jueves, 11 de abril de 2019

EL REFUGIO ANTIAÉREO DE CIMAVILLA: UN LUGAR CLAVE DE LA MEMORIA GIJONESA

Félix Población

Aprovecho la instantánea de mi estimado amigo Goti del Sol para hacer memoria de uno de los lugares de la memoria que más en consideración debería tener la ciudad de Gijón. En lo personal tengo por esa puerta, ubicada en una de las aceras del puerto interior -antes pesquero y ahora deportivo-, una querencia sentimental, pues cuando acompañaba a mi abuelo a ver  como se desembarcaba el pescado y se subastaba en La Rula, rara era la vez que no hacía referencia a ese portal misterioso y abandonado que en mi fantasía relacionaba con la prisión en que pudo haber sido encarcelado algún bucanero sanguinario. 

El silencio o la mordaza propios de la época le impedían al anciano ferroviario contarme que tras esa puerta se encontraba uno de los refugios antiaéreos que la ciudad utilizó para proteger a la población civil de los bombardeos de la Legión Cóndor hitleriana y del cañoneo del crucero golpista Almirante Cervera. Fueron en total 500 días que hicieron de Gijón la ciudad más bombardeada del norte de España, desde el 23 de julio de 1936 hasta el 20 de octubre de 1937, según el historiador Héctor Blanco. De aquellos 15 meses en los que la villa cantábrica fue campo de pruebas de las tácticas de la guerra moderna no hay registro de víctimas, aunque, al parecer, la fecha más fatídica fue el 14 de agosto en que la aviación de la Alemania nazi, que normalmente operaba desde el aeródromo de la Virgen del Camino en León, se ensañó con mayor intensidad.  Los encargados del depósito de cadáveres registraron 54 víctimas mortales y un centenar de heridos. Una de las bombas cayó cerca de la vivienda en la residían mis abuelos, según me contó mi padre.

En una información  publicada hace unos meses por el diario gijonés El Comercio  se encabezaba la noticia de la presencia de los escolares de aquella ciudad en la exposición Gijón bajo las bombas / Xixón so les bombes (1936-1937), programada por el departamento de Educación de la Fundación Municipal de Cultura dentro de las actividades organizadas sobre El Gijón de la Guerra Civil, con estas líneas: No solo de frixuelos y hórreos se nutren los conocimientos de los escolares asturianos, incluso algunos se adentran en ese pasado que otros prefieren mantener en el olvido histórico. El redactor aludía con ello a la petición del líder del Partido Popular, Pablo Casado, de que los niños asturianos no estudiasen sólo hórreos y frixuelos.


Cráter provocado por una bomba 

Rescate de heridos en la calle Diecisiete de Agosto 

Esta exposición se inauguró me parece en 2011, comisariada por el historiador Héctor Blanco, que también es el autor de la publicación del mismo nombre que complementaba a la muestra, producida por el Ateneo Obrero de la ciudad, la entonces Concejalía de Memoria Histórica y Social del Ayuntamiento de Gijón y la Consejería de Bienestar Social (ambas en manos entonces de Izquierda Unida), a través de su programa Memoria democrática d’Asturies.

Estaría bien que la habilitación del refugio antiaéreo de Cimavilla como lugar de la memoria  fuera pronto punto de visita de las jóvenes generaciones. Leí hace meses que la Asociación Lázaro Cárdenas se había marcado el objetivo de recuperar y reabrir el refugio antiaéreo de Cimavilla para que pueda ser visitado. El equipo que llevaba a cabo la investigación estaba formado por la arqueóloga Paula Bartolomé, el geólogo Alfredo Varela, el ingeniero de minas Fernando del Guayo y el coordinador del proyecto, Toño Huerta. Entonces estaban (junio de 2018) en la segunda fase de investigación. «Lo que se ve hasta ahora puede que sea la mitad de lo que es en realidad el refugio», aseguraba Toño Huerta. Insistía el equipo en que aún tienen que averiguar qué hay detrás de los tabiques de cemento y ladrillo que taponan posibles túneles o salidas al exterior. Entonces aquellos investigadores se disponían a recopilar y organizar toda la información que habían obtenido para, además de dar a conocer lo descubierto, trasladarla al Ayuntamiento, que será quien decida si finalmente se puede abrir o no este refugio.

Consideraba Huerta que todo estaba en buenas condiciones y que «el potencial que tiene el refugio, ya no solo a nivel turístico, sino a nivel de enriquecimiento histórico, es enorme». Cuenta con una superficie de quinientos metros cuadrados y una capacidad para 1200 personas. En la primera inspección, el equipo de Huerta indagó en temas de seguridad, comprobando la estructura y la presencia o no de gases tóxicos. Una información posterior, publicada en el mes de enero de este año en el periódico antes citado, hablaba de la posibilidad de que el refugio de Cimavilla se pudiera abrir al público a finales del año que viene. Es de hacer constar que en Gijón exitía una treintena de refugios durante la guerra, de los que sólo éste y el de Begoña eran túneles. 

Esperamos que haya voluntad política -la que deberá tener el Ayuntamiento que salga de las próximas elecciones del mes de mayo-, para que este importantísimo lugar de la memoria, que tantas vidas gijonesas salvó de la barbarie de los bombardeos que sufrió la ciudad durante tantos días, sea también un escenario más de público y reflexivo conocimiento para las jóvenes generaciones de ahora y de mañana. Esas generaciones no tienen por qué encontrar el silencio con el que mi abuelo no corregía mis fantásticas presunciones infantiles. Quizá él mismo buscó refugio en alguna ocasión  tras esa puerta.


                          DdA, XV/4137                   

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