martes, 29 de octubre de 2019

EL NO-GREMIO DE LOS MÚSICOS


Hoy en día nos encontramos en un sistema que nos obliga a ser un ciudadano resueltamente promedio, ni totalmente incompetente hasta el punto de no poder funcionar, ni competente hasta el punto de tener una fuerte conciencia crítica”.

(Reseña en Diario del Aire del libro Mediocracia de Alain Deneault)


Alicia Población Brel

La suerte de poder estudiar en el extranjero para quien se lo puede permitir se está convirtiendo en una necesidad. Más si hablamos de las disciplinas artísticas. A día de hoy la enseñanza en los conservatorios públicos superiores de España sigue sin considerarse grado universitario. Lo que se espera de Holanda, donde sí lo es, y adonde van muchos músicos españoles, es que los centros traten con el debido respeto a quienes acuden a formarse.

A lo largo del año la programación de los conservatorios holandeses incluye diferentes proyectos. Durante estos días del año a los estudiantes se les exige toda su integridad discente y disponibilidad temporal casi completa, incluyendo horarios de comida y cena en muchas ocasiones. Sin embargo es sorprendente que por parte de la organización haya una notable falta de responsabilidad para con los músicos. Verse obligado a tocar con abrigo en ensayos y conciertos por falta de calefacción, la escasez de las comidas o la falta de trasporte a la hora de regresar a casa es algo intolerable, más cuando las entradas de los conciertos que hacemos posibles cuestan cerca de cuarenta euros. ¿Lo que nosotros nos llevamos? 150 míseros euros, no por tocar, sino por algo dudablemente legal como es programar actividades académicas en vacaciones escolares. Eso y un bocadillo de pavo.

Más allá de cómo se distribuya ese dinero, lo que llama la atención es la falta de queja por parte de los afectados. La queja real, me refiero, que durante el café todo el mundo está molesto. No hay nadie que se plantee no salir a tocar si se ha cenado una miseria o hace un frío horrible en el escenario. Se siguen cumpliendo horarios y vestimenta, y cuando alguien llama la atención sobre la injusticia se le mira, bien con pena, bien con paternalismo y se le deja solo.

¿A qué se debe esta falta de fuerza de grupo, de solidaridad, entre músicos? Como un espejo, una lupa, del mundo real, en la música también existe la falta de criterio y el miedo a las consecuencias. El “qué vas a hacer” como máxima y la aceptación de la falta de respeto. Desde pequeños hemos sido educados en un sistema competitivo que potencia la individualidad por encima del resto de cosas. En las artes esto se incrementa, prima lo personal, y la competitividad es contraria a la solidaridad. Esa indiferencia ante el frío y el hambre se alimenta del miedo y del ego y nos paraliza, nos vuelve pasivos y egoístas ante lo que sabemos que no es justo.

Y yo me pregunto, si somos capaces de mover la emoción tocando juntos, en orquesta o con nuestros grupos de cámara, ¿por qué nos cuesta tanto darnos la mano para luchar por lo que nos merecemos?

            DdA, XV/4322          

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