jueves, 13 de febrero de 2020

LA EUTANASIA TAMBIÉN SE LLAMA LIBERTAD


Ana Cuevas

Hay algo que debería quedar claro a estas alturas: ¡Vamos a morir todos!. Como decía mi abuelita, ninguno permanece de simiente de rábanos en este valle de pocas sonrisas y muchas lágrimas. Antes de nacer, tampoco estábamos. Y que yo recuerde, no dolía. Lo importante es lo que pasa entre una nada y otra. Eso que llamamos vida. Por puro instinto, nos agarramos a ella como una garrapata hasta en las condiciones más adversas. Sin embargo, a mi modesto entender, la vida es un derecho no una obligación que nadie pueda imponernos por la fuerza.
El debate sobre la eutanasia está superado por la mayoría de la sociedad española. No así para algunos polichinelas que se aferran a posicionamientos anti-natura para defender sus boludeces.
Porque creo en la libertad, puedo comprender la postura de quienes, a pesar de sufrir enfermedades crueles y dolorosas, optan por apurar el último suspiro de forma "natural" (si como natural se entiende padecer una lenta agonía). Sus motivos, ya sean religiosos o de otro tipo son tan válidos como los de los que queremos poder decidir en qué momento hacer un mutis por el foro.
Porque con tanto histrionismo fascistoide vociferando sobre la "solución final" o un plan de exterminio del gobierno para recortar en gastos de pensiones, se puede llegar a la conclusión de que la eutanasia será obligatoria. Y resulta que no oye. Que cada cual podrá optar por apearse del mundo, o no, sin ningún tipo de coacción.
Dice mi prima Díaz Ayuso que la muerte no es digna, es muerte. ¡No se como hemos sobrevivido hasta ahora sin la sabiduría de la bloguera del perro "Pecas"!  Hay que vivir con dignidad hasta el último suspiro- añadió este cráneo privilegiado. 
Por una vez, sin que sirva de precedente, le voy a dar la razón argumentando un poquillo. Al final de la vida nos espera la Parca y la mejor forma de dignificar nuestra existencia es poder elegir de que forma vamos a entregarnos a ella. 
En unos meses se cumplirá el cuarto aniversario del día en que mi querido amigo Antonio Aramayona presentó la dimisión de este planeta. Tuve el inmenso privilegio de ser testigo directo del final de una vida grande y digna. En el documental rodado por Ion Sistiaga "Y al final, la muerte" , Antonio quiso hacer públicos sus motivos por una sola razón: allanar el camino de los que vamos detrás. Un luchador como él murió desafiando el terrible destino que sus muchos males le habían pergeñado. Se fue cuando quiso y como quiso. Enseñándole la lengua al barquero de Caronte al negarse a pagar el cruel peaje que la enfermedad le exigía.
¡Pura lección de dignidad! ¡Pura vida! Algunos muertos tienen estas cosas. En vez de diluirse como el sueño de una sombra, nos inyectan un chute de energía para seguir batallando contra la sinrazón y la injusticia. Hoy te siento más que nunca amigo mío. Nuestra utopía compartida. Intentar empujar un mundo nuevo aunque ya no andemos por aquí para poder verlo.
No me voy a cebar con la ironía de que los que vomitan odio contra este derecho son los mismos que apoyaron los recortes en sanidad y ayudas a la dependencia. Los que decidieron que los jubilados se debían pagar los medicamentos con sus pensiones de mierda o que aplaudieron los desahucios de familias enteras provocando que, más de uno, hiciera el salto del ángel desde una azotea.
Hace falta mucha maldad y muy poca vergüenza.
Pero hoy no es su día. Hoy es el día de todos los héroes y heroínas que fueron precursores para abrirnos esa puerta, que nunca es giratoria, poniéndose las leyes y los dioses por montera.
Gracias a ellos, cada cuál podremos ejercer el derecho de enfrentar de una u otra forma la guadaña. 
Se llama libertad. E igual que la eutanasia, tampoco es obligatoria. 

            DdA, XVI/4406        

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