sábado, 31 de agosto de 2019

MI ABUELA ESTRELLA, TERRENAL Y RUTILANTE COMO UNA MADRE

La imagen puede contener: 1 persona

Max Álvarez

Si digo que alguna vez hasta la llamaba “Estrella” –aunque lo habitual era ¡buela!- imaginaréis una estrella cualquiera, perdida en el transparente cielo de una noche de verano; como mucho alguno puede que le venga a la mente la Estrella Polar o la de Oriente, pero esta era una estrella mucho más terrenal y valiosa, particular, rutilante… ¡fue y sigue siendo mi abuela!
Si os cuento que era anciana aún antes de ser vieja, sospecharéis que se trataba de una mujeruca arrugada, rancia y encogida… pero esa que imagináis no será ella. Si relato que solía peinar de moño su pelo blanco un poco rizado, apuesto algo a que veréis una abuela con moño alto, pero dudo mucho que logréis acertar con el parecido.
Seguramente no adivinaréis –si no yo no os lo cuento- que tenía unos ojos grandes y pardos, que en su juventud habían robado el negro a las semillas de la amapola y que para mí eran los más hermosos que había en la aldea, sin duda me tacharéis de exagerado ¡Allá vosotros…!
Si continúo con la cantinela de que tenía la cara redonda y llena de arrugas, creeréis que era fea, os disculpa que no llegásteis a conocerla, o que vais ciegos por la vida, supongo no valoráis como se debiera la hermosura de unas arrugas con clase, trabajadas, producto del cariño repartido a su alrededor, del desvelo por los demás, del sacrificio por hacer la existencia más agradable a sus seres queridos, de la entrega a todas horas, a jornada completa, durante toda una vida, que por desgracia no fue muy larga.
Si manifiesto que era molinera de temporada, cuando las nubes agotadas de sostener el agua dulce, suspendida allá arriba en las alturas, la dejaban caer en fina lluvia sobre nuestras cabezas, cavilaréis que bien pudiera llevar a menudo la negra pañoleta y las manos enharinadas, tiznadas del blanco polvillo de la escanda, o el amarillo oro del maíz, y llevaréis toda la razón ¡Así solía aparecer a menudo!
Decía haber nacido con el siglo y sospecho que llevaba mal la cuenta, presumo que había sido un veinte de noviembre, seguramente del postrer año del siglo anterior. Confieso que le encantaba leer, y leía muy bien; libros no tenía muchos, aunque contados, le servían de guía para hilvanar los cuentos con que me acunaba. Era hija de Antón el Maestro, un enseñante muy de la época, a ella le enseñó a leer y escribir… ¡y era mucho en aquellos tiempos! De cuentas, a sumar y restar, dado que de ahí las mujeres no necesitaban pasar.
Qué decir de su vestido largo, negro y de luto, era el uniforme en que se embutían las mujeres en plena juventud, siguiendo las sacro santas normas, de una época de nacional fascismo y fanatismo religioso, que todo lo contaminaba.Y qué contar de su mano derecha encogida y con un duro callo en la palma, de años y años de hacer fuerza con el pelado tronco de avellano, para "calcar" la farina en los sacos y pellejos; secuelas de la diaria guerra por la subsistencia.
Casada a los dieciocho años -crió seis hijos y uno de propina-, cavilaba con razón que no tenía ningún descanso y por tanto era la más esclava del pueblo; primavera, verano y otoño, media jornada en las huertas, manejando el picón a destajo, con las labores propias de estas estaciones, amén de las tareas propias del hogar, y en el invierno, que bien podría haber descansado un poco, dedicación diurna y nocturna para atender la molienda.
Si os digo que compartí habitación con ella por más de una década, lo comprenderéis al fin –eso marca mucho-, un niño observa, guarda y valora lo importante y lo que atañe a los abuelos lo es sin duda.
Cómo contaros aquellas interminables horas que pasaba, diminuta y confundida con la tierra, a la testera del sol, sallando las patatas o el maíz ¿Qué no sabéis lo que es sachar (sallar)? Era una labor muy importante que se solía hacer a mano, y consistía en esponjar la tierra sembrada, y quitar las malas hierbas, a fin de ayudar a que prosperasen más y mejor las plantas útiles. O mesoriando y pilucando las espigas de escanda en las tierras de la Cuesta o Cadafeiche, en pleno mes de agosto, cuando el vaho que nos echaba León por la Ventana, era fuego del peor de los infiernos.
Me encorajinan esos que poco menos que abandonan a los abuelos en la gasolinera, como si fuesen unos perros apestados, para irse de vacaciones; o tantos otros que los tiran de cualquier manera en una residencia, porque dicen que no pueden atenderlos, hasta hace poco no lo entendía, ahora ya me cabe en la cabeza, acertáis, aunque entonces no era abuelo –ahora ya lo soy- ¡llegué a viejo!
¿Acaso antiguamente cuando un viejo no servía ni para ordeñar una vaca se le daba el pasaporte? Es más, no existían las jubilaciones y los ancianos se entretenían desde el corredor, viendo el corral con los terneros y contemplando a los nietos crecer a su alrededor, contándoles muchos cuentos, que de eso suelen y solemos andar sobrados.
Siento una gran pena… ya no recuerdo su voz, perdí su tono y vosotros poco podéis hacer para ayudarme. Flotan en mi cabeza tantos recuerdos, tantas imágenes superpuestas que enturbian y vuelven la memoria borrosa. A estas alturas ya cavilaréis que fue algo más que una simple abuela ¡Fue mi segunda madre…!

               DdA, XV/4263                

No hay comentarios:

Publicar un comentario