sábado, 4 de abril de 2020

LA DERECHA EN BRUTO DEL EXABRUPTO

La derecha (una y trina en este momento histórico) sigue considerándose la legítima depositaria del poder y la riqueza, y considera ilegítimo cualquier gobierno que ellos no controlen.


Alejandro Álvarez López

En una viñeta que circula por las redes sociales se visualiza bien la diferencia entre la actitud de los partidos que están en la oposición al gobierno en otros países y la que mantiene la oposición de las derechas españolas al gobierno de PSOE-UP (posiblemente sobre todo por este último): en aquellos, los partidos de la oposición colaboran en el objetivo de “derrotar al coronavirus”; en España, PP, VOX y C,s (este último con menos fuerza, quizás porque no puede más) pretenden sobre todo “derrotar al gobierno”. La viñeta condensa bastante bien la actitud de estos tres partidos en esta situación de excepcionalidad y de crisis sanitaria que vivimos, una actitud que busca, por encima de cualquier otra cosa, aprovechar la ocasión para desgastar al gobierno y, una vez pasada la crisis, alcanzar el poder, sin ponerse ningún tipo de freno ni sujetarse a ninguna prudencia. Para conseguir ese objetivo todo les resulta válido y no se conforman con mostrar enfoques distintos ni manipulaciones más o menos groseras; recurren sin medida a las mentiras inventadas y, lo que es peor, a inocular en los españoles y españolas el odio al gobierno de PSOE-UP, demonizándolo como si tratara de la encarnación del mal.
No es nada nuevo ni sorprendente; forma parte de un proceder con mucho arraigo en la derecha de este país, que nunca ha tenido empacho en recurrir a la mentira o usar las situaciones más trágicas para llegar al poder o para intentar mantenerse en él: utilizó con absoluta desvergüenza a las víctimas de ETA cuando estaba en la oposición, pero negoció con ETA y habló del Movimiento de Liberación Vasco mientras gobernaba; mintió y trató de ocultar la verdad sobre lo ocurrido en el accidente del metro de Valencia que causó la muerte a 80 personas; acusó a Pujol en el 95 de ser el “causante de la degradación política y moral de España”, pero meses más tarde (entonces hablaba catalán en la intimidad)no tuvo empacho en llegar a un acuerdo con él y firmar la transferencia del 50% del IRPF; pretendió ocultar la realidad en el accidente del Yakolev-42 y, actuando con total desvergüenza, descaro y falta de respeto, entregó a los familiares de las víctimas restos sin haberlos clasificados previamente; intentó engañar al pueblo español sobre la autoría del 11-M, el mayor atentado de nuestra historia y mostró un deprecio total a las víctimas que no quisieron colaborar con sus fines políticos, y ahora aprovecha la situación creada por la pandemia del coronavirus para tratar de desgastar al gobierno, creando infundios y actuando siempre a la contra aunque ello suponga desdecirse a sí mismos.
Este modo de proceder les viene de lejos y está grabado en el ADN político de nuestras derechas, ese sustento político e ideológico de la clase dominante española, la cual ha considerado a lo largo de siglos que el suelo patrio es su coto privado y puede administrarlo como una de sus fincas. Y, en esa línea, creen que el poder y la riqueza le corresponden por derecho divino, una idea que la clase dominante de nuestro país ha mantenido en buena medida sin cambios desde la Edad Media hasta nuestros días. Ello se debe a que esta clase fue poco permeable a lo que las revoluciones burguesas impusieron en otros países, a saber, que no hay designios divinos sino que el hombre puede alzarse por encima de los dioses y las castas. Mientras en Francia (o EE.UU.) esos cambios sucedían y la burguesía derribaba a la nobleza e imponía nuevos valores, en España la clase dominante, con una burguesía poco desarrollada y más deseosa de emparentar con la nobleza que de sustituirla, se aferraba al pensamiento del antiguo régimen para mantener sus privilegios. Porque desde que este país comenzó a ser una entidad política, allá por el siglo XV (pero nunca lo fue realmente hasta el siglo XVIII), la clase dominante fue una mezcla de nobles parásitos y burgueses deseosos de codearse con la nobleza y de adquirir título para librarse de impuestos y alcanzar honra, de ahí los frecuentes matrimonios de “escudos y talegas” en los siglos de Oro o los frecuentes casamientos de burgueses y nobles desde el siglo XVIII hasta nuestros días, una práctica muy arraigada de la que Machado se burlaba en el poema a D. Guido, ese señorito jugador y jaranero que “cuando mermó su riqueza/ pensó que pensar debía/ en asentar la cabeza/ Y asentóla de una manera española, que fue casarse con una/ doncella de gran fortuna”. En nuestros días esa “mezcla” de “burgueses pijos” y marquesas o duquesas y viceversa está muy presente en las derechas de nuestro país, tanto en el PP como en VOX.
El franquismo, continuador de esa tradición según la cual había que mantener las esencias de la patria, justificó su cruzada, entre otras razones, en que el gobierno de la República (nacido de una elecciones libres, recuérdese) era ilegítimo porque no respetaba esas sagradas tradiciones (las de la clase dominante), de ahí sus llamamientos a “eliminar la Anti-España”, a “acabar con la mala hierba que crece en el suelo de la patria” o a “extirpar la gangrena [los valores republicanos] que se había extendido por nuestro país”, y seguía atribuyendo al designio divino, y no a la fuerza de la armas y al apoyo de Hitler y Mussolini, la razón por la que Franco era “Generalísimo por la gracia de Dios”.
Amamantada en esa tradición de siglos, muy abonada durante los 40 años de fascismo español y durante el “Aznarato”, la derecha (una y trina en este momento histórico) sigue considerándose la legítima depositaria del poder y de la riqueza y considera ilegítimo cualquier gobierno que ellos no controlen. Puede tolerar con desgana un gobierno presidido por un socialista en solitario, que respete nuestra sagradas tradiciones como son las prebendas ligadas a la Iglesia (fijadas en el inamovible Concordato), sus privilegios o la corrupción, que siempre fueron señas de identidad de la clase dominante del suelo patrio desde los tiempo del Cid, pero es intolerable para la derecha un gobierno que en las situaciones de crisis como esta salga corriendo a prohibir desahucios, garantizar derechos laborales, controlar especulaciones o impedir despidos, es decir, que piense en quienes no son los de su clase. Eso quiebra los divinos privilegios de la casta de nobles y burgueses pijos con ínfulas de hidalguía que dirige la derecha española desde hace demasiado tiempo. No pueden con ello. Y eso les lleva inevitablemente al exceso de exabruptos en estos días.




     DdA, XVI/4455    

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