viernes, 31 de mayo de 2019

MÚSICA EN EL PÓRTICO DE LA MAJESTAD DE LA COLEGIATA DE TORO


Félix Población

A los muchos admiradores del arte que visitan cada año la románica provincia de Zamora, tan gustosa de admirar en primavera, una de las joyas arquitectónicas que más les entusiasma es sin duda la colegiata de Santa María la Mayor, en la villa Toro,  que se alza con su característico cimborrio asomada a la vega del Duero y desde cuyo mirador se tiene una de las perspectivas más llamativas y dilatadas de horizonte del romancesco río en su discurrir por tierras del  viejo reino de León. A su monarca Fernando II se debe las construcción del templo, levantado sobre otro prerrománico, en la que intervinieron hasta tres arquitectos, según leemos en la información correspondiente. 

La cabecera, la parte inferior de los muros y la portada de la fachada norte son obra del primero de esos arquietectos, a base de piedra caliza de tono grisáceo. Al segundo corresponden la continuación de los muros exteriores, la cubierta de la nave central, con el cimborrio, la torre y el pórtico occidental,  todo ello en piedra arenisca de color rojizo. El pórtico occidental data de 124o y es anterior en algo más de medio siglo al que con toda seguridad es uno de los pórticos más sobresalientes y menos conocidos de cuantos podamos ver en nuestro país: el pórtico policormado de la que fuera entrada principal de la colegiata y es llamada Portada de la Majestad. Guardaba del mismo una borrosa memoria de cuando lo visité hace más de treinta años y la capilla en donde se encuentra no tenía el cerramiento que luego se le dio con motivo de la magnífica restauración llevada a cabo. El hecho de que haya mantenido su prolicromía se debe precisamente a que no estuvo a la intemperie a lo largo de los siglos, sino bajo la cubierta protectora de dicha capilla.
 
Es de resaltar que su policromía fue descubierta casi coincidiendo con mi primera visita, en los trabajos que se realizaron entre 1980 y 1990, por lo que aquella primera vez que lo admiré todavía no se habían recuperado los colores tal como ahora los vemos. Fue a partir de entonces cuando la capilla se convirtió en museo, en el que se muestra una exposición de arte sacro de los siglos XIII al XVII. Gracias a esa restauración se pudo saber el nombre del pintor del pórtico, un tal Domingo López, criado del rey Sancho IV de Castilla, según se puede leer en la inscripción que figura en el dintel, sin que sobre él sepamos más detalles biográficos. Sobre la pintura original de López se hicieron después seis más en lo dilatado de su larga vida.
 

A cada lado del pórtico, en la base, encontramos hasta siete columnas ancladas en criterios todavía románicos que datan de la primera construcción, en tiempos de Fernando III el Santo. Sobre las columnas de uno de los lados podemos ver en hornacinas bajo doseletes con fondos coloreados en rojo y en azul un arcángel, los profetas Isaías y Daniel, y el rey Salomón, con un ceñidor en el que los leones y castillos nos indican los símbolos de la corona castellano-leonesa. En el otro lado vemos al rey David tocando el arpa, también con un ceñidor con las armas de Castilla y León, y a dos profetas: Jeremías, representado excepcionalmente sin barba, y Ezequiel. La cuarta figura es la del arcángel san Gabriel, el de la Anunciación.



Encontramos en el parteluz a la Virgen con el niño, una escultura frontal en actitud estática, más próxima al románico que al gótico, si bien ya se pueden apreciar atisbos manifiestos de un cierto naturalismo en la juvenil y tímida sonrisa que se dibuja en el rostro de la mujer y en ese gesto de ofrecer con la mano derecha una alcochofa a su hijo, símbolo floral de la Iglesia. María sostiene  con el brazo izquierdo la figura igualmente frontal del niño que bendice al espectador con la mano derecha. Es de destacar la muy ancha mano izquierda de la Virgen abrazando el cuerpo de su hijo. 


Sobre la imagen de María y el niño, en el dintel que se apoya en cuatro mochetes con representaciones de cuatro ángeles músicos, asistimos a la escena de la dormición (tránsito a la gloriosa inmortalidad) de María, acompañada por los apóstoles. Encima, en el tímpano, el fondo azul nos ubica en el escenario celeste: se trata de la coronoción de la Virgen por Cristo, flanqueados ambos por dos ángeles orantes ceroferarios y otros dos turiferararios, portando cirios y santificando el lugar con incienso.

