
Imagen: AFP
Atilio A. Boron
Página/12
La
tragedia boliviana enseña con elocuencia varias lecciones que nuestros
pueblos y las fuerzas sociales y políticas populares deben aprender y
grabar en sus conciencias para siempre. Aquí, una breve enumeración,
sobre la marcha, y como preludio a un tratamiento más detallado en el
futuro.
Primero, que por más que se administre de modo
ejemplar la economía como lo hizo el gobierno de Evo, se garantice
crecimiento, redistribución, flujo de inversiones y se mejoren todos los
indicadores macro y microeconómicos la derecha y el imperialismo jamás
van a aceptar a un gobierno que no se ponga al servicio de sus
intereses.
Segundo,
hay que estudiar los manuales publicados por diversas agencias de EEUU y
sus voceros disfrazados de académicos o periodistas para poder percibir
a tiempo las señales de la ofensiva. Esos escritos invariablemente
resaltan la necesidad de destrozar la reputación del líder popular, lo
que en la jerga especializada se llama asesinato del personaje
(“character assasination”) calificándolo de ladrón, corrupto, dictador o
ignorante. Esta es la tarea confiada a comunicadores sociales,
autoproclamados como “periodistas independientes”, que a favor de su
control cuasimonopólico de los medios taladran el cerebro de la
población con tales difamaciones, acompañadas, en el caso que nos ocupa,
por mensajes de odio dirigidos en contra de los pueblos originarios y
los pobres en general.
Tercero, cumplido lo anterior llega
el turno de la dirigencia política y las elites económicas reclamando
“un cambio”, poner fin a “la dictadura” de Evo que, como escribiera hace
pocos días el impresentable Vargas Llosa, aquél es un “demagogo que
quiere eternizarse en el poder”. Supongo que estará brindando con
champagne en Madrid al ver las imágenes de las hordas fascistas
saqueando, incendiando, encadenando periodistas a un poste, rapando a
una mujer alcalde y pintándola de rojo y destruyendo las actas de la
pasada elección para cumplir con el mandato de don Mario y liberar a
Bolivia de un maligno demagogo. Menciono su caso porque ha sido y es el
inmoral portaestandarte de este ataque vil, de esta felonía sin límites
que crucifica liderazgos populares, destruye una democracia e instala el
reinado del terror a cargo de bandas de sicarios contratados para
escarmentar a un pueblo digno que tuvo la osadía de querer ser libre.
Cuarto:
entran en escena las “fuerzas de seguridad”. En este caso estamos
hablando de instituciones controladas por numerosas agencias, militares y
civiles, del gobierno de Estados Unidos. Estas las entrenan, las arman,
hacen ejercicios conjuntos y las educan políticamente. Tuve ocasión de
comprobarlo cuando, por invitación de Evo, inauguré un curso sobre
“Antiimperialismo” para oficiales superiores de las tres armas. En esa
oportunidad quedé azorado por el grado de penetración de las más
reaccionarias consignas norteamericanas heredadas de la época de la
Guerra Fría y por la indisimulada irritación causada por el hecho de que
un indígena fuese presidente de su país. Lo que hicieron esas “fuerzas
de seguridad” fue retirarse de escena y dejar el campo libre para la
descontrolada actuación de las hordas fascistas --como las que actuaron
en Ucrania, en Libia, en Irak, en Siria para derrocar, o tratar de
hacerlo en este último caso, a líderes molestos para el imperio-- y de
ese modo intimidar a la población, a la militancia y a las propias
figuras del gobierno. O sea, una nueva figura sociopolítica: golpismo
militar “por omisión”, dejando que las bandas reaccionarias, reclutadas y
financiadas por la derecha, impongan su ley. Una vez que reina el
terror y ante la indefensión del gobierno el desenlace era inevitable.
Quinto, la seguridad y el orden público no debieron
haber sido jamás confiadas en Bolivia a instituciones como la policía y
el ejército, colonizadas por el imperialismo y sus lacayos de la derecha
autóctona. Cuando se lanzó la ofensiva en contra de Evo se optó por una
política de apaciguamiento y de no responder a las provocaciones de los
fascistas. Esto sirvió para envalentonarlos y acrecentar la apuesta:
primero, exigir balotaje; después, fraude y nuevas elecciones;
enseguida, elecciones pero sin Evo (como en Brasil, sin Lula); más
tarde, renuncia de Evo; finalmente, ante su reluctancia a aceptar el
chantaje, sembrar el terror con la complicidad de policías y militares y
forzar a Evo a renunciar. De manual, todo de manual. ¿Aprenderemos
estas lecciones?
DdA, XV/4335
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