viernes, 3 de abril de 2020

¿UNA FINA OPERACIÓN DE GERONTOLOGÍA?


Jaime Richart

La versión oficial es que estamos ante un virus que procede del pangolín, un mamífero cuya carne es apreciada en la provincia china de Wuhan. La mentira se distingue de la verdad en que la mentira es muy sencilla, mientras que la verdad que no sea material y verificable, es muy compleja. Y, ordinariamente, todo lo que sabemos, que creemos saber, puesto que no lo hemos visto con nuestros propios ojos, depende del grado de confianza que tengamos en los portadores del mensaje. Lo que carece de relieve, es indiferente creerlo o no. Pero toda situación extraordinaria, y cuanto más extraordinaria con mayor motivo, estemos seguros de que el poder, los poderes, de la sociedad elaboran cuanto pueden constantemente la realidad. Por consiguiente la verosimilitud y la certeza siempre dependerán de nuestro grado de conformismo, de nuestra indiferencia, de nuestra ingenuidad o de nuestro deseo de creer: lo que la fe teológica en una supuesta deidad…

Como toda gripe, como toda neumonía y toda enfermedad por benigna que sea se pueden llevar por delante a viejos, a  maduros, a jóvenes y a niños, ésta del virus cuyo nombre he olvidado también puede alcanzar a otras edades no provectas. Esto es así. Pero lo cierto es que este virus está segando, prioritaria y masivamente la vida de los ancianos preferentemente aquejados de enfermedades y en tantos casos deseosos de dejar esta vida. Lo que haría el virus, pues, es ejercer una simple selección natural, dar un empujón a quienes están a punto pero no acaban de morir. Eso así sería, si este microorganismo fuese natural. Pero parece que fuera de la verdad oficial, no lo es. Se trata de un virus de diseño, creado por la mano del hombre. Por lo que hay serias sospechas de que todo esto responde a una ambiciosa operación de gerontología siniestra; que todo está orquestado y programado por poderes humanos que están más o menos localizados entre los pliegues de la solemne oficialidad. Pero sobreviene este avatar como sucede con el conocimiento positivo por cálculos matemáticos de la existencia de un planeta o de un astro detectado por radiotelescopio, pero todavía no es visible, en espera del telescopio suficientemente  potente que permita su visión física por los ojos del astrónomo. Por lo demás, vivimos tiempos tan avanzados en lo material en la medida que alejados de los bienes del espíritu, que nada que imaginemos no sea posible. Aun así, nadie que no fuesen los presuntos autores o responsables de esta presunta abominación, podía imaginar el actual estado de cosas en prácticamente el mundo entero.

Entonces, siendo este virus el resultado de una manipulación, una de dos, o hay por medio una negligencia, simple, culposa, o mitad y mitad, de su salida a la atmósfera del Laboratorio que lo manipulase, o se ha utilizado deliberadamente para diezmar selectivamente la demografía mundial. Y nada màs lógico, dentro de la lógica de la perversidad, que empezar por el anciano. Desde luego la sospecha de un país o de un microbiólogo autores no responde a la mera desconfianza de quienes estamos hartos de presenciar cómo nos engaña continuamente el poder allá donde se aloje; aunque también. Es que nuestro recelo se funda en la dual condición humana. Y la habitual prevalencia en el poder de cualquier clase es la opción degenerada. Y con mayor motivo la depravación de grupos humanos que lo tienen todo pero ambicionan más. Pero es que, además, hay varias trazas de la posible infamia que concuerdan con la desconfianza...

Veamos. La sospecha de semejante barbarie comienza con el interrogante que nos hicimos muchos hace siete u ocho años. Fue cuando Christine Lagarde, ex Secretaria entonces del FMI, ahora presidenta del BCE, y Taro Aso, ministro entonces de Finanzas de Japón, en un corto espacio de tiempo entre ambos, manifestaron públicamente, cada uno a su manera, que los ancianos son una carga que “el sistema”, el sistema económico imperante, no puede soportar y debían apresurarse a morir… Christine Lagarde dijo textualmente: "los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, ¡y ya!".

 Pero hay otro factor a tener en cuenta. Llevamos años viendo en el espacio aviones aislados o enjambres de aviones que van dejando estelas de un gas o de supuesto vapor de agua a cuya naturaleza oficialmente nunca se le ha dado explicación convincente alguna por parte de los gobiernos; razón por la cual el imaginario o la perspicacia populares, venían atribuyendo a esas estelas propósitos de intoxicación masiva.  Ahora no sé si alguien se atreve a asegurar que aquello eran maniobras normales...

Bill Gates anunció una pandemia sin ser augur. El año pasado, el filántropo multimillonario comenzó su cruzada particular contra las pésimas condiciones de algunos de los sistemas de salud que amparan a la población mundial. Bill Gates alerta de la necesidad de crear nuevos fármacos y vacunas que se impongan rápidamente a estas enfermedades emergentes. Si no se toman las medidas necesarias, el cofundador de Microsoft vaticina la llegada de la peor pandemia de la historia de la humanidad. ¡Qué casualidad!

Y por último, nada hay más contraproducente para la salud que el miedo, el pánico, la zozobra. Y sin embargo los medios de comunicación, desde la primer caso de este virus, real o inventado, siendo así que es norma silenciar ciertas noticias para, se dice, no crear alarma social, no dejan de dedicar prácticamente toda su programación diaria a infundir pánico bajo la excusa del “deber de informar”. Lo que nos lleva a pensar si el infundir pánico a la población no es parte del propósito...

Pero es que todo esto converge con la investigación de varios periodistas nacionales y de otros países que han seguido rastros. Por ejemplo, el español David Felipe Arranz que en una televisión privada ha comparecido hace pocos días y hablaba del experimento llevado a cabo en el Foro de Davos el 18 de octubre de 2019. Se trató de un simulacro de la pandemia del coronavirus utilizando un guión que, de convertirse en realidad, provocaría 65 millones de muertes. Experimento o ensayo en el que estuvieron presentes el vicepresidente de la Transnacional Farmacéutica John&Johnson y el presidente de la empresa líder de la producción de material médico. Y está ya comprobado que el virus se ha fabricado en Wuhan, provincia de China, por si fuera poco, con la colaboración de Francia y del Departamento de Microbiología de Canadá. Por su parte, otro escritor, investigador y orador ruso, Daniel Estulin, ex agente de contraespionaje del Servicio Federal de Seguridad, agencia de inteligencia rusa, hablaba hace pocos días en RT de los siniestros propósitos del Club Bilderberg: según él, este Club “necesita hacerse con el control de toda la alimentación y para ello precisa destrozar la economía mundial, para reducir la población del planeta”. Y si a todo esto añadimos mi posición epistemológica sobre la realidad: cuál es, que lo que entendemos por “la verdad” no es más que el resultado de lo convenido por el poder en cada materia y en cada momento. Y en este caso ni siquiera el poder político esté completamente involucrado. En este caso lo más probable es que estemos ante un consorcio resultado de la combinación del financiero, el médico y el farmacéutico... Incluso me atrevo a asegurar que estamos ante truculenta “operación”, más propia del genocidio atribuido al nazismo que de la civilización del siglo XXI, con el fin de ir reduciendo por oleadas la población mundial, a partir de los seres humanos más propicios y vulnerables. Las “bajas” ocasionadas por el virus a otras edades, se considerarían simples daños colaterales...

    DdA, XVI/4454    

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