—Es muy difícil mantener el equilibrio en esta situación. Pepa está
encantada con las muestras de afecto. Pero lo pasa muy mal. Ante todo
quiere preservar su derecho a olvidar, y en este caso es complicado, más
con todo este cariño que suscita. Pero es mi mujer, mi niña, y cuando
le viene ese velillo de tristeza por los ojos a mí se me parte el alma.
Mira que ella es incapaz de hacer un mal gesto y sabe que el Goya de
Honor es un reconocimiento y lo agradece, y se recogerá, como es lógico.
Pero es que cada vez que aparece por algo o surge por algo, siempre
tiene que entrar uno que te joda la vida. Y en el caso de mi Pepita es
que no hay nadie ni nada, ni cheque en el mundo, que la cambie. Ni
siquiera estas semanas que nos han ofrecido un dineral, hasta, mira…,
repugnante, pero es que no hay nada, repito, ni para aclarar todas esas
tribulaciones y el mal rollo, que pueda hacer regresar en ella esos
momentos jodidos. El hecho de hablar contradice su elección de ser
alguien no público: no desea crear malentendidos. Y eso es. Explícalo de
la mejor forma que puedas, por favor. Ella ha ido solventando la vida
sin dolor y sería tremendo volver otra vez a revivir cosas. Nada, no
queda otra salida que la normalidad. De esa boca no va a salir una
palabra. Porque todo el mundo quiere hablar de su pasado. ¿A que de ella
no os interesa el futuro? Y no lo tomes como un gesto de egolatría,
¡qué va! Todo lo contrario. Hace 35 años decidió que no hablaría y es
complicado. Tú a mí llámame las veces que quieras, a tu disposición, a
vuestra disposición siempre, pero ella nada.
DdA, XVI/4386
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