jueves, 12 de marzo de 2020

EL EXPEDIENTE DE ARTURO TORRES

La imagen puede contener: una persona, sentada

Félix Población

Mi más cordial felicitación a mi compañera de búsqueda en la memoria democrática María Torres (autora del blog Búscame en el ciclo de la vida), que después de nada menos que doce años de lucha, doce, ha logrado al fin por parte del Ministerio de Defensa que le permitan fotografiar  -en condiciones que dice han sido especiales y desconozco- el expediente  por el que fue condenado Arturo Torres Barranco, dirigente de Izquierda Republicana en la localidad conquense de Torrubia. 

"En la mañana del viernes 1 de septiembre de 1939 -según cuenta María-, a la misma hora que Alemana invadía Polonia dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial, era detenido y trasladado a la cárcel del municipio en prisión preventiva. Ese día cumplía 44 años y como tantos otros defensores de la República pasaba a engrosar el catálogo franquista de destrucción humana. Dejó solos y sin recursos para subsistir a una mujer y cuatro hijos pequeños. El menor tenía seis meses.
La Auditoria de Guerra procedió a instruir un sumarísimo de urgencia (1654/29). Ser republicano, tener ideología de izquierdas y haber fundado I.R. en una pequeña localidad conquense era más que suficiente para que le imputaran un delito de Rebelión. Pero, ¿Quién se rebeló contra quien? A media España se la castigó con el encarcelamiento y/o la muerte por no adherirse a la sublevación fascista.
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El Consejo de Guerra tuvo lugar a las tres de la tarde del día 6 de noviembre de 1940. La acusación del Fiscal: culpable de un delito de auxilio a la rebelión, siendo condenado a la pena de doce años y un día de reclusión.

Gracias a la ayuda de una familia influyente de Cuenca, le concedieron la prisión atenuada el 23 de noviembre de 1941. Salió de la cárcel el 24 de noviembre de 1941 con una libertad precaria, pues a todos los efectos seguía siendo un preso de Franco. Su libertad estaba condicionada al comportamiento que tuviera fuera de la cárcel, por lo que tuvo que vivir con la constante amenaza del retorno. Los salvadores de la patria no le dejaron levantar la cabeza. En octubre de 1944 el Juez considera al abuelo mero propagandista y el Auditor de Guerra acuerda dar curso a la libertad vigilada. Seguía siendo preso. A fecha de hoy no he conseguido averiguar cuándo fue liberado.
Durante casi tres años estuvo encarcelado en la Prisión provincial de Cuenca y en la habilitada del Seminario, sometido a la constante tortura psicológica y física de una represión institucionalizada, humillado, convivió con el hambre y el terror. Cuando pudo salir de aquel infierno, era un ser derrotado, agarrado a un bastón, un vencido que guardó silencio durante toda su vida. El régimen franquista no solo le privó de libertad, también hundió la economía familiar. Vivió desde entonces su exilio interior dentro de una sociedad herida, intoxicada de la estructura mental del dictador, para el cual el orden era su orden, el derecho su derecho y la vida no tenía valor".
A lo largo de esos doce años siempre se le negó a María la obtención de una copia del mismo, alegando el alarmante estado de deterioro del documento, mientras el documento se seguía deteriorando. No se puede entender, en un Estado democrático, por qué las Fuerzas Armadas siguen custodiando un patrimonio documental que pertenece al común de los ciudadanos, a los que además se les pone todo tipo de impedimentos -como es el caso- para que tengan constancia fehaciente de los papeles en que se basó el viejo régimen para acabar con las vidas de sus familiares. 

Después de más de cuarenta años de fallecido el dictador y tras doce de haberlo intentado, mientras esos papeles seguían su proceso de deterioro sin ningún interés por restaurarlos para que perduren como testimonio de la ignominia, María siente hoy la lógica alegría por haber logrado su propósito y la pena de que su padre no haya podido ver el documento por el cual segaron la vida de su progenitor. 

Cada una de las familias con víctimas del franquismo entre sus ascendientes debería haber dispuesto de la memoria escrita que dictó su muerte desde el mismo momento de su reclamación. Es lo mínimo que cabe esperar de un Estado que durante decenios ha mantenido y mantiene enterrados en el olvido, sin nombre ni rastro, a miles de los represaliados que constan en esos papeles. Olvido sobre olvido contra la memoria democrática de España. Y esto en un país que forma parte de hecho desde hace muchos años de la Unión Europea.

He de insistir siempre, en este sentido, que el régimen franquista fue condenado por la Asamblea Permanente del Consejo de Europa hace catorce años, casi tantos como los que le ha costado a María Torres tener consigo ese importante expediente que hace honor a la memoria de su abuelo Arturo.

              DdA, XVI/4432             

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