructuras jerárquicas del cristianismo.
   Es cierto que existen cuidados paliativos que permiten aminorar el sufrimiento den determinados pacientes que no en todos, por cierto, pero eso supone simplemente un alargamiento de la agonía que muchos ciudadanos no están dispuestos a soportar, independientemente de lo que digan y hagan los doctores de la Iglesia. Casos célebres en la historia reciente de nuestro país en que los moribundos pedían con firmeza que se les suministrara un fármaco que les llevara a otra vida son los de Ramón Sampedro o Inmaculada Echevarría, entre otros, que fueron comprendidos por la mayoría de los españoles, pero satanizados por la Iglesia.
   Es lógico que los grandes ideólogos del Dios que todo lo puede y del que dependen nuestra vida y nuestra muerte se rebelen contra la ley de la eutanasia, al igual que lo hicieron con la interrupción del embarazo. Si el Sumo Hacedor ya no puede disponer de nuestra vida ni de nuestra muerte y el aborto y la autoeliminación limitan sus poderes es que ya no sirve para tanto. Como alguien decía con la eutanasia y la muerte del feto, Dios podría terminar en una oficina del INEM reclamando trabajo. "Es que yo soy Dios". "Si, pero no sabe hacer otra cosa".
   Afortunadamente las innovaciones sanitarias y tecnológicas han hecho desaparecer, o al menos, mitigar las maldiciones bíblicas que se acumularon en los genes de los humanos tras la supuesta expulsión del Paraíso. Lo de 'Parirás con dolor' se ha quedado obsoleto con la aparición de la epidural y los de 'ganarás el pan con el sudor de tu frente' se mitiga gracias a los sindicatos y a las modificaciones legislativas. Creo que los avances en las materias que afectan a los hombres y a las mujeres del mundo entero son esenciales para progresar. Por eso el único mensaje de la  Biblia que aún tiene cierta vigencia es el de 'hágase la luz'.  

      DdA, XVI/4687      

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