viernes, 9 de octubre de 2020

ME DUELE MI PAÍS PORQUE MI PAÍS ES MI GENTE


Pablo Álvarez Fernández (PAF)

Las derechas de este país, esas que presumen de españolismo, están convirtiendo a nuestro país en el hazmerreír mundial. Y lo que es peor, su comportamiento nos va a llevar al desastre sanitario y económico. Han aplicado la fórmula de "cuanto peor, mejor" y la han elevado a la enésima potencia. No hay que confundirse, todo esto no comenzó con la llegada del virus, arrancó mucho antes, lo hizo el mismo día en que se formó el nuevo gobierno.

Ese día ya sacaron su gen dictatorial y empezaron los ataques, las mentiras y las descalificaciones. Las urnas habían hablado, sí, pero no habían dicho lo que ellos querían oír y pusieron en marcha la maquinaria propagandística. Sánchez era un okupa y un traidor, Iglesias un narcocomunista y el resto de los apoyos del gobierno unos terroristas peligrosos.

Así estábamos cuando llegó la pandemia. Para la derecha el Covid no era un drama, era una oportunidad de derrocar al gobierno y a ello se pusieron desde el minuto uno. Mientras que en otros países, los partidos de la oposición, ante una situación de este calado, entendieron que era el momento de enterrar el hacha de guerra y arrimar el hombro, la derecha y ultraderecha patria sacaron toda su artillería.

Primero buscaron culpables: el virus se extendía por todo el mundo pero en España lo hacía por culpa del feminismo y el 8M. Después, cuando el caos alcanzó a hospitales y residencias de mayores, debido a años y años de recortes y privatizaciones, obviaron la responsabilidad que habían tenido en éllos y, haciendo gala de todo su cinismo, se vistieron de luto, colgaron banderas a media asta y acusaron al gobierno de haber enviado a la ciudadanía a la muerte.
Más tarde, cuando el gobierno decretó el estado de alarma, hicieron todo lo posible para boicotearlo. De cara a la galería, les dolían mucho los muertos, sí, pero el país no podía parar, era irresponsable hacerlo.
Con las fases, nunca mejor dicho, llegó el desfase: Las recomendaciones sanitarias eran lo de menos, lo importante no era preservar la salud pública, lo prioritario era hacer cash. Y ahí estaba Ayuso, la tonta útil del PP, presionando a golpe de cacerola con sus Cayetanos, para desescalar como quién se echa a rodar por un barranco.
Entre medias, Casado, haciendo gala de su patriotismo, se plantaba en Europa a pedir que se nos negaran las ayudas económicas destinadas a paliar los efectos de la pandemia. Querían al país destruido y a la población pasando hambre, buscaban un estallido social que los aupara al gobierno. Algo que se evitó gracias a la magnífica labor de una ministra de trabajo, que se dejó el alma para intentar aminorar los daños.
Tanta felonía e irresponsabilidad, sazonada con falsedades y manipulaciones, acabó contagiando a una ciudadanía que terminó convirtiendo la "nueva normalidad" en una orgía festiva en la que todo dios acabó haciendo lo que le salía de la peineta.
Así, entre tanto despropósito, llegamos a septiembre y las consecuencias las estamos recogiendo en forma de más muertes y contagios. Pero da igual, los ultras siguen a lo suyo, lo importante no es frenar al virus, es salvar SU ECONOMÍA. Donde no llega la política, llega la judicatura. Ahora son los jueces quiénes les hacen el caldo gordo para sus propósitos, tumbando las medidas sanitarias decretadas por el gobierno.
Es cierto que el gobierno ha cometido errores en la gestión de esta pandemia, cierto que han tomado medidas controvertidas, algunas, las menos, difíciles de entender. Han dado palos de ciego, sí, como la OMS, como el resto de países del entorno, nadie estaba preparado para lo que nos ha tocado vivir, pero siempre han actuado con buena fe, la que le ha faltado a esta derecha rapaz, mentirosa y criminal, que en ningún momento se ha planteado dejar de poner zancadillas.
Los errores son comprensibles pero la negligencia y el dolo no tienen perdón.
Ese dolo es el que ha llevado a Ayuso a poner en riesgo nuevamente la salud y la economía del país, propiciando que hoy, con la comunidad asolada por el virus, millones de madrileños se lancen a la carretera para "disfrutar" del puente del Pilar.
O el gobierno decreta hoy mismo el estado de alarma en Madrid o el caos estará asegurado. Y no habrá bandera rojigualda, ni funeral, ni lazo negro que puedan tapar el enorme ridículo que estamos haciendo.
Después presumen de patriotas, cuando no son más que una banda de delincuentes.
A mí, su patria me avergüenza y me asquea a partes iguales, pero mi país, aunque odie su simbología y su parafernalia barata, me duele, porque mi país no es una bandera, ni un himno, ni una corona, mi país es mi gente.

DdA, XVI/4633

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