Independientemente de la gestión que pueda hacer o no hacer el vicepresidente segundo del recién estrenado Gobierno de España bajo la jefatura de Pedro Sánchez, todos hemos podido ver lo que ha hecho Pablo Iglesias a la llegada a la sede del ministerio donde tendrá su despacho. El vídeo se ha difundido por las redes sociales y está al alcance de cualquiera que pueda sentir curiosidad por apreciar el nuevo estilo del vicepresidente al acceder a su lugar de trabajo.
Quienes sean o hayan sido funcionarios, pocas veces -más bien ninguna, me atrevo a asegurar- habrán tenido oportunidad de ser visitados por el titular del departamento. En esta ocasión, como vicepresidente de Asuntos Sociales, Iglesias saludó y dialogó con los empleados públicos del Ministerio de Sanidad, pues su despacho será el que antes ocupaba la ministra María Luisa Carcedo, compartiendo espacio en ese mismo edificio del Paseo del Prado con el ministro de Consumo, Alberto Garzón.
A partir de la experiencia que tengo como trabajador público a lo largo de muchos años, puedo asegurar que el gesto de Pablo Iglesias habrá sido muy reconfortante para la mayoría del personal. Nunca he tenido oportunidad de estrechar la mano de un ministro, a pesar de haber trabajado veinte años en un centro periférico del Ministerio de Cultura por el que pasaron hasta cinco o seis ministros en visita oficial, no siendo más de treinta las manos a estrechar del personal del mismo.
A juzgar por las imágenes del vídeo aludido, les puedo asegurar que la reacción de los trabajadores visitados y saludados por el vicepresidente Iglesias es muy distinta a la que experimentábamos los trabajadores ignorados por unos y otros ministros de Cultura, de uno u otro partido. Mientras lo primero estimula y puede llegar a provocar emotivos encuentros -como pudimos apreciar-, lo segundo deja una sensación muy distinta que está entre el menosprecio y el ninguneo, nada provechosa para nadie.
DdA, XVI/4381
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