Marc García Abellán
Estimada señora Díaz-Ayuso: En estos tiempos de insulto fácil en Twitter,
que aprovecho para condenar enérgicamente, es difícil hallar la forma correcta
de faltarle al respeto, único propósito de este escrito, puesto que ha
demostrado ser absolutamente inmune a la crítica constructiva durante los
últimos años. Esta capacidad de abstracción y el desarrollo de la piel de
cocodrilo ante la crítica es la única capacidad sobresaliente de su persona que
me doy la licencia ética de envidiar. Me desespera la disonancia entre la
cantidad de mensajes que le quiero hacer llegar y las probabilidades de que los
lea, por no mencionar el hecho de que les otorgue un mínimo de criterio desde
su mentecatez supina.
De lo siguiente está usted libre de culpa, pero me encantaría que supiera
que me desagrada todo de usted, desde su mirada bovina hasta el aire de
superioridad moral que manifiesta con su mera presencia, un privilegio que ni
tan siquiera debería tener la posibilidad de ganarse con una gestión decente,
teniendo en cuenta que procede de un partido político y, más concretamente de
la facción regional de dicho partido, en el que el número de investigaciones
por fraude, prevaricación y tantos otros aspectos de corrupción permanecerá
siempre en el hipocampo de millones de madrileños y otros españoles.
Aún con eso, quiero que sepa que no pasan inadvertidos para mí tantísimos
momentos hilarantes que ha tenido a bien regalarnos, como cuando explicó
públicamente que la transmisión local del virus estaba causada por las
costumbres de nuestros inmigrantes (bien revelador fue su uso del pronombre
posesivo) o cuando pensó que la D de COVID hacía referencia al mes de
diciembre, algo tan fundamentado como afirmar que usted comparte la inicial de
su nombre con palabras como idiota, imbécil, iletrada, imperdonable, impertinente,
impostora, imprudente y, por qué no añadirla, impresionante.
Por desgracia, no todo han sido alegrías en su mandato. Suyo ha hecho, para
desgracia de millones de madrileños, el uso constante de la mentira y de la
media verdad, haciéndose cómplice de un virus asesino al ocultar las cifras
reales de las que tenía constancia, entregándolas al gobierno central con
retrasos intencionados, reduciendo el número de pruebas diagnósticas (porque
sabe que, ¡si no hay más diagnósticos, no hay más positivos!), contribuyendo a
echar mierda a su oposición que, en sus delirios de grandeza copiados de los
nacionalismos periféricos que tanto dice detestar, considera ser el gobierno de
la nación cuya capital representa.
No es sorpresa que haya primado la importancia de reactivar la economía a
la de evitar los muertos, puesto que su fanatismo neoliberal es presumible
conociendo sus orígenes. Empatizo y compadezco los momentos de sufrimiento que
tuvo que enfrentar a bordo de la campaña de digital del gran fraude cleptómano
que le precedió, de quien imagino que adquirió resiliencia y un cierto grado de
psicopatía necesaria; de otro modo, no imagino cómo logra conciliar el sueño
por las noches. Dicen que de donde más aprende un ser humano es de sus errores,
pero comprendo que, para los de su calaña, un error no existe sin las
consecuencias del mismo: por fortuna para su partido político con retrogusto a
camorra, los múltiples casos de corrupción que han salido a la luz nunca les
han penalizado a la hora de no soltar el cetro: es positivo, en este sentido,
que Madrid sea una tierra de tradiciones tan arraigadas como el bocadillo de
calamares, el chotis, y el franquismo, única explicación al hecho de que sigan
gestionando esta tierra gracias a tantos zombis enfundados en abrigos de piel y
el apoyo incondicional de sus socios de gobierno abiertamente fascistas, con
los que no dudarán en seguir pactando con el fin de no bajarse de la butaca.
Como mencionaba al principio de este mensaje, que dedico a los cientos de
miles de madrileños que se hacinan en el metro por las mañanas, a los que
mueren por patologías evitables a causa de un sistema sanitario colapsado que a
usted se la resbala, a los que esperan con desesperación ayudas económicas de
la Comunidad para el vicio de pagar su alquiler, o a aquellos que tienen que
aguantar a la rubia ladrona reconvertida en tertuliana del programa de Ana
Rosa, no es mi intención hacer ningún tipo de crítica constructiva, ni mucho
menos dedicarle un halago, pero, a diferencia de usted, la necesidad de
justicia me obliga a hacerlo después de un empacho de críticas: créame si le
digo que el traje de chulapo le sienta de muerte.
Público DdA,XVI/4671
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