Aconsejo leer en su integridad el artículo que publica hoy elsaltodiario.com, firmado por Jorge Armesto. Más de una vez aconsejé desde aquí que se leyera con frecuencia esta públicación por la cualificación crítica que tienen sus colaboradores y el excelente trabajo que como medio autogestionado viene haciendo desde los tiempos de Diagonal. Ninguno de sus magníficos profesionales cuenta como invitado en las tertulias de opinión de los canales televisivos. Quizá sea esta otra razón para cualificarlos por su independencia y deontología contrastada. La introducción de este de Armesto seguramente es suficientemente tentadora para no perderse un párrafo de Unidas podemos debe ser destruído:
¿Qué es gobernar, una presidencia? Nada. Migajas. Ningún derecho,
ningún cambio legislativo, ninguna política económica, ningún gobierno
vale siquiera un ápice comparado con el hecho de conseguir destruir a
Unidas Podemos para siempre. Entre otras cosas se dice lo que sigue:
Jorge Armesto
La “negociación” no puede haber sido más transparente en su verdadero
significado. Desde la inverosímil retahíla de excusas infantiles que se
iban sustituyendo al paso de los días unas por otras sin sonrojo y la
exigencia de unas condiciones desorbitadas, hasta a pedir la cabeza de
Pablo Iglesias por televisión, sin haber tenido la mínima decencia de
explicárselo personalmente al interesado. A esto le sumamos las
humillaciones públicas, las insinuaciones sobre la falta de capacidad
intelectual de la dirección de Podemos, el tono violento y desabrido de
las intervenciones de los dirigentes del PSOE y sus maniobras
deshonestas filtrando y falsificando documentos. ¿Cabe mayor exhibición
pública de ultraje?
El ruido hace necesario recuperar el simple
sentido común: los millones de votantes de UP tienen el mismo derecho
que los otros a que su visión de la sociedad esté representada en un
gobierno en la proporción justa. Y que tal visión sea defendida por las
personas a las que confiaron su voto. ¿Es tan complicado de entender
esto? Escuchando las tertulias progres, sin embargo, parece que a nadie
se le ocurría tal genialidad y, al contrario, que vetar era algo muy
común y natural. Ferreras entrevista a Pedro Sánchez la primera vez que
se hace público que “el problema es Pablo Iglesias” y... ¿no se le
ocurre la obviedad de preguntarle qué hace diferente a Iglesias del
resto de miembros de Podemos? Pues no. No se le ocurrió. Ni a él ni a
nadie, y, en general, los creadores de opinión han aceptado sumisamente
argumentos incongruentes y palmariamente falsos hasta el punto de que
increíblemente han tenido que ser columnistas de la derecha, como
Francisco Marhuenda, los únicos que han incidido con certeza y lucidez
sobre lo evidente: que solo se trató de una estrategia de demolición.
Estrategia,
al parecer, pergeñada por un consultor al que cierta prensa encumbra
como una especie de genio porque ve muchas series y se divierte con el
ajedrez aleatorio, el ajedrez de los vagos, al que juegan los incapaces
de estudiar la teoría y se contentan con ganar alguna partida por
pillería. Y así ha sido un poco todo este proceso, que se ha parecido
más a esas argucias infantiles que emplean los abusones en el patio del
colegio. Esos que le dicen a alguien a quien juzgan más débil: “No te
pego si haces esto…” y van poniendo una y otra vez nuevas y humillantes
condiciones hasta llegar a una última imposible de cumplir que justifica
la paliza.
Como aquí, el final ya estaba escrito desde el
principio y lo único que se busca es la destrucción del enemigo. Y si
para conseguirlo el PSOE tiene que ir a nuevas elecciones, irá. Resulta
aquí un tanto ingenuo ver a Rufián y otros pidiendo responsabilidad. Ya
actúan con la máxima responsabilidad. Pero para con su partido, mucho
antes que con ningún bienestar ciudadano. Y si, por azar, el resultado
de las elecciones trae un gobierno de ultraderecha, bienvenido sea si
nos llevamos a UP por delante. Y si hay que aguardar cuatro años, o
incluso una década, para volver al poder y mientras tanto España y los
españoles entran en otro periodo negro de su negra historia, bien se
puede esperar y aquí estará el PSOE, de nuevo preparado para seguir con
su misión histórica. Al fin y al cabo, ¿qué es ese tiempo comparado con
siglo y medio? Recuerdos que se pierden en el tiempo. Lágrimas en la
lluvia.
El juego, entonces, no versa sobre chabacanas
teatralizaciones acerca del reparto de cargos o ministerios. Tampoco
sobre animadversiones personales o desconfianzas, ni sobre la ingenua
cantinela de que la izquierda no sabe entenderse. Y, por supuesto, mucho
menos versa sobre distintas concepciones políticas o auténticas
pamplinas como si el SMI aumenta o se regula el precio de la vivienda.
Eso es una mota de polvo en el viento de la historia, bagatelas,
entretenimiento tramposo para tertulianos. Hay, desde luego, personas
hoy que necesitan desesperadamente de esos aumentos de salario o de esas
políticas humanas de vivienda que serían posibles, pero qué se le va a
hacer. Y puedo imaginarme al cardenal Ábalos frotándose sus manos
ensortijadas y diciendo: “Ah, tristes injusticias que existen desde que
el mundo es mundo y que no se van a cambiar de un día para otro”.
Hoy tales asuntos son supletorios. Incluso la posible
llegada al poder de neofascistas de la mano de la derecha más
incivilizada se considera secundario. Lo que aquí se juega es la vida o
la muerte, la supervivencia o la aniquilación. Lo que se ventila es si
el PSOE volverá, una vez más, a exterminar a un nuevo competidor en el
espacio simbólico de la izquierda, pues la falta de alternativas es
precisamente la condición necesaria e imprescindible de su larga
existencia al presentarse una y otra vez como el mal menor. El PSOE odia
la ilusión porque la ilusión les coloca ante su reflejo deforme y
monstruoso. Odia la esperanza porque su permanencia se sostiene
precisamente en conseguir crear ese fatalismo desencantado del votante
progresista que saben perfectamente domesticar y conducir. Ya lo hizo
antaño infinidad de veces y siempre salió vencedor de ese juego que nos
sume a los ciudadanos en una decepción permanente que se vuelve
tolerable al juzgarse como el único estado posible de la existencia. De
ese juego al que el PSOE juega con absoluta maestría.
Tras la
derrota de Cartago en la Segunda Guerra Púnica, hubo un periodo de
coexistencia pacífica que duró medio siglo. Sin embargo, algunos
romanos, abanderados por Catón el Viejo, pedían incesantemente la
destrucción de Cartago aprovechando su debilidad momentánea. Catón
terminaba cualquiera de sus discursos con la frase: “Ceterum censeo
Carthaginem esse delendam” (“por lo demás, opino que Cartago debe der
destruida”) y era un gran patriota romano. Sabía que la hegemonía no se
construye desde la colaboración sino desde la conquista. No desde la
compasión sino desde la violencia. Al final Roma decidió el exterminio
de su rival y empezó plantear a Cartago exigencias draconianas hasta que
una de ellas, imposible de cumplir, les dio la excusa para la agresión.
Tras la victoria, el Senado romano acordó destruir la ciudad hasta sus
cimientos, que un arado surcase el terreno durante 17 días y que luego
se sembrasen los campos con sal. La hegemonía romana en el Mediterráneo
no tuvo ya contestación durante siglos. Es este el destino con el que el
PSOE sueña: Unidas Podemos debe ser destruido.
DdA, XV/3442
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