viernes, 31 de enero de 2020

ISABEL GARCÍA, LA VIUDA BERCIANA DE UN MINERO TORTURADO

Sinceramente conmovido por la sobria y directa exposición del testimonio que Sara Martínez  recoge en la web MeprestaelBierzo.com, teniendo como protagonista a una anciana vecina de aquella comarca, Isabel, que pronto cumplirá un siglo con la memoria muy entera:

Sara Martínez Rodríguez
El bastón apoyado entre las piernas, la espalda recta, el pelo blanco perfectamente atusado y el pañuelo anudado al cuello. Isabel García tiene chispa y ese humor que nace del coraje. “La vida no fue muy de rosas”, dice, pero lo dice riendo, y ahí surge la magia. Ella es una de tantas, mujeres recias, pilares de familia, sostén inquebrantable, tierra firme. La mina, los hijos, “tuve nueve y crié siete”, la pérdida, la dictadura, la represión, la detención del marido, la cárcel, el trabajo, la enfermedad, la casa, “desde aquí, desde Lillo, íbamos a lavar a Bárcena”, ¿cuándo tuvo la primera lavadora?, ríe de nuevo, “ya no me acuerdo”. Si la vida, como decía García Márquez, no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla, Isabel hace memoria para nosotros.

Isabel García (primera por la derecha en la fila inferior) y Andrés González (primero por la izquierda fila inferior) junto a sus hijos
“Mi niñez fue bastante buena, luego ya cambió”, dice. Nació en Bárcena de la Abadía el 10 de agosto de 1923. “Era muy saltarina, muy bailarina, jugábamos a la comba, a las habas, a todo, y en Bárcena, cuando era pequeña, salían todos a la cantina, mujeres y hombres”. Recuerda con cariño a Don Tomás, el maestro, “su mujer, doña Tomasa, daba clase en Lillo. Él era muy de izquierdas, nos enseñó mucho. Iba a cenar a las casas y aprovechaba para dar clase a la gente mayor, todos sabían leer y escribir gracias a él”. En las últimas elecciones, recuerda, “todo el mundo votó al Frente Popular, todo menos uno, mi padrino”.
Tenía trece años cuando estalló la guerra y a los 14 dejó la escuela. Fue entonces a pedir trabajo a la mina, “íbamos dos y le preguntamos al jefe, vale, nos dijo, pero tenéis que dejarme que os toque las tetitas”, echaron a correr como alma que lleva el diablo. Correr o aceptar, no había más opciones, lo de callar estaba claro. Pasó un tiempo y regresaron, había que trabajar y por suerte, cayeron con otro que no pidió favores a cambio. “El primer día nos dieron una pala y un pico y empezamos a hacer una base para los pilastres. Después estuve en la Jarrina embragando baldes y luego en La Recuelga en el caballete 8, el más alto de la línea”. No estaba sola, allí trabajaban muchísimas mujeres, ninguna afiliada.
“Vinieron a casa y se lo llevaron a Ponferrada. Cuando salió de la comisaría a la cárcel no podía ni andar, le habían machacado hasta las uñas de los pies, pero aguantó”, cuenta de su marido 
¿Y la vida tras la guerra? “Fue todavía peor, entraban en las casas cerradas, se llevaban lo que les interesaba y el resto lo quemaban. Aquí la falange fue criminal. Una vez mataron en Guímara a siete, a siete en una mañana. Era tremendo”. Lavando la ropa de los mineros en el río de Bárcena conoció a Andrés González Martínez. “Me empezó a hablar. De aquella los chicos eran muy brutos pero Andrés era tan suave… Y a los 18 me quedé embarazada no sé de qué forma” y ríe otra vez. “Se me vino el mundo encima porque en aquellos tiempos, imagínate”. Pero Isabel y Andrés se casaron “y nos vinimos a Lillo sin un real, a pelear y a tirar pa’lante”. Con 24 años y tres hijos Isabel enfermó. “Me quitaron un riñón y me dijeron que me moriría, pero después de eso tuve cuatro hijos más todavía”, sentencia orgullosa.
Con unas pésimas condiciones de trabajo, la ausencia de medidas de seguridad, la falta total de derechos laborales y un sueldo que no daba ni para comer, la huelga era inevitable.  Y la hubo, no una sino muchas, las huelgas mineras del 62, las más grandes del franquismo, pusieron al régimen en apuros. “Vinieron a casa y se lo llevaron a Ponferrada, a la comisaría. Yo le llevaba leche y mantas pero nunca le llegaban. Cuando salió de la comisaría a la cárcel no podía ni andar, le habían machacado hasta las uñas de los pies, pero aguantó. Llevó los palos pero se calló”. A Andrés lo detuvieron en el 63 acusado de andar con propaganda, “y era verdad”. Ya le tenían echado el ojo, afiliado al PCE, “cuando venían los del monte les arreglaba algunos papeles para que pasaran a Francia. Y mientras trabajó en la mina nunca quiso ser vigilante, decía que para estar bien con los mineros no podías estar bien con el capataz”.
Enfermo de silicosis, Andrés falleció hace años. “Después de él morir fui con mis hijos a Cuba, a Estados Unidos y a Venezuela”. Apoyada en su bastón con la mente lúcida y la cabeza alta,  Isabel continúa mirando al frente.

Isabel García(segunda por la izquierda) en la boda de su hija mayor

Isabel García con su marido, Andrés y unos amigos

Isabel García (primera por la derecha en la fila inferior), junto a su familia y su marido (segundo por la izquierda fila superior)

Isabel García

Isabel García (primera por la derecha)

Las mujeres lavando. Isabel García es la segundo por la izquierda

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