Jaime Richart
Catalunya se confió demasiado. Creyó
ingenuamente que España era una democracia cuando, quienes tenemos ya una edad,
sabemos que España es un arrabal de la
Europa que termina en los Pirineos y su justicia no es otra cosa que una mala
imitación...
Aristóteles decía que el hombre es un animal
político. Lo que no significa que el recién nacido tenga la astucia de que se
va dotando el adulto a medida que va acumulando vivencias. Por más que lo
nieguen, los primeros políticos españoles tras la dictadura, o eran
adoctrinados del franquismo o eran viejos activistas, pero no propiamente
políticos. Eran neófitos de nula
experiencia política. Y el político no nace: se hace. Los 44 años siguientes a
los 40 de la dictadura, estos castrados genéticamente de política y de
políticos, han estado en manos desde el principio entre adoctrinados del
franquismo y activistas, y luego, hasta ayer, entre sucesores de los anteriores
aficionados de ambas clases. Si España ha seguido adelante a trancas y
barrancas en lo económico, sin problemas significativos más allá de la vieja
enemiga entre las dos Españas, entre la ultra católica y la atea, y entre la
defensora a ultranza de la unidad territorial ficticia y la de los territorios
que aspiran inveteradamente a su independencia, ha sido básicamente gracias a
los fondos y empréstitos de Europa. Pero el mar de fondo existe desde 1978,
centrifugado, difuminado o exacerbado ahora a cuenta de una pandemia que muchos
en el mundo niegan que sea real...
Por eso, cuando llegó este simulacro de
democracia, aquella primera generación de políticos carecía lógicamente en
absoluto de experiencia. Pero para suplir la vena política de escaso fuste que
no tenían, ahí estaban los magistrados
formados, o deformados, en los principios del Movimiento. El poder judicial era
el custodio de las esencias franquistas. Pues seguía integrado por los mismos
jueces del franquismo y su mentalidad no podía cambiar de la noche a la mañana
a la hora de interpretar las leyes y una Constitución "rígida",
muñida por un legislador entre cuyos redactores no figuraba ningún miembro de
las clases populares. Y no ha dejado de serlo. Por eso, si la Constitución era
"rígida" -y lo es- su interpretación, como la de las leyes que se han
ido promulgando, no podía ser, ni lo es, flexible para el discernir y el
cacumen de los jueces. Todos franquistas entonces, como ahora, blindan el
sentido de un texto constitucional cuya enmienda profunda o un nuevo proceso
constituyente, al menos media España viene esperando inútilmente desde el día 6
de diciembre de 1978. Desde luego, con la Constitución y el poder judicial al
mando, están a salvo tanto la causa monárquica como la causa territorial
entendida como la de la "una, grande y libre" que encerraba y
encierra la añoranza de las colonias perdidas, y que, si era una, lo era por la
fuerza, que si era grande, era en ensueños y que si era libre, era porque lo
eran sólo los adictos al dichoso Movimiento.
Por eso parece mentira que la inteligente
Catalunya, representada por sus políticos ahora ya rodados, sabiendo como saben
todo esto, hayan caído en la trampa, pues sabían que al final su verdadero
enemigo habría de ser la justicia franquista. Ya tenían el antecedente de la
experiencia fallida del Plan Ibarretxe presentado a su aprobación en el
Congreso por los mismos motivos. Lo que han hecho después los vascos es
desentenderse prácticamente de la vida "nacional" y evitar sus
políticos la exposición a los focos mediáticos. No haber tomado cumplida nota
de ese fiasco y haberse arriesgado ha sido valiente por su parte, pero es de
sabios no desear y menos forzar lo que razonablemente no está a nuestro
alcance. Debieran haber hecho antes un testeo a fondo de la calaña de la
justicia española, que era y es, desde 1978, en ese y en otros asuntos, la que
ordena y manda y sitúa en el epicentro del pensamiento español el franquismo.
Simplemente atemperado, en unos casos, pero implacable en los demás.
Lo que me resulta incomprensible es que con la
suficiente publicidad y propaganda, legislatura
tras legislatura, no pidieran los gobernantes catalanes a los sucesivos
gobiernos desde el primer momento democrático el referéndum previsto en el
artículo 129 de la Constitución que confiere al Estado (el ejecutivo) la
competencia exclusiva para su celebración. Por lo menos la negativa hubiese
alertado a todo el mundo que el articulado de la Constitución es una auténtica
tapadera de la ideología y de la mentalidad franquistas. Forzar las cosas
frente a un Estado semi policiaco en ese asunto, no sólo ha sido un error, ha
sido una estupidez impropia de un pueblo tan culto y tan desarrollado como es
el catalán. Por eso para la catarsis de Catalunya y para que en España no
suenen de nuevo tambores de guerra, es imprescindible el máximo temple. Es
inaplazable entender que mientras los miembros de la Justicia no cambien
radicalmente su técnica y su hermenéutica, hay que asumir que, como decía Mao
Zedong del revolucionario, su principal virtud pero también la del republicano
y la del independentista españoles es la paciencia...
Confiemos en que los tribunales europeos e
internacionales, poco a poco, vayan poniendo más y más en evidencia y en
vergüenza a los tribunales españoles. Porque de hecho ya lo están. Ante Europa
y ante el mundo....
DdA, XVI/4624
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