Quienes tienen la amabilidad de
seguir este modesto Diario saben que, desde que afloraron las impresionantes
noticias de los miles de ancianos fallecidos en la residencias y geriátricos de
la Comunidad de Madrid, me referí a la atroz incidencia del coronavirus entre
nuestros mayores con un término que no existe en el diccionario pero que se
ajusta a la etimología: senecticidio.
Hoy el diario La Vanguardia estima en un titular que en ese tipo de centros se ha
registrado la mitad de las muertes de toda España. Si a ello añadimos que
también en otros países europeos el cálculo es el mismo, según un estudio de la
London School of Economics, creo que debo reafirmarme en la calificación que
engloba no sólo a España sino a Italia, Francia, Irlanda, Bélgica y Estados Unidos. En otras naciones, como
Alemania, las cifras de los geriátricos no cuentan, al parecer. Y en Holanda
puede que desistan de internar a sus mayores en los hospitales, a juzgar por
las opiniones de algunos de sus dirigentes.
Volviendo a nuestro país, que
es el que más nos duele por darse la circunstancia de que nuestros mayores
fueron sus forjadores después de haber vivido en su niñez y juventud una guerra
interior y una posguerra llena de carencias, la Marea Blanca y la Coordinadora
de Residencias 5+1 hicieron público ayer un comunicado en el que afirman que “se
ha permitido que mueran (los usuarios de residencias) de forma indigna en
centros que no tenían un servicio médico suficiente”, algo que me consta en
alguna.
Ambas entidades, por ello, han decidido acudir a la Fiscalía para que
investigue los hechos y responda a lo
que hasta ahora no ha obtenido explicación por parte de los políticos: ¿Ninguno
de los ancianos fallecidos en las residencias estaba lo suficientemente grave
para ser atendido en un hospital? ¿Se pidió el traslado a los centros
sanitarios de esos usuarios? Y si así fue, ¿se denegó ese traslado? Ambas
asociaciones se preguntan también si los ancianos fallecidos tuvieron acceso a
respiradores o murieron como cabe imaginar, habiendo sido ellos y ellas quienes
levantaron un país desolado y arrasado por una guerra que impuso una dictadura
bajo la cual vivieron muchos años.
España necesita saber lo
que pasó realmente en sus residencias para mayores y geriátricos. Estamos
hablando de 10.000 seres humanos fallecidos sin ningún consuelo familiar. Lo
mismo cabe reclamar a los Gobiernos respectivos de los países en los que el
senecticidio ha sido y está siendo un hecho, porque si la Unión Europea -a la
que tanto se ha cantado con la Novena Sinfonía de Beethoven como himno- no
aclara o deja entre interrogantes como hasta ahora el episodio sin duda más
cruel de la pandemia, esa Europa y el sistema que la rige están definitivamente podridos. No puede haber quizá mayor síntoma de ello que una muerte deshumanizada para todos esos ancianos que se criaron y crecieron entre la Guerra de España y la más cruenta de las guerras que sufrió nuestro planeta.
FINADOS
OTRA ECONOMÍA PARA EL PLANETA Y QUIENES LO HABITAN
FINADOS
Paco Faraldo
Estamos confinados, es decir, rodeados de muchos finados, pero nadie parece saber cuántos. El número de muertos producidos por la pandemia mete miedo aunque, recluidos tras nuestra ventana, el impacto de lo que pasa y el luto por los que se van es mucho menor que el recibido por los que lo están viviendo en directo en los hospitales o en los geriátricos. La tele trata de no herir nuestra sensibilidad y por la pantalla va desfilando un ejército de estadísticos contritos, epidemiólogos aficionados y tertulianos del famoseo que en horas veinticuatro se han pasado al periodismo científico. Todos saben de todo e ilustran su sabiduría con gráficos, muchos gráficos, y disputan sobre si la desgracia tiene forma de ele o de uve y nos animan informándonos de que los muertos descansan ya en una cómoda meseta. En medio de los finados innumerables, estamos los vivos confinados. ¿A quién corresponde el fracaso clamoroso de una sociedad que ni siquiera se pone de acuerdo en el modo de contar a sus muertos? Diecisiete autonomías hacen todos los días malabarismos repugnantes con los números para demostrarnos a los confinados que en sus territorios el virus mata menos que en la de al lado. Están dando muestras de una incompetencia generalizada, lo sabemos, pero no parece que nos importe demasiado y, como respuesta, continuamos montando discotecas en los balcones. Los confinados somos así.
DdA, XVI/4468
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