jueves, 16 de julio de 2020

CORTÉS Y LOS IMPERIOFÍLICOS


Vicente Bernaldo de Quirós

A caballo entre el último día de junio y los primeros del mes de julio se conmemoran los 500 años de la noche triste de Hernán Cortés, en que las fuerzas indígenas de México golpean al ejército del conquistador y causan numerosos muertos, entre ellos Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León, porque el militar extremeño se encontraba ausente durante el ataque y que culmina con la venganza de las tropas españolas en la batalla de Otumba.
    Es conveniente después de cinco siglos transcurridos, reflexionar sobre este período histórico, ya que en los últimos tiempos el revisionismo de determinado sector ideológico derechista trata de modificar el relato de los tiempos y poner a Cortés como algo así vinculado a la heroicidad de la raza española.
   Vayamos por partes. Antes de nada, es importante que quede constancia de que Hernán Cortés era un auténtico hijo de la grandísima puta y no por la forma de desembarazarse de sus enemigos que en el contexto de aquellos tiempos era moneda común no solo entre conquistadores, sino entre reyes y triunfadores de las batallas. Ay de los vencidos, como comentó aquel jefe galo que sitió Roma.
   La hostilidad hacia el conquistador español procede de sus engaños y mentiras contra los aztecas y contra sus aliados que terminaron siendo sus enemigos cuando Hernán Cortés considerable oportuno deshacerse de ellos y traicionarles miserablemente. Está por ver si la ausencia del extremeño en la noche triste no supuso un plácet para la muerte de sus dos compañeros de armas en la jefatura de las tropas reales. Téngase en cuenta que desde la Pennísula se había dado orden de capturar y traer de regreso a España a Cortés, dicen que porque se había excedido en el siseo de los dineros que pertenecían a la Corona de Castilla.
   La efeméride de 1520 que en números redondos la sitúa en medio milenio de historia está siendo celebrada con regocijo por los historiadores de medio pelo que tratan de hacernos retroceder a  la interpretación de los tiempos franquistas, donde en España no se ponía el sol y la cruz y la espada formaban un tándem perfecto en honor del viejo imperio. 
   Se sitúa esta celebración en tiempos de exaltación imperial de España para alegría de los rojigualdos que observan esta conmemoración con la acriticidad propia de los patriotas de bandera e himnos militares. En su sostén aparece la teoría de la resurrección de la leyenda negra, a través de la escritora Elvira Roca Barea que con su Imperiofobia ha hecho un daño casi irreparable al cientifismo preciso para analizar hechos pasados.
   Pensar que la gran mayoría de las críticas la dominación española de los siglos XV y XVI obedece solo a la envidia del resto de los imperios conquistadores que no pudieron someter al régimen de los Austrias es una visión un tanto simplista de nuestro pasado. En todos los tiempos en que una nación se convierte en superpotencia han aparecido razonamientos en su contra, muchos de ellos interesados, pero otros ciertos y verdaderos. Mirese, sino, a la actual hegemonía estadounidense o a la superioridad soviética en la Guerra Fría y coincidirán en que la envidia al poderoso se lleva por delante verdades y mentiras a partes iguales.
   Lo más patético de los imperiofílicos que recuerdan con nostalgia la España de Carlos V y Felipe II es que quieren vendernos la Historia como un pack en el que todo lo antiespañol es deleznable y lo español un mandato divino incontestable. Si hasta a Bartolomé de las Casas se le tilda como un enemigo de España que solo dio pábulo a la leyenda negra y se le achacan todos los males, como si fuera una candidatura de Podemos en épocas electorales. Quien no quiere asumir la verdad de nuestra Historia, tiene la tentación de repetir los errores. Solo les falta asegurar que la Inquisción era una ONG.    

      DdA, XVI/4561      

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