Aprovecho el comentario de David Rivas para recordar el telegrama cursado por el papa Pío XII al general Francisco Franco con motivo de la victoria en la Guerra de España del general felón, dando por alcanzada la paz que para cientos de miles de españoles comportará entre otras represalias la cárcel, el fusilamiento en los paredones de los cementerios -como el del Este en Madrid, cuya memoria democrática fue erradicada por el gobierno municipal de la derecha extrema- o el exilio: "Levantando nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente, con V. E., deseada victoria católica España. Hacemos votos porque este queridísimo país, alcanzada la paz, emprenda con nuevo vigor sus antiguas y cristianas tradiciones, que tan grande le hicieron. Con esos sentimientos efusivamente enviamos a V. E. y todo el noble pueblo español, nuestra apostólica bendición. PÍO PAPA XII».
David M. Rivas
El Vaticano abre sus archivos sobre Pío XII y sus relaciones con el fascismo y, particularmente, con el nazismo. El aristócrata Pacelli, en mi opinión un fascista, es la figura más incómoda para la iglesia católica del siglo XX. Hay quien dice que organizó toda una red de amparo de los judíos. Puede ser también. Pío XII fue quien nombró a Franco hijo predilecto de Roma y calificó a su genocidio de “cruzada”. Le dio potestad para elegir obispos, privilegio de entrar bajo palio en los templos, a cambio, eso sí, de monopolizar la educación. Dice mucho, y bien, del papa Francisco. Y más por contraste: en España sigue cerrada gran parte de los archivos desde 1936. Eso sí, el papa argentino, víctima de la palabrería políticamente correcta, transforma el Archivo Secreto Vaticano en Archivo Apostólico Vaticano. “Secreto”, del latín “secretus”, es algo escondido, separado del conocimiento de los demás, y eso lo es cualquier archivo privado. “Apostólico” viene del griego “apostolos”, “enviado”, que derivó en ser “propagador de una creencia o de una doctrina”. Un archivo no puede ser “apostólico”. Pero en fin, ni el papa se libra de las pijadas de este tiempo tan falto de todo.
DdA, XVI/4433
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