Bergamín (segundo por la izquierda) en un mitin de la Alianza de Intelectuales Antifascistas
Félix Población
Con la mente bien
dispuesta y provista para hacer memoria (todo es como se recuerda, escribió
Valle-Inclán), y con un intenso y extenso caudal difícilmente superable de vivencias, semblanzas, relaciones, ediciones y editores, conocimiento, tertulias y lugares en relación con la vida literaria
española de los últimos sesenta años, el escritor, editor, bibliófilo, crítico
y pertinaz investigador de nuestra literatura más olvidada José Esteban acaba
de presentar en sociedad sus memorias.
Lo ha hecho bajo el pertinente título, sencillo, claro y corriente de Ahora que recuerdo (Ed. Reino de Cordelia). Las inicia con un visita al escritor noventayochista Pío Baroja, en el Madrid de mediados de los cincuenta del pasado siglo, cuando el autor llegó a la capital de la dictadura -contra la que se opuso como militante del Partido Comunista de España-, y las concluye seiscientas páginas más adelante con una definición del mismo escritor, con ocasión de lo que don Pío le dijo que eran sus propias memorias (Desde la última vuelta del camino): un poco de anécdota y un poco de chismografía. En el caso de Esteban, se ciñen además a la cita de José Moreno Villa, distinguiéndolas de la autobiografía en que en ellas se escamotea la indagación del yo, la confesión de la intimidad.
Lo ha hecho bajo el pertinente título, sencillo, claro y corriente de Ahora que recuerdo (Ed. Reino de Cordelia). Las inicia con un visita al escritor noventayochista Pío Baroja, en el Madrid de mediados de los cincuenta del pasado siglo, cuando el autor llegó a la capital de la dictadura -contra la que se opuso como militante del Partido Comunista de España-, y las concluye seiscientas páginas más adelante con una definición del mismo escritor, con ocasión de lo que don Pío le dijo que eran sus propias memorias (Desde la última vuelta del camino): un poco de anécdota y un poco de chismografía. En el caso de Esteban, se ciñen además a la cita de José Moreno Villa, distinguiéndolas de la autobiografía en que en ellas se escamotea la indagación del yo, la confesión de la intimidad.
Dicho esto, con el
añadido de que la voluminosa obra es más que recomendable por la
sensibilidad tipográfica de la edición y lo enjundioso y ameno del contenido, paso a uno
de los capítulos del anecdotario de las muchas figuras literarias que la integran a cuenta de una a la que
José Esteban conoció y quiso bien, y a
la que debe asimismo el título de sus recordaciones. Lo hago porque también entre
mis recuerdos personales, cuando empezaba a hacer vida estudiantil y
periodística en el Madrid de los setenta, la personalidad de José Bergamín me
resultó tan peculiar como atrayente, según tuve oportunidad de comprobar alguna vez en la Taberna del Alabardero,
próxima a su casa y al Teatro Real, a la que acudía.
A Bergamín le dedica
Esteban, además de muchas referencias a lo largo de sus copiosas y nutridas memorias, un
extenso capítulo bajo el titular “Una paradójica pasión española”, en el que se
glosa su trayectoria y carácter, así como se alude a algunos de sus libros, a
sus poemas, amistades y actividades, antes y durante la guerra, en la Transición y hasta sus últimos años de autoexilio y final de trayecto en el País
Vasco. Allí colaboró en varias publicaciones del nacionalismo abertzale, hasta su fallecimiento en Hondarribia (Fuenterrabía) en 1983.
Se trata de un escritor católico y
republicano, que presidió durante la Guerra de España la Alianza de
Intelectuales Antifascistas y el segundo Congreso Internacional de Escritores
para la Defensa de la Cultura, celebrado en 1937 en Valencia. Fue también quien
propuso a Pablo Picasso el encargo del Guernica para la Exposición
Internacional de París de ese mismo año. Se da el caso, con José Bergamín, de
que tomó por dos veces el camino del exilio: la primera, como
tantos otros escritores, artistas e intelectuales en 1939 -dejando al país
ayuno de cultura-, y la segunda en 1962 -después de haber regresado en 1958-,
cuando firmó un manifiesto en contra de la crueldad con la que fueron
reprimidas las huelgas mineras en Asturias. Regresó a Madrid en 1970, después
de que Manuel Fraga -impulsor de ese segundo exilio- dejara de ser ministro de
Información y Turismo.
