martes, 17 de septiembre de 2019

POR TODAS LAS ASCENSIÓN MENDIETA DE ASTURIAS Y ESPAÑA

Recientemente la Universidad de Oviedo -cuyo mapa de fosas comunes se alberga en el diario EL COMERCIO- elevaba a 26.000 el número de víctimas de la posguerra en Asturias. Hagan cuentas y comparen, siempre teniendo presente que la esperanza de vida en nuestro país no supera los ochenta y tres años, y que la guerra, en el caso de Asturias, acabó hace ochenta y dos (21 de octubre de 1937). El panorama no es halagüeño.


Ascensión Mendieta, durante los trabajos de exhumación de su padre en el cementerio de Guadalajara. /EFE


Ascensión Mendieta, durante los trabajos de exhumación de 
su padre en el cementerio de Guadalajara. / EFE
Si no se la conocía, uno podía llegar a pensar que Ascensión Mendieta era pequeña y frágil. Así, al menos, era su cuerpo, pero por contra Ascensión era obstinada y constante, amable en las formas pero firme en el pensamiento e insobornable en su dolor. Un dolor fraguado a lo largo de ocho décadas y que, a pesar de su profundidad, no se había transformado ni en ira ni en venganza. Ascensión Mendieta no abría heridas, pero se negaba a que le obligasen a comulgar con que la suya permaneciera abierta. Fue ella la que abrió la puerta a los asesinos de su padre, Timoteo Mendieta, que se lo llevaron a fusilar -sin juicio, ni abogado, ni sentencia- a Guadalajara en una noche otoñal de 1939. Ella, apenas una cría, no podía entender que su padre hubiera hecho nada que mereciera la muerte, porque pocas cosas la merecen. Salvo en aquellos años. Mendieta había sido alcalde de Almunia de Tajuña y militaba en la UGT. Suficiente.
Ha muerto Ascensión Mendieta habiendo logrado el sueño al que consagró su vida. A los 93 años y ante la apatía más vergonzante de un estado que aún cuenta en su haber, a ochenta años del final de la Guerra Civil y pocos menos de su cruenta posguerra, con más de ciento quince mil Timoteos de los que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha podido exhumar tan solo a una mínima parte. Si se reduce la estadística a las intervenciones impulsadas por el sistema judicial, aún menos. Solo el año 2019 ha visto morir ya a los dos pioneros de la 'querella argentina', iniciada por el gallego-argentino Darío Rivas -quien falleció en abril, a los 99 años- y seguida por Ascensión, cuyo corazón ha dejado de latir ahora, a los 93. Hace cinco, casi frisando la noventena, esta mujer menuda se subió a un avión para pedirle a la justicia argentina lo que la española ignoraba: que le permitieran recuperar los huesos de su padre, enterrado en una fosa común junto a decenas de represaliados, para darle la sepultura familiar que sus asesinos le pidieron tener. Un deseo tan sencillo como incómodo, a tenor de las dificultades que a lo largo de una vida casi centenaria, media de ella en democracia, se fue encontrando para cumplirlo.
El éxito de la gesta de Ascensión Mendieta pudo verse materializado en julio de 2017 y las imágenes hablan por sí solas: una anciana nonagenaria que vela a su padre. Su caso se ha convertido, desde entonces, en el emblema de la lucha por los derechos de los familiares de las víctimas de la posguerra franquista, pero conviene también que los frondosos árboles que plantó la historia de aquel alcalde de Almunia de Tajuña fusilado en el otoño del 39 no impidan ver el bosque de una realidad que no siempre termina bien. Afirma Derek Congram, quien comenzó buscar los restos de las víctimas de la masacre de Srebrenica tan solo cuatro años después de que esta se perpetrase, que de más de ocho mil muertes documentadas solo han podido localizarse unos siete mil cuerpos.
En España, la imposición del silencio por ley a lo largo de cuarenta años de dictadura y el poso que este dejó hasta ya bien avanzada la democracia -cuesta pensar, incluso hoy, en pleno 2019, si cabe hablar de ese olvido intencionado en pasado-; la falta de registros documentales fiables (en el caso de Timoteo Mendieta un error en el listado original de víctimas, que situaba su cuerpo en la fosa 2 del cementerio de Guadalajara, complicó los trabajos durante meses: finalmente fue encontrado en la fosa 1) y el avance imparable de las lenguas de asfalto o incluso de la construcción de establecimientos dudosamente bien intencionados sobre fosas comunes (una cochiquera, en el caso de El Rellán, en Grau) hacen temer lo peor a los voluntarios de la ARMH cuando se enfrentan a nuevas búsquedas. Si no la mayor parte, gran número de ellas terminan sin resultados concluyentes. Los cuerpos, simplemente, no están. Han desaparecido o, sencillamente, nunca estuvieron donde la tradición oral, a veces inexacta, siempre los ha situado. La falta de ayuda estatal complica aún más unos trabajos que son financiados por las cuotas de los socios de la asociación, la buena voluntad de quienes dan su trabajo gratis a cambio de nada, alguna pequeña intervención casual de los ayuntamientos, donaciones o la ayuda desinteresada del sindicato noruego -¡noruego!- Elogit.
Y muchas Ascensiones Mendietas, de las pocas que aún siguen quedando, y muchos Daríos Rivas no ven nunca cumplido un deseo en el que no media ni el odio ni el ánimo de venganza. En mayo de 2017, mientras un equipo de ARMH se afanaba en buscar los restos de Timoteo Mendieta en Guadalajara, otros dos, en colaboración con la Sociedad de Ciencias Aranzadi, hicieron lo propio en Bañugues y en Pravia. Se buscaban seis cuerpos; aparecieron dos. Recientemente, una nueva intervención en Teverga, donde se ha podido documentar las evidencias de un fusilamiento, finalizó su primera fase también sin resultados. Mientras tanto, esa mujer tan grande, en el alma, como un roble, que se llamaba Ascensión Mendieta, ha finalizado su tránsito por la vida. Recientemente la Universidad de Oviedo -cuyo mapa de fosas comunes se alberga en EL COMERCIO- elevaba a 26.000 el número de víctimas de la posguerra en Asturias. Hagan cuentas y comparen, siempre teniendo presente que la esperanza de vida en nuestro país no supera los ochenta y tres años, y que la guerra, en nuestro caso, acabó hace ochenta y dos. El panorama no es halagüeño.

                  DdA, XV/4279               

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