Abel Ros
Desde que escribo en las líneas de este blog (El rincón de la crítica), suelo recibir mensajes de
periodistas americanos. Me preguntan sobre temas de política
internacional. Hoy, sin ir más lejos, he recibido un correo de Ricardo, un columnista de un medio mexicano. Sorprendido por el ascenso de Vox, quería saber por qué en esta orilla del charco triunfaba el populismo ultraliberal. No entendía por qué las brisas de Trump calaban
en nuestra tierra. Por qué aquí, con un Estado de Bienestar generoso –
en contraste con el sistema de Estados Unidos – había tanto recelo
contra los inmigrantes. Trump consiguió, con su discurso anti mexicano,
movilizar a las clases medias de la América vaciada. Una América rural
que temía – por las políticas llevadas a cabo por Obama – el
empoderamiento laboral de los latinos. Ese temor, a que el otro les
robara la comida, hizo posible que el discurso mercantilista ganase por
goleada.
En España, las tornas son distintas. Aquí, a
diferencia de Estados Unidos, tenemos un Estado de Bienestar universal.
Un sistema que no deja a nadie en la cuneta. Y un sistema – junto con el
colchón familiar – que hace menos visible la miseria de la pobreza. Las
prestaciones asistenciales permiten que las situaciones de desempleo,
enfermedad o accidente, por ejemplo, no sean tan crudas como en los
Estados Unidos. Así las cosas, el miedo a un empoderamiento laboral, por
parte de los inmigrantes, no es un argumento suficiente para explicar
el ascenso de la ultraderecha. Es precisamente el Estado del Bienestar, y
no el mercado, el que explica parte de lo ocurrido. Mientras en la
América de Trump se teme al robo del puesto de trabajo aquí – en la
Hispania ingobernable – se teme por el deterioro del Estado del
Bienestar. Un deterioro – según las lenguas de las calle – ocasionado
por quienes consumen servicios públicos y no contribuyen a su
sostenimiento.
Esta situación – de aparente injusticia social – es la que explica por
qué muchas papeletas han cambiado de color el día de las urnas. Esta
percepción negativa, de una supuesta "inmigración privilegiada" que se
adueña de nuestro Estado del Bienestar, contribuye a afianzar el
patriotismo. Esta visión – retrógrada y egoísta – se convierte en un
tóxico para la convivencia. Un tóxico que se traduce en el auge de la
violencia callejera y etnocentrismo cultural. La visión de la
inmigración como amenaza es el lubricante que une el éxito de Trump con
los populismos europeos. Ante esta situación, la crítica intelectual no puede pasar de puntillas. Es necesario que desde las trincheras de la izquierda se
derriben, de una vez por todas, los muros del credo ultraliberal. El
Estado del Bienestar supone la supremacía de la igualdad en detrimento
de la libertad. El inmigrante, como portador de dignidad, no se merece
un trato diferente. Y no se lo merece, faltaría más, porque sino
estaríamos cabalgando hacia atrás. Estaríamos retrocediendo hacia etapas
olvidadas. Etapas donde los extranjeros eran ciudadanos de segunda.
DdA, XV/4343
No hay comentarios:
Publicar un comentario