Tal como recuerda José
Esteban, José Bergamín siempre negó la acuñada terminología de Generación del 27, a la que en sus
últimos años llamaba Generación del 27,
sociedad anónima. Para él se trataba de Generación
de la República. Cuando yo le conocí, a finales de los setenta, vivía en un
ático de la Plaza de Oriente, por lo que hubo de soportar las concentraciones
en homenaje a Franco que todavía se celebraban cada aniversario de su muerte,
algo en verdad insoportable para quien odiaba la dictadura y se sentía tan
profundamente republicano que solo se entiende ese sentimiento como un modo de
ser y de vivir. Por eso no encontró en aquel tiempo más publicación en la que
escribir regularmente que la revista Sábado
Gráfico, en la que -como pude comprobar como asiduo lector- denunciaba con
acerada crítica la Transición en marcha y la vuelta del tinglado de la antigua farsa.
Esta disconformidad o
inconformismo con el tránsito político llevado a cabo desde la dictadura a la
democracia, de la que participaron la mayoría de exiliados republicanos que yo pude tratar a su vuelta a España, no le
permitió más que escribir algunos artículos de vez en cuando en el periódico
más progresista de ese periodo, El País,
gracias a la recomendación de su amigo Javier Pradera. Podría haber recurrido
entonces como colaborador a un periodismo literario menos comprometido, pero
para Bergamín –como afirma Esteban- escribir era un santo oficio que siempre
ejerció hasta sus últimas consecuencia y sin ponerse límites, mucho menos
autocensuras o acomodamientos asertivos al entorno político o mediático vigentes.
Cuenta José Esteban que
el periódico de Prisa, que entonces dirigía José Luis Cebrián, quiso celebrar
su número 1.000 con una serie de destacadas colaboraciones que honrasen su cabecera, entre otras la de
don José, y que este, fiel a sus principios, aprovechó la ocasión para dar fe
de su republicanismo impenitente con un artículo titulado Del Rey abajo cualquiera…, artículo que no llegó a publicarse. En
su lugar, en cambio, sí apareció en la portadilla del suplemento
correspondiente un texto censurado y medio borrado, que le sirvió a Bergamín
para hacer uso de la mordacidad que lo caracterizaba y de cuya agudeza sabían
sus amigos. Tal mordacidad quedó estampada en una Carta al director -sección sumamente leída de ese periódico-, de la
que Esteban conserva copia, y que me parece una de las muchas páginas
interesantes que podemos leer en Ahora
que recuerdo. Se trata de un documento de indudable valor testimonial
acerca de la naturaleza de aquel tiempo de transición de nuestra historia
reciente, del que tuvieron constancia muchos otros exiliados a los que apenas se
les prestó tribuna en los medios de comunicación más conocidos. Dice Bergamín:
“Señor Director:
Quiero darle las
gracias muy de veras por la publicación que ha dado a mi artículo “Del Rey
abajo cualquiera…”, que le envié para el número milenario de su periódico,
contestando a su amable requerimiento, como otras veces hice. Lo envié al
encargado de su confección, Sr. De la Serna, conforme me indicaba en su carta.
Me ha sorprendido verlo
publicado en la primera página del suplemento memorable, ocupándola por entero.
Honor que no merezco. Y admiro la sutileza de su ingenio encargando a la
oportuna mano de un artista la negra censura que su juicio le merece; emborronándolo
para impedir su lectura y mostrando con ello su respeto a la “libre expresión
del pensamiento”; al mismo tiempo que su acatamiento y sumisión más rendidos y
devotísimos a la persona “sagrada e inviolable”, “graciosa y divina”, de Su Majestad.
De ese modo, esa extraña página se convierte en blasón o escudo, diría que
amparador y corroborativo, del periódico mismo y de la independencia que ofrece
a sus colaboradores. “Independiente de juicio y libertad de espíritu”, que dijo
Azaña.
Ha sido doble acierto
el suyo con esta página simbólica o, más bien, emblemática, tan significativa
para El País, periódico, como el país
mismo, “atado y bien atado” por el continuante consenso constitucional (o
genotípico) de la Monarquía.
Con mi felicitación y
agradecimiento. José Bergamín
P.D.-Espero, Sr.
Director, que publique en la sección de sus cartas esta mía íntegra pues es
breve. No hacerlo, no solamente podría parecer descortesía (rarísima en Vd.)
sino algo peor, mucho peor, y en consecuencia (¡oh mágica virtud del ripio!)
con su descortesía misma. Vale”.
*Artículo publicado hoy también en elsaltodiario.com
*Artículo publicado hoy también en elsaltodiario.com
DdA, XV/4294
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