Este confinamiento va a causar mucho más estragos en la salud nerviosa de todos que el coronavirus en la salud muy quebrantada de los que están desde hace tiempo en espera y con el vivo deseo de morir.
Jaime Richart
Mientras, pongamos como hipótesis, una
quinta parte de la Humanidad está mucho más expuesta a contraer el virus de la
gripe de esta temporada, un virus por lo que se dice mucho más activo y
contagioso que la gripe común que, por cierto nunca es el mismo el virus ni
tampoco la gripe, pero al mismo tiempo hace su vida normal, cuatro quintas
partes del mundo, otra hipótesis, salvo el Reino Unido, hemos empezado a vivir
la vida entre paréntesis privados de libertad. Eso sí, por nuestro bien.
Nunca hubiese imaginado que el poder político
del mundo se preocupase tanto por nuestra salud y por nuestra vida, la de los
mayores. Más bien suponía más cercano el momento de que por fin los parlamentos
del planeta aprobasen como opción la eutanasia activa, pues las condiciones
alienantes de vida, el cambio climático, la escasez de agua que se aproxima y
la fractura profunda entre generaciones, hacen cada día menos deseable vivir. Y menos podía suponerse, cuando no hace mucho Christine Lagarde, ex Secretaria
del Fondo Monetario Internacional, y el ministro de economía nipón hicieron un
llamamiento a los viejos invitándoles a que se muriesen cuanto antes, porque el
sistema no iba a soportar tan alta tasa de longevidad. Lo que hace suponer que
sobre todo en Japón, aunque nunca se darán cifras relacionando el llamamiento
con el “evento”, el número de
suicidios debe haber sido considerable, pues la psique de la mayoría de los
mayores es muy frágil y a menudo el instinto de supervivencia cede fácilmente ante la sugestión y el desinterés que ya se padece previamente por vivir;
desinterés, al mismo nivel que el interés por la muerte dulce.
La suspensión de nuestras formas de vida
colectiva e individua, equivale a una jornada de reflexión de 15 días, sólo por
ahora, previa a la votación de unas elecciones generales, a unos ejercicios
espirituales como se hacían a la fuerza hace 60 ó 70 años en España, a una reclusión
voluntaria como terapia, o a una pena por un delito que no hemos cometido. Pero
eso, sí, es por nuestro bien, por nuestra salud, para preservarnos de los
efectos de una gripe y de paso preservarse ellos, los jóvenes, del contagio. Y
todo pese a que se ha repetido hasta la saciedad, y se está viendo: la gripe, este
virus mata a los más débiles, a quienes tienen el organismo muy deteriorado, pero a duras penas a los sanos. Como siempre
sucedió en todas las gripes.
Las conjeturas, teorías, especulaciones,
adivinaciones…; los temores, los temblores, los ataques de claustrofobia que
ocasionará en el hacinamiento en la vida doméstica, hoy habitual de
millones de personas que no pueden aspirar a vivir con una sana independencia,
ni siquiera en pareja; la soledad, por otro lado, tan extendida hoy día como
consecuencia de la crisis de la familia tradicional, etc. Todo ello está sobrevolando
en la sociedad humana de occidente, tan hedonista y tan poco sufrida. Y por
supuesto en España, país donde la población por clima y por costumbre, vive
mucho más al aire libre y en la calle que en su casa. En resumen, este
confinamiento, que no ha hecho más que empezar, con toda probabilidad,
peligrosamente, va a causar mucho más estragos en la salud nerviosa de todos,
que el coronavirus en la salud muy quebrantada de los que están desde hace
tiempo en espera y con el vivo deseo de morir.
DdA, XVI/4438
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