viernes, 18 de diciembre de 2020

LIBERTAD DE VIVIR, LIBERTAD DE MORIR DIGNAMENTE

Hablando de amigos entrañables, como lo hace Fernando desde la orilla de nuestro mar, este Lazarillo recordó ayer -con más motivo que nunca- a quien fue asiduo colaborador de este modesto DdA, el profesor Antonio Aramayona. El 22 de agosto de 2014, Antonio publicó en este diario el artículo titulado Libertad de vivir, libertad de morir dignamente. Su lucha tenaz y la de todos los que lo hicieron y ya no están entre nosotros en pro del derecho aprobado ayer en el Parlamento debe ser hoy recordada y homenajeada como se merece. Siempre estarás en mi memoria, amigo:


Fernando de Silva

En el mes se septiembre de 2019 una buena amiga se quitó la vida, nunca supe cómo , porque ya no quería seguir viviendo. Era preciosa, con una maravillosa sonrisa que escondía su sufrimiento. Tenía 43 años, vivía sola, y desde hace años sufría una enfermedad progresiva e incurable que ya le impedía caminar y le limitaba mucho el movimiento de sus extremidades.

La conocí hace años, cuando me dirigía a la Punta de Liquerique para fotografiar un atardecer; me adelantó a toda velocidad con su silla de ruedas de motor, que estaba trucada para alcanzar los 10 kilómetros por hora. Cuando llegamos a nuestro destino común, hablamos, y me confesó que le gustaba mucho la fotografía, pero como sus manos ya no tenían fuerza para sujetar la cámara fotográfica, se conformaba con contemplar la puesta de sol.
Quince días antes de poner fin a su vida me confesó que ya no quería seguir viviendo, pero no sabía cómo suicidarse, por temor a que no saliese bien, y nadie le podía ayudar. Pero lo hizo a su manera, y sola. No me imagino cuanto habrá sufrido, o no; pero tomó la decisión libremente y sin perder su dignidad.
Ayer el Congreso aprobaba la Ley de Eutanasia, y con ello el derecho a morir dignamente. Me acordé de mi amiga; estoy seguro de que le hubiese gustado vivir un día como el de hoy. Pero se anticipó a los acontecimientos, porque no pudo más.

Libertad de vivir, libertad de morir dignamente



Antonio Aramayona

No soy un enfermo terminal, tampoco una persona depresiva con fantasías suicidas. Solo deseo manifestar aquí y ahora que solo yo tengo el derecho inalienable de decidir sobre mi propia vida y mi propia muerte. Ni dioses, ni clérigos, ni jueces, ni nadie, por muy biempensante o poderoso que se precie, pueden decidir sobre mi vida y mi muerte. Haciendo mías las palabras de Nietzsche, "esta es la muerte que deseo: la muerte libre, que viene a mí porque yo quiero".
Me gusta vivir y amo la vida sobre todas las cosas. Por eso mismo rechazo que algunas personas falaces hagan preguntas capciosas como "¿está usted a favor de la vida?", pues su interés es llevarme a sus posiciones reaccionarias o declararme partidario de la muerte. Esa gente ignora que la vida no consiste solo en poder respirar, comer, dormir y defecar, pues existir debería ser siempre un acto permanente de gozoso, consciente y libre zambullirse en la aventura del vivir. Una botella o un lapicero son lo que son, están definitivamente terminados, pero los seres humanos estamos siempre por hacer: cada instante decidimos qué hacemos con nosotros mismos, incluso echarnos a perder. En resumidas cuentas, por amor a la vida, puedo y quiero decidir vivir libre y dignamente, también morir bien, libre y dignamente. La libertad es ni más ni menos que el ejercicio de ese decidir incesante. La vida es libertad. Por eso reivindico mi libertad de decidir también cómo vivir y morir.
Quisiera vivir entre seres humanos libres en la vida y en la muerte. Nada temo, salvo el rostro del dolor cuando aparece implacable. Quiero vivir en plenitud cada uno de los momentos que me restan, amo la vida con todas mis fuerzas, y así converso amistosamente con la posibilidad de acabarla cuando concierte con ella que ha llegado el momento.
Afirmo aquí y ahora: a) que el derecho a una muerte digna es la continuación natural del derecho a una vida digna, b) el derecho inalienable de cada persona a disponer libre y responsablemente de su propia vida, c) el imperativo ético supremo de la libertad de conciencia de cada persona para decidir el momento y las circunstancias de su muerte digna y d) la ilegitimidad por parte de cualquier ideología para entrometerse, suplantar o negar la conciencia, la libertad y el derecho de cada persona a decidir y disponer sobre su propia vida y su propia muerte.
Cuando llegue el momento del acabamiento, sentiré sobre todo mi amor a la vida. Y si alguna vez he ayudado a alguien a morir bien, ha sido un inequívoco acto de amor. Se puede dejar libre y responsablemente la vida sin tristeza, sin temor, solo con quietud y por amor a la vida. Por eso necesito manifestar aquí y ahora mi amor a la vida y mi apasionada amistad con su posible acabamiento, cuando el sol decida descansar más allá de la línea de mi horizonte.
Maravilloso anhelo el de morir un día rodeado de amigos amantes de la tierra. Fecundo deseo el de volver a la tierra para volver a ser tierra como acto definitivo de amor a la tierra. Y entretanto, amar apasionadamente la vida, los derechos y las libertades de todos y cada uno de los seres del mundo.  
(En memoria de Robin Williams)

DdA, XVI/4704

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