En total son siete las arquivoltas del pórtico, con más ángeles ceroferarios y turiferararios en la primera, y los apóstoles Pedro y Pablo en la segunda, acompañados de ocho figuras coronadas que podrían ser reyes. Entre los doce mártires y santos varones de la tercera es de destacar a San Gil, con un arco y una flecha en el pecho. Se cree que esta figura rinde homenaje al preceptor del rey Sancho IV, fray Juan Gil de Zamora, gestor al parecer del programa iconográfico del propio pórtico. Juan Gil, monje franciscano, fue decisivo para la implantación de esa orden en España. De él se conoce un escrito al mencionado rey en el que habla de un librito sobre la ciudad de Zamora: "Lo compuse lo mejor que supe y pude, no con objeto de estudio, sino para vuestro solaz. Que aprendáis con cuántas y cuán sublimes bondades Dios glorioso la distinguió, de cuantos peligros la salvó, cuán fiel se mantuvo a sus gobernantes, y cómo la protegió casi al borde de la destrucción Dios Altísimo y Eterno, en cuya mano está toda potestad y los derechos de todos los reinos. Sería tenido como un ingrato por Dios y por los hombres si no exaltase con el pregón de la verdad a los gloriosos varones y a nuestros antepasados, en las sucesivas generaciones, y a la propia ciudad que nos crió".

Confesores, divididos en obispos, con báculo y mitra, y abades, con báculo pero descubiertos, aparecen en la cuarta de las arquivoltas del pórtico, con los mártires y vírgenes femeninas en la quinta. Una serie de personajes componen la sexta arquivolta, portando diversos instrumentos musicales: panderos, zanfonas, salterios, gaitas, arpas, cítola, viola, aerófano... Leo que el lutier de instrumentos antiguos Jesús Reolid anotó que los de esa arquivolta están emparejados simétricamente, consiguiendo lo que se podría llamar un “estéreo equilibrado” que nos habla de la preocupación musical que se tuvo para la representación, cuidando de situar adecuadamente los instrumentos para que su hipotético sonido muestre un equilibrio acústico. Me pregunto si se los ha hecho sonar en su conjunto para formular esa apreciación.

Esa sexta arquivolta musical del Pórtido de la Majestad me induce a sugerir -llevado además por mi pasado profesional como director del gabinete de comunicación del INAEM- que en esa capilla y en la propia colegiata de Santa María se podrían celebrar conciertos, certámenes o festivales de música antigua y canto que sirvieran, a su vez, para un mayor reconocimiento de esa bellísima y singular portada, y también para una mayor afluencia de visitantes a una villa que tiene indudable encanto y patrimonio, y cuyas bodegas gozan de bien ganado y reconocido prestigio.


El juicio final está representado en la extraordinaria séptima arquivolta, de más anchura que las anteriores y que gracias al vídeo que los visiantes pueden ver en la propia capilla nos permite observar al detalle las figuras en disposición radial que la integran. Se trata de un impresionante juicio final, con Cristo varón de dolores presidiendo la escenografía y mostrando las heridas de su calvario. Dos ángeles le sostienen los brazos y a su lado están María y san Juan orantes e intercesores, flanqueados a su vez por más ángeles que llevan los instrumentos de la tortura y muerte de Cristo. Especialmente truculentas son las escenas que representan a los condenados en el infierno, como no podía ser menos en una época en que el miedo al más allá imponía su trascendental y muy efectiva dictadura.

Después de una recomendablemente prolongada visita a la colegiata toresana viene bien asomarse, desde el alto en el que se asienta,  a la vega del Duero, sobre todo si coincide con la caída del sol, la tarde es tibia y la brisa es ligera y apacible. Buen momento para recitar a la compaña, si los conocimientos literarios del viajero se lo permiten, aqellos versos de la comedia de Lope de Vega titulada Las almenas de Toro, en la que se cuenta el supuesto enamoramiento de Sancho II:



Por las almenas de Toro/se pasea una doncella,
Pero dijera mejor/que el mismo sol se pasea.
Desde el día que nací / no he visto cosa más bella;
a tener desnuda espada /en aquella mano tierna,
Toro, ciudad venturosa, /ángel de tu guarda fuera.
¡Qué grave, qué bien mirada,/qué aseada y qué compuesta;
qué gallarda y qué señora;/ quién, como la ve, oyera!


                         DdA, XV/4186                     

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