Félix Población
Miguel Hernández fue condenado a muerte en la dictadura
franquista por escribir versos. Fue propio de aquel régimen matar a poetas o
mandarlos a morir en el exilio. Los nombres de García Lorca, Antonio Machado,
Luis Cernuda, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre y Juan Ramón Jiménez, entre
otros, estarán unidos para siempre a ese
historial de sangre y diáspora cultural que provocaron los militares golpistas
con la Guerra de España.
Yo no sé si Antonio Luis Baena Tocón leyó los poemas
de Miguel Hernández después de que el poeta muriera en la prisión de Alicante
en 1942. Me gustaría creer que sí. También me gustaría pensar que esos versos
le llegaron muy adentro, tal como los concibió su autor y fueron celebrados por
sus muchos lectores, entre los que me cuento desde que los conocí a finales de los años sesenta del régimen
franquista.
Puede que sea muy aventurado sostener que, una vez leídos los
poemas de Hernández, al señor Baena le hubieran acometido por ráfagas sucesivos
sentimientos de arrepentimiento. Pero la historia es la que es y quienes
quieren conocerla tienen el derecho de investigar en ella con rigor para darla
a su vez a conocer.
Antonio Luis Baena Tocón formó parte del tribunal que
condenó a muerte a Miguel Hernández en calidad de secretario judicial. Al poeta
se le conmutó la pena por la de treinta años de cárcel. Que la Universidad de
Alicante haya accedido a la petición del hijo del alférez del ejército
franquista, con tal cargo en ese tribunal, procediendo a
eliminar los datos del mismo en los artículos publicados por el catedrático de
Literatura Juan Antonio Ríos Carratalá, es una grave incidencia no sólo contra
la libertad de investigación histórica sino contra la propia institución
académica que ha dado el visto bueno a una solicitud que vulnera el cometido fundamental de esa institución.
Miguel Hernández podría haber acabado en una de esas
centenares de fosas comunes esparcidas por el país, con miles de víctimas del
franquismo a la espera de ser identificadas e inhumadas en un digno
enterramiento. Es decir, Hernández podría ser uno de esos miles de
desaparecidos a los que sus verdugos enterraron sin nombre como si fueran alimañas. En ese caso, el
secretario judicial mencionado habría tenido una responsabilidad en esa muerte, como la tuvo en la reclusión y posterior fallecimiento del poeta enuna celda
Si los verdugos de tantísimos defensores de la segunda República pretendieron enterrar en el anonimato a sus víctimas para así preservar mejor su impunidad, es totalmente inadmisible y hasta ignominioso borrar de la historia investigada los nombres de quienes participaron en esos tribunales/farsa. Incluso de quienes, como el citado secretario judicial, se podrían haber arrepentido después de que el autor de estos versos muriera enfermo en una celda al poco de haberlos escrito :
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Escuchar: Nanas de la cebolla
PS. Se destruyen importantes lugares de la Memoria Histórica como la plaza de toros de Badajoz o la cárcel de Carabanchel, un auto del Tribunal Supremo da por inexistente a la República a partir del 1 de octubre de 1936, haciendo jefe del Estado al general golpista, y ahora esto: Todos son impedimentos para conocer la historia del franquismo.
DdA, XV/4204
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