miércoles, 20 de noviembre de 2019

DERRIBAR LOS MUROS DEL CREDO NEOLIBERAL


Abel Ros

Desde que escribo en las líneas de este blog (El rincón de la crítica), suelo recibir mensajes de periodistas americanos. Me preguntan sobre temas de política internacional. Hoy, sin ir más lejos, he recibido un correo de Ricardo, un columnista de un medio mexicano. Sorprendido por el ascenso de Vox, quería saber por qué en esta orilla del charco triunfaba el populismo ultraliberal. No entendía por qué las brisas de Trump calaban en nuestra tierra. Por qué aquí, con un Estado de Bienestar generoso – en contraste con el sistema de Estados Unidos – había tanto recelo contra los inmigrantes. Trump consiguió, con su discurso anti mexicano, movilizar a las clases medias de la América vaciada. Una América rural que temía – por las políticas llevadas a cabo por Obama – el empoderamiento laboral de los latinos. Ese temor, a que el otro les robara la comida, hizo posible que el discurso mercantilista ganase por goleada.
En España, las tornas son distintas. Aquí, a diferencia de Estados Unidos, tenemos un Estado de Bienestar universal. Un sistema que no deja a nadie en la cuneta. Y un sistema – junto con el colchón familiar – que hace menos visible la miseria de la pobreza. Las prestaciones asistenciales permiten que las situaciones de desempleo, enfermedad o accidente, por ejemplo, no sean tan crudas como en los Estados Unidos. Así las cosas, el miedo a un empoderamiento laboral, por parte de los inmigrantes, no es un argumento suficiente para explicar el ascenso de la ultraderecha. Es precisamente el Estado del Bienestar, y no el mercado, el que explica parte de lo ocurrido. Mientras en la América de Trump se teme al robo del puesto de trabajo aquí – en la Hispania ingobernable – se teme por el deterioro del Estado del Bienestar. Un deterioro – según las lenguas de las calle – ocasionado por quienes consumen servicios públicos y no contribuyen a su sostenimiento.
Esta situación – de aparente injusticia social – es la que explica por qué muchas papeletas han cambiado de color el día de las urnas. Esta percepción negativa, de una supuesta "inmigración privilegiada" que se adueña de nuestro Estado del Bienestar, contribuye a afianzar el patriotismo. Esta visión – retrógrada y egoísta – se convierte en un tóxico para la convivencia. Un tóxico que se traduce en el auge de la violencia callejera y etnocentrismo cultural. La visión de la inmigración como amenaza es el lubricante que une el éxito de Trump con los populismos europeos. Ante esta situación, la crítica intelectual no puede pasar de puntillas. Es necesario que desde las trincheras de la izquierda se derriben, de una vez por todas, los muros del credo ultraliberal. El Estado del Bienestar supone la supremacía de la igualdad en detrimento de la libertad. El inmigrante, como portador de dignidad, no se merece un trato diferente. Y no se lo merece, faltaría más, porque sino estaríamos cabalgando hacia atrás. Estaríamos retrocediendo hacia etapas olvidadas. Etapas donde los extranjeros eran ciudadanos de segunda.

                 DdA, XV/4343              

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