Ángel Hernández, detenido por ayudar a morir a su mujer a petición de ésta (enferma terminal), será investigado por un juzgado de violencia machista. La ley determina que estos juzgados específicos investiguen cualquier delito relacionado con el homicidio contra quien haya sido la esposa del autor o haya tenido una relación análoga. (De los periódicos).
Este Lazarillo suscribe lo que hoy comenta mi estimado amigo Fernando de Silva:
Cobardía judicial
La decisión adoptada por la juez encargada de la instrucción de la causa que se tramita por el suicidio asistido de María José Carrasco, de remitirla al Juzgado de Violencia de Genero, en contra del criterio adoptado por el Fiscal, me parece un acto de cobardía impropio de una profesional del derecho, rayano en la indignidad, y una falta de respeto absoluta al acusado Ángel Hernández. Sin que pueda justificarse por una interpretación, absolutamente errónea, de la doctrina del Tribunal Supremo, que no se estableció para supuestos como el que nos ocupa.
Me lavo las manos, como pilatos, este tema me resulta grande para mi, y me lo quito del medio; este puede ser el pensamiento de una nefasta profesional que no merece ocupar un puesto de tanta responsabilidad.
Y es que comparar la decisión extrema que tuvo que adoptar Angel con la violencia machista es todo un atentado al sentido común y un ensañamiento innecesario. Pero los culpables principales son los políticos que, por hipocresía o falta de valentía, no han sabido o no han querido promulgar una ley demandada por nuestra sociedad desde hace décadas.
Su cuerpo dejará no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo
Ana CuevasPolvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo
¿Se
han planteado alguna vez por qué se considera al suicidio pecado o
delito? A mí me da por pensar que va más allá de la mera ética o la
religión. Barrunto que es una cuestión de tener el control absoluto
sobre uno de los derechos inalienables del individuo, el de decidir
libremente cuando quiere apearse de la vida. Y ahí es donde nos topamos
con el mayor problema.
Según
mantenía el filósofo Pániker, a mediados del siglo XX, la persona
verdaderamente libre prefiere morir a ser esclavo. Sin embargo, la
sociedad está diseñada para que asumamos las argollas con naturalidad y
se nos niegue la autodeterminación sobre nuestro destino personal. El
saber que puedes dimitir de la vida cuando se te haga insoportable,
lejos de debilitar, te hace más fuerte, más valiente. y, por ende, más
proclive a la libertad que tanto angustia a los que se otorgan el
derecho a decidir por nosotros. Si se rompen los tabús que enmarañan la
muerte, una se da cuenta de que la vida es una experiencia
extraordinaria. Una aventura con un final escrito en la que lo único que
importa es la calidad del viaje.
María
Carrasco era esclava de su propio cuerpo. Los mandamases y meapilas
habituales, como escrupulosos carceleros, denegaron su reiterada
petición de libertad alegando no se qué mierdas sobre conciencia y
legislación. Al final, fue el amor de Ángel quien desató las cadenas que
torturaban desde hace décadas a su compañera. Un acto de amor puro que
nos acongojó a la mayoría y que puso de los nervios a más de un histrión
berlangariano incapaz de sentir la más mínima empatía por el prójimo.
Ayudar
a escapar a María de su tumba en vida puede traer consecuencias legales
para Ángel. Pero a él no le importa. Está en paz. Está seguro de que
hizo lo correcto. Ahora falta que este sistema hipócrita y liberticida
también haga lo correcto. Cada vez somos más las voces que pedimos que
se afronte con determinación la ley de la eutanasia. Un clamor popular
al que no pueden seguir haciendo oídos sordos. Sobre todo, para que
ningún otro Ángel o Ramona (esposos, hijos o amigas) tengan que pasar
por el terrible trance de verse obligados a hacerlo por su cuenta, sin
supervisión médica y exponiéndose judicialmente por su compromiso y
lealtad.
Mi
inolvidable amigo Antonio Aramayona se quitó la vida, reproduzco sus
propias palabras, en el momento justo. Sabía que algún familiar muy
querido y alguna buena amiga estábamos decididos a ser sus manos si la
enfermedad le corneaba hasta el punto de no permitirle actuar por sí
mismo. Podía haber esperado un poco más. Se lo pedimos. No quiso. Un
poco por no comprometernos, generoso y noble como era, un mucho por
ejercer de hombre libre hasta el último suspiro de su vida.
Un
reducido grupo de amigos íntimos le acompañamos aquel día. Nos dijimos
cuánto nos amábamos, nos abrazamos fuerte, se puso su camiseta verde en
defensa de la escuela pública y, mientras escuchábamos su sinfonía
favorita, se bebió de un trago la letal sustancia.
Murió
cogido de mi mano y así, bien agarrada, la mantuve hasta que la sentí
fría. Después, las llamadas al 061 y a la policía. ¿Sabían que su amigo
tenía intención de suicidarse?- Nos preguntó el agente judicial que
acudió con la científica- Claro, respondimos, por eso estamos aquí.- El
hombre miró una foto donde se veía a un Antonio exultante junto a sus
hijos y nietos. -¿Estaba deprimido?- Preguntó tratando de encontrar
lógica al asunto. En absoluto- respondimos casi al unísono.- Es que no
quería llegar más allá en su terrible enfermedad. Sencillamente, eligió
la libertad.
Una
lágrima se deslizó por la mejilla del curtido policía. En ese escenario
casi irreal, policías, sanitarios y amigos, nos emocionamos en perfecta
sintonía.
Vivir
es un derecho, no una obligación que se puede imponer como condena
amparándose en dioses implacables o prejuicios preñados de intereses
torticeros.
Entenderlo
puede ser el principal paso para dejar de ser esclavos. Aunque claro, a
lo mejor simplemente, se trata de eso. Nos quieren eternamente
maniatados.
DdA, XV/4137
2 comentarios:
Excelente ambos artículos.
Mierda de país. Es bochornoso.
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