miércoles, 4 de diciembre de 2019

GIJÓN, OCTUBRE DE 1937: UN BURRO ERRABUNDO ANTE LA INIQUIDAD


Félix Población

La fotografía está fechada el 22 de octubre de 1937, poco después de la ocupación de Gijón por las tropas facciosas un día antes. Los escombros que se observan pertenecen a la antigua iglesia de San José y el humo oscuro que cubre el cielo se debe a los incendios que la aviación nazi provocó al bombardear los depósitos de Campsa, en el extrarradio de la ciudad, cerca de la Fábrica de acero de Moreda. Discurrían los últimos día del Gijón republicano, tan dolorosos para mi joven madre en la modesta casa campesina, cuyas paredes temblaban ante el no muy distante impacto de las explosiones.

En primer plano observamos a un gijonés de cierta edad, con boina, que pasea con las manos en el bolsillo en actitud distendida. A otros, al fondo, también se les nota un tanto ociosos. Aunque a muchos más les preocupe lo que el fin de la guerra va a traer consigo para quienes se opusieron a las tropas sublevadas, Gijón se ve libre por fin de los frentes de combate en los que sigue y seguirá buena parte del país. Con la ciudad asturiana cayó el último reducto en el norte de la segunda República, quince meses después del inicio del conflicto armado. 

Aparte de lo que ese humo negro representa como aciago fondo escénico de una imagen de guerra, lo que más me ha llamado la atención es la presencia de ese asno avanzando por el asfalto, con el ronzal roto y sin que ninguna persona parezca que lo acompañe en su  andanza urbana. ¿De dónde viene y adónde se dirige? ¿Se habrá escapado de una cuadra campesina, espantado por la explosión próxima de la metralla? 

No se al lector pero a mí ese burro gijonés sin nadie que lo guíe por una ciudad bombardeada me produce una honda desolación. Leí una vez que varias especies de primates, perros y ratas han demostrado que expresan alguna clase de respuesta conductual ante la iniquidad. Ignoro si a los burros, a los que siempre he tenido mucho respeto, por  inteligentes, cautelosos, amistosos, juguetones e interesados en aprender, les ocurre algo parecido, que bien podría ser para quienes aprendimos a leer con el Platero de Juan Ramón Jiménez y los tenemos en mucha estima.

 Ese asno de la foto parece errabundo y pesaroso ante la iniquidad, y puede que también dubitativo ante la posibilidad de que los humanos no aprendan de lo horrores que generan en cuanto los ciega el viento del olvido, ese que no deja de azotarnos, impulsado por el tiempo que pasa.

PS. Sobre la intelegencia del burro, conviene leer al creador de Burrolandia, Asociación de Amigos del Burro.

                    DdA, XV/4356             

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