domingo, 25 de agosto de 2019

EL PAN DEL DUERO Y UNA NOCHE DE MÚSICA CON PABLO MILANÉS


Félix Población

Por fin crucé el Duero en barca y escuché a Pablo Milanés en la plaza de la catedral de Zamora. Lo primero era un afán arraigado en un grato y viejo sueño. Lo tuve una noche mientras residía en esa ciudad, hace ya muchos años. El río era el mar y yo me asomaba a ese mar desde la Puerta del Obispo, paredaña al gran palacio del prelado, entre barcas de pescadores.

Agradezco al alcalde comunista de Zamora la posibilidad de cruzar el Duero en barca, desde las aceñas de Olivares a Pelambres (ida y vuelta), y además gratis, porque desde que tuve una sección en El Correo de Zamora a la que titulé con el verso de Blas de Otero Ojos del Duero, alimentaba la idea de poder fotografiar el Puente de Piedra desde la mitad de río a un hora tardíamente vespertina, tal como lo hice anteayer, con los ojos esplendentes.(¿A qué se espera para declararlo Bien de Interés Cultural?).

También es de celebrar que las aceñas de Olivares hayan sido restauradas y que, por fin, se nos hable públicamente del trasfondo histórico de esas aceñas, algo que en la Zamora levítica de no hace mucho no hubiera sido posible. Estos molinos de origen medieval fueron la primera industria zamorana, tierra como sabemos del pan y del vino. Hubo hasta siete ruedas para la molienda de trigo con sus respectivas presas o azudes. Todas ellas, como podemos comprobar por las correspondientes cruces que se advierten en lo alto, pasaron a propiedad del obispado entre los siglos  X y XII y así se mantuvieron hasta la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX. Fue precisamente en esta centuria cuando dejaron de prestar  su uso como molinos.


Es de anotar que a la ciudad se le otorgó el obispado precisamente en el siglo X, durante el reinado de Alfonso el Magno, y que su primer obispo fue Atilano, que llegó a santo y es el patrono de la diócesis zamorana. Gracias indudablemente a las rentas del pan, alimento básico de la gente más llamada a ser redimida por el evangelio, el obispado acumuló las suficientes  rentas como para construir su palacio sobre las mismas aceñas, asomado al Duero con patente monumentalidad, remodelada en el siglo XVII. 



Cruzado el río, fotografiado el Puente de Piedra y observadas las aceñas de Olivares, el colofón nos lo dio por sorpresa Pablo Milanés en la plaza de la catedral, con cuyo concierto no contábamos. Esto me recordó que una vez escribí sobre los cantautores y esos ámbitos antiguos de nuestras viejas ciudades y pueblos (plazas, iglesias, monasterios o castillos), donde voces como las Aute, Llach, Milanés, Silvio Rodríguez  o Amancio Prada, tan íntimas en muchos de sus temas, pueden tener una emotiva y recoleta resonancia.

No había cantado Milanés en Zamora, pero puedo asegurar que cuando lo hizo con unas de sus canciones más conocidas y memorables, Yolanda, la participación del público entonando la letra puso mucha emoción entre un respetable masivo y rendido. Para Milanés, 76 años de edad, su vida no tendría sentido si no canta en directo, según manifestación propia. Debe de ser porque esa vida la participa con el público y este, como el viernes pasado, se la sigue devolviendo...medio siglo después.

                       DdA, XV/4257                       

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