domingo, 25 de octubre de 2020

¿DÓNDE ESTÁN LOS INTELECTUALES EN ESPAÑA?

 


Jaime Richart

En otros países más aficionados a la cultura general, el intelectual puede ser un discreto guía para el poder político y para la sociedad. Pero en España, si los hay, no conozco prácticamente a ninguno de estas generaciones. Al menos alguno que no sea pretencioso y por consiguiente sin valor. Pero si yo no los conozco pero existen ¿dónde están? ¿qué dicen acerca de todo lo que pasa, y no en relación a la política sobre la que más vale que no opinen porque opinar de política no es intelectual; pero tampoco de la pandemia, un espacio empozoñado no sólo por un virus sino también por múltiples sospechas? ¿qué piensan de todo en conjunto? ¿Cuál sería el objeto de su pensamiento intelectual?

La intelectualidad es un carácter y el intelectual un espécimen que en España, como tantas otras cosas y valores, parecen barridos por el invierno de la extinción. Desde luego, que yo sepa, no hay verdaderos intelectuales conocidos. Sabater lo fue. Pero aparte de que, a mi juicio, hace mucho que perdió el norte con su nacionalismo español exacerbado, no se sabe que se pronuncie sobre nada. Y es que, aparte del escaso apego del español medio al rigor intelectual, la política y ahora la pandemia, tratadas, porque lo merecen, a puntapiés, copan toda la atención... Lo demás apenas cuenta.
La política, en tanto que superestructura social, es una actividad antifilosófica. Ya Epicuro la desaconsejaba a los discípulos de su Academia. En todo caso precisa solera. Y en España, al estar ausente durante 40 años de dictadura, la falta de entrenamiento se nota mucho, en general sucia, innoble, excesivamente maniobrera e intoxicante para una población asimismo sin solera en esas lides; lo que no invita a reflexión intelectual alguna, más allá del ámbito que le es propio: la politología. La política en España es un receptáculo de emociones, de filias y de fobias cambiantes e intercambiables. Pretextan algunos políticos que su oscilación obedece al cambio de las circunstancias. Pero es al revés. Es la política envenenada por muchas disfunciones lo que precisamente las cambia; lo que empaña y nubla el pensamiento intelectual que debe reflexionar al margen de ella. Y por lo que respecta a la pandemia, la salud pública está por los suelos y el origen del mal es muy incierto aunque se despache oficialmente con la voluntad de obviarlo. Así es que, ya digo, si existe algún intelectual verdadero, no me extraña que calle. Pues política y pandemia impiden la reflexión serena, ésa forjada en el esfuerzo de la racionalidad, de la lógica formal y de la máxima objetividad a las que el intelectual se debe... si se estima a sí mismo y desea ser estimada su opinión.
El intelectual, en tales condiciones y a diferencia de tiempos no lejanos, pues, aquí no pinta nada. Pero es que, además, el vértigo y el ruido que rodean a la sociedad, el nulo interés por la lectura de todo lo que no sea pasquín y breves frases de telégrafo, ni le permite hacerse oír, ni la inmensa mayoría tiene interés en escucharle. El tópico, el prejuicio, las consignas y la adhesión a unos u otros líderes políticos, ausente todo sentido crítico que no tome partido, son la correa de transmisión del interés general con el empobrecimiento galopante al fondo. Por lo que reconozco que no son estos tiempos propicios para pensar más que, si acaso, en las postrimerías, sino para sentir, sea miedo, asco, indignación o desesperación.. Porque además el intelectual, al menos el más cercano para mí al ideal, el existencialista, no se pone al servicio de nada. Ni de una creencia, ni de un partido, ni de una causa. Y por supuesto queda fuera de la arena política. Y si se compromete, sólo puede ser con el pensamiento universal en el seno de una sociedad que lo desdeña y sólo se mira a sí misma sus entrañas.
En otro tiempo, cada palabra de un intelectual en los países verdaderamente libres tenía mucha resonancia. Cada silencio, también. Pero en ciertas circunstancias el intelectual no sólo debe ser neutral, también pronunciarse. Contra el oprobio y contra la infamia. A Flaubert y a Goncourt, por ejemplo, les considero responsables de la represión de la Comuna. ¿Por qué? pues porque no escribieron una sola línea para impedirla... Pero hoy, cualquiera que intente razonar en torno a lo que pasa transversalmente, una de dos, o está con el poder o está contra él. O al menos es así como la inmensa mayoría lo considera, y toda oposición o reproche será rentabilizado por sus adversarios políticos aunque nada tenga que ver la posición crítica del intelectual hacia "el poder" con su enemiga. Entre otros motivos, porque para el intelectual el poder no está exclusivamente en el político. Para el intelectual, el poder real está donde nadie mira: en el militar y en el judicial, siempre. Actualmente, en el médico, en el farmacéutico y en el virológico principalmente. Por eso, en estos tiempos de tribulación y de desorientación, los intelectuales debieran pronunciarse para arrojar luz. Aunque no me extraña que no lo hagan. Cualquier idea va a parar o a la política o a la pandemia, ámbitos no adecuados para él. Y como además el poder político y el epidemiológico sacrifican todo a la eficacia, para evitar contagios pese a que ya ven que no pueden evitarse, el intelectual, si existe, difícilmente encontrará espacio para pronunciarse...
En todo caso España es un páramo intelectual. No ahora, no ayer, sino desde el año 36. El paradigma, la referencia, los sucedáneos del intelectual ahora son periodistas, los politólogos, los virólogos y los médicos. Esos cuatro gremios y los líderes políticos le suplantan. Y aunque existan, al gran público le son desconocidos. El tránsito actual del papel impreso al frío soporte virtual por otro lado, no les favorece a la hora de manifestarse. Pues las Redes sociales son una barahúnda de la que hay que desconfiar también. Tampoco para llevar a ellas la meditación serena. Ni tampoco para la lectura sosegada. Pues todo es viejo en espacio de segundos. Además el intelectual que no localizo estaría eclipsado por quienes cuenta su éxito por followers. Y, por último, por si fueran pocas las trabas para el desarrollo interesante de la intelectualidad, en una situación y unos tiempos decadentes, bocetos de un principio del fin de la civilización como los que vivimos ¿qué sentido, salvo a solas, tendrá razonar a fondo cuando nuestro reino es el de la fealdad, del contrasentido, de la confusión, del disparate, de la desmesura y del absurdo?

DdA, XVI/4649

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