Félix Población
Estamos viviendo un periodo en
extremo grave en Occidente, al que en España añadimos la nota distintiva y
singular de un frentismo retrógrado e
incivil, impropio de un país democrático, que debería apestarnos porque en esta
ocasión está poniendo en juego la salud y con ella el porvenir de toda una
nación.
En pleno estado de alarma 1, se
convocaron manifestaciones en el barrio de Salamanca de Madrid que llegaron a
ser comprendidas y hasta encomiadas por la mismísima presidenta del gobierno
regional. Como no podía ser de otro modo, a la vista de la comprensión con la
que fueron tratados los manifestantes por la policía entonces, bastó que un
segundo estado de alarma se declarase en Madrid por el Gobierno de coalición para
que en ese mismo barrio potentado de la capital de la nación se juntase otra
vez el mismo o similar personal, ante la pasividad reincidente de las fuerzas
policiales.
Como es sabido y tuvimos de
ello explícita constancia gráfica, no ocurrió lo mismo en el barrio popular de
Vallecas con quienes protestaron ante las medidas discriminatorias adoptadas
por Ayuso y su gobierno. Las imágenes dieron fe de la flagrante disparidad con
la que los agentes del orden se portaron en uno y otro caso: contemplativos en el
primero y represivos en extremo con los manifestantes vallecanos.
Pero si comento este episodio
no es sólo por algo tan llamativo que ocurrió con un Gobierno progresista al frente
la nación, sino porque en la última convocatoria callejera de los dados en
llamar cayetanos pidiendo libertad, en el instante en que las cámaras de
televisión de Cuatro entraban a informar en directo de la
concentración en la calle Núñez de Balboa, uno de los concurrentes gritó enrabietado
al micrófono de ese canal y a rostro tapado: “Hijo puta, demócrata de
mierda. ¡Viva Hitler! ¡Viva Hitler!”.
Este año se cumplen 75 del
suicidio del dictador nazi en su bunker de Berlín. Aunque sea la voz de un solo
grito la que lo pretenda revivir en una calle madrileña de barrio rico en el
transcurso de una gravísima crisis sanitaria que puede derivar en una no menos
grave crisis económica y social, no se nos debería pasar por alto que ese grito se ha dado en un país en el que el que
la contribución de Hitler y su camarada Mussolini fueron determinantes para que
un dictador ganara una guerra atroz e impusiera un régimen de represión de los
más crueles que hubo en Europa.
No debemos olvidar el efecto que las grandes crisis socio-económicas suele originar en la floración de los salvapatrias y otros especímenes de ominosa memoria. Mucho me temo que en España tenemos uno en la reserva que suele exhibir su vocación a rachas cíclicas (“el Parlamento no es soberano”) y que ha puesto estos días su tupé a teñir, acaso por parecerse más a su modelo en declive. Esos tipos sólo puede abastecerse de discurso en las democracias que se tienen miedo a sí mismas, por lo que todo lo que se haga por fortalecer la que nos toca debe estar más a mano que nunca de la calle, el voto y la palabra. Nos lo acaba de gritar una moción de censura que ha sido lo más vergonzoso ocurrido en el Congreso desde el 23-F.
DdA, XVI/4647
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