No
creo que haya quien se sienta más afectado personalmente por el cambio
climático que el meteorólogo. Sobre todo si está entrado en años. Su
seguimiento de la progresiva disminución de las precipitaciones, de la
alteración estacional de las temperaturas, de la asimismo progresiva
ausencia de una significativa uniformidad en los fenómenos atmosféricos,
a buen seguro que les debe resultar muy patético mientas desempeñan su
oficio... Uno de esos personajes, de 72 años, es Francisco Montes de
Oca. Fue el carismático hombre del tiempo de la televisión. Pues bien,
publica Montes de Oca en “Rebelion” “Detengamos el holocausto”, cuyo
contenido no precisa aclaración y al que no podemos por menos que
adherirnos sin condiciones todos cuantos no cometemos el error o el
pecado de negar la mutación climática a la que venimos asistiendo hace
muchos años...
Y
es que escribir alertando del peligro que corre la Humanidad, arengando
a los responsables de males futuros para que lo eviten, o haciendo
esfuerzos poéticos para inspirar confianza al lector y de paso uno a sí
mismo, es muy hermoso. Además si se hace con fundamentos, solidez
documental y belleza expresiva transmite al lector consuelo y
esperanza.
Pero
no soy capaz siquiera de intentarlo. Sé bien que el catastrofismo y el
alarmismo son nocivos, y que la esperanza y el espíritu positivista es
lo más adecuado para la comunicación, y aún más para la comunicación de
masas. Pero creo que la suerte está echada. En este asunto del cambio
climático, sus causas y las consecuencias catastróficas que está
originando y las que habrá de causar, no hay nada qué hacer. Mejor
dicho, habría tanto que hacer, que no es imaginable la sinergia
suficiente entre los poderes del mundo, de los que el poder político es
el que menos fuerza tiene pese a ser de creencia superficial que es el
que puede y debe imponerse sobre los demás poderes.
Porque
los poderes reales del mundo que lo dominan, son inasibles. Son inmunes
a las leyes, carecen de las propiedades de los mecanismos, más bien los
órganos, dotados de la sensibilidad y humanismo que hacen posibles los
cambios, y mucho menos los que harían posibles los cambios enérgicos y
casi súbitos requeridos por las condiciones medioambientales y
climáticas perdidas. Pero la psicología profunda nos revela que hay
acciones aparentemente racionales del hombre que están gobernadas en
realidad por fuerzas que él mismo ignora o que están ligadas a un
simbolismo absolutamente ajeno a la lógica corriente. No se puede
detener el holocausto. Creo que hemos llegado al punto de no retorno.
Aunque de pronto todos los gobiernos del mundo adoptasen acuerdos para
reducir drásticamente la producción de objetos superfluos (y superfluo
en este contexto extremo sería todo lo que no es indispensable para la
vida), aunque súbitamente dejasen de fabricarse, en el hipotético
proceso regenerador a partir de ahí de las condiciones de equilibrio de
la biosfera de las que se supone partimos y hacia las que desearíamos
dirigirnos, haría acto de presencia primero el principio de
incertidumbre de Heisenberg, luego la ausencia de la “lógica” corriente
inaplicable a los hechos de la Naturaleza, y luego, el impredecible
número de décadas o centurias a priori necesarias para intentar restablecer las condiciones de “antes”.
De
modo que el llamamiento a la sensatez que hagamos Montes de Oca y yo y
todos los ya apuntados y que quieran apuntarse, a quienes en apariencia
la han perdido por la obsesión de suministrarse y suministrar
beneficios a unos cuantos a cualquier precio, son resueltamente
inútiles. Está demostrada la inutilidad de antemano, por la respuesta
expresa de los mandatarios negacionistas y por el resultado inoperante
de los mandatarios que no siéndolo, sólo son voluntariosos. Porque los
llamados a cambiar de paradigma, a renunciar al paradigma de la ganancia
como legítima aspiración del ser humano están a su vez dominados por
esas fuerzas que ignoran. Están atenazados o abducidos por el fatalismo
de esa parte atroz de la condición humana. Hay dos clases de depravación
humana: elegir lo que impide o destruye nuestra existencia y organizar
la sociedad por la ley de más fuerte en la Naturaleza. Por ésta se guían
los dominadores. Y los dominadores, ya lo sabemos, son los
capitalistas, los mayores enemigos del capitalismo, ahora envalentonados
por el neoliberalismo y resueltos a privatizar hasta el aire que
respiramos. La resistencia política a su dominación en el mundo es
demasiado débil comparada con su fuerza. Pues la fuerza del dinero y de
las finanzas con la que cuentan es abstracta, transversal y se extiende
subterráneamente por todas las naciones. Y como esto es así, nada puede
cambiar... sin declararles la guerra.
DdA, XV/4139
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