“Hoy en día nos encontramos en
un sistema que nos obliga a ser un ciudadano resueltamente promedio, ni
totalmente incompetente hasta el punto de no poder funcionar, ni competente
hasta el punto de tener una fuerte conciencia crítica”.
(Reseña en Diario del Aire del libro Mediocracia de Alain Deneault)
Alicia Población Brel
La suerte de
poder estudiar en el extranjero para quien se lo puede permitir se está
convirtiendo en una necesidad. Más si hablamos de las disciplinas artísticas. A
día de hoy la enseñanza en los conservatorios públicos superiores de España
sigue sin considerarse grado universitario. Lo que se espera de Holanda, donde
sí lo es, y adonde van muchos músicos españoles, es que los centros traten con
el debido respeto a quienes acuden a formarse.
A lo largo
del año la programación de los conservatorios holandeses incluye diferentes
proyectos. Durante estos días del año a los estudiantes se les exige toda su integridad discente y disponibilidad temporal
casi completa, incluyendo horarios de comida y cena en muchas ocasiones. Sin
embargo es sorprendente que por parte de la organización haya una notable falta
de responsabilidad para con los músicos. Verse obligado a tocar con abrigo en
ensayos y conciertos por falta de calefacción, la escasez de las comidas o la
falta de trasporte a la hora de regresar a casa es algo intolerable, más cuando
las entradas de los conciertos que hacemos posibles cuestan cerca de cuarenta
euros. ¿Lo que nosotros nos llevamos? 150 míseros euros, no por tocar, sino por
algo dudablemente legal como es programar actividades académicas en vacaciones
escolares. Eso y un bocadillo de pavo.
Más allá de
cómo se distribuya ese dinero, lo que llama la atención es la falta de queja por parte de
los afectados. La queja real, me refiero, que durante el café todo el mundo
está molesto. No hay nadie que se plantee no salir a tocar si se ha cenado una
miseria o hace un frío horrible en el escenario. Se siguen cumpliendo horarios
y vestimenta, y cuando alguien llama la atención sobre la injusticia se le
mira, bien con pena, bien con paternalismo y se le deja solo.
¿A qué se
debe esta falta de fuerza de grupo, de solidaridad, entre músicos? Como un
espejo, una lupa, del mundo real, en la música también existe la falta de
criterio y el miedo a las consecuencias. El “qué vas a hacer” como máxima y la
aceptación de la falta de respeto. Desde pequeños hemos sido educados en un
sistema competitivo que potencia la individualidad por encima del resto de
cosas. En las artes esto se incrementa, prima lo personal, y la competitividad
es contraria a la solidaridad. Esa indiferencia ante el frío y el hambre se
alimenta del miedo y del ego y nos paraliza, nos vuelve pasivos y egoístas ante
lo que sabemos que no es justo.
Y yo me
pregunto, si somos capaces de mover la emoción tocando juntos, en orquesta o
con nuestros grupos de cámara, ¿por qué nos cuesta tanto darnos la mano para
luchar por lo que nos merecemos?
DdA, XV/4322
No hay comentarios:
Publicar un comentario