sábado, 12 de octubre de 2019

¿NO NOS DEBERÍA DAR VERGÜENZA EXHIBIR ARMAS DE MUERTE EN TIEMPOS DE PAZ?

 El desfile del Día de las Fuerzas Armadas
supone cada año un millón de euros, más o menos.

José Ramón Ripoll

Hace un par de días, cruzando la madrileña Plaza de la Cibeles, pude observar cómo una escuadrilla de aeronaves atravesaba el cielo, posiblemente ensayando su papel en un próximo desfile militar para conmemorar algún festejo patriótico. Bombarderos, cazas, aviones de reconocimiento y helicópteros en formación sobrevolaban la ciudad a pocos metros de altura, llamando la atención de los paseantes, no sólo por la inesperada presencia de estos objetos bélicos sobre sus cabezas, sino por el estruendo que la inesperada aparición provocaba. No pude dejar de pensar en la guerra, en aquel Madrid bombardeado desde los aires, edificios derruidos, sirenas anunciadoras del peligro inminente, gente refugiándose en los sótanos y en el hueco de las escaleras, niños sin saber bien lo que ocurría, ancianos a la espera tal vez de que un obús acortara sus vidas y acabase de una vez con toda esa barbarie. ¿Qué sentirán los niños que han vivido una guerra y han tenido que abandonar sus casas y países huyendo de la destrucción al contemplar tal simulacro? Los imagino muertos de espanto, escondiendo sus cabecitas, mientras se preguntan qué hacen aquí otra vez los aviones que rasgaron su infancia en mil pedazos. Creo que todo país tiene derecho a defenderse, y en un mundo armado hasta los dientes, es de obligado cumplimiento mantener un ejército bien equipado que pueda hacer frente a posibles agresiones externas. Pero da vergüenza hacer exhibiciones de objetos de matar en tiempos de paz. No es ético ni estético, ni mucho menos moral, cuando la historia de la humanidad está escrita con la sangre vertida por tantos millones de inocentes enterrados en fosas comunes o cuya anónima memoria se reduce al perverso eufemismo bautizado como «daños colaterales». No es justo medir el patriotismo ciudadano por la asistencia a las paradas militares o por los fervorosos aplausos del público al paso de los lanzamisiles o a la estelar coreografía de una patrulla que tiñe la bóveda celeste con los colores de la bandera nacional. Si alguna vez necesitara una navaja para salvar mi vida estoy seguro de que no la enseñaría nunca a nadie y no sé ni siquiera si sería capaz de llevarla en el bolsillo.

                  DdA, XV/4303                

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