Con motivo de sus pasadas representaciones en el Teatro Calderón de Madrid de Carmina Burana, por La Fura del Baus, después de una gira internacional por diez países, 163 funciones y más de 273.000 espectadores.
Alicia Población Brel
El pasado sábado 29 de Julio acudí a una de las últimas funciones de Carmina Burana en Madrid. El teatro Calderón estaba a rebosar. Llegué a mi palco (54 euros) y un señor, muy
amablemente, me cedió el sitio de delante, que le correspondía. Pensé,
"¡Qué suerte, voy a poder verlo muy bien!". Iba con muchas expectativas a
ver por primera ver un espectáculo de la
La Fura dels Baus.
La emoción inicial se fue disipando al descubrir un espectáculo
francamente flojo, especialmente desde el punto de vista musical, que es
el que más me toca. Una obra como la de Carl Orff pide una densidad
acústica que no fue conseguida por la limitada plantilla
de músicos para la que se había compuesto el arreglo (dos pianos, cinco
percusionistas, un timbal y un contrabajo). Ni ellos ni el reducido
coro, al que le faltaba precisión, coordinación y en ocasiones incluso
afinación, lograron la unidad que la pieza requería.
En general se echó de menos energía y brío para una obra tan potente
como Carmina Burana, y el
Oh fortuna!quedó realmente desinflado.
En cuanto a la escenografía y la puesta en escena, de la que se esperaba
algo nuevo y rompedor, sorprendió un uso desmedido de proyecciones
sobre un cilindro de tela dando por hecho la espectacularidad. Y, si
bien es verdad que algunas resultaban impactantes
y estéticamente llamativas, como la de
Veris leta facias(El rostro de la primavera), donde unas ninfas
jugaban con agua virtual y se relacionaba proyección con movimiento
escénico, la mayoría eran manidas y te sacaban de lo que estaba pasando
encima del escenario.
En una de las escenas de taberna el abad salpicaba al público desde una
pecera donde se sumergía para cantar su aria. Este recurso de mojar a
las primeras filas repetido tantas veces se me antojó simplista,
innecesario y con el único objetivo de provocar la
reacción fácil.
Los recursos teatrales fueron escasos y los escenográficos nada
rompedores. Lo que pudo salvar un poco la función fue la interpretación
de los cantantes solistas, especialmente los masculinos Antonio Torres y
Lluís Frigola, cuya calidad sí sobresalía en la
mediocridad del resto del montaje.
Destacar también que un espectáculo cuyo programa prometía una duración
de hora y media desde las nueve empezó con casi un cuarto de hora de
retraso y se quedó corto dejando que tras los últimos aplausos dieran
las diez y media en punto.
Una función que no sorprendió como esperaba que lo hiciera, bajo una
dirección de Carlos Padrissa (la Fura dels Baus) destinada
exclusivamente al patio de butacas y sin pensar que desde los palcos se
distinguían elementos en el escenario que debían estar ocultos
al público.
Para mí la el espectáculo resultó una frustración de expectativas, una burla a los melómanos y una certeza de que la entrada no vale lo que cuesta.
DdA, XV/4219
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