jueves, 4 de abril de 2019

LOS AÑEJOS GARGAJOS DEL PERIODISMO DE CLOACA

Félix Población

Titulaba Iñaki Gabilondo hace días uno de sus artículos diciendo que Pablo Iglesias era uno de los nuestros y la afirmación es incuestionable. La guerra sucia protagonizada por una brigada corrupta de la policía, a la que sus padrinos llamaron patriótica, en connivencia con los medios de información que se creyeron las falacias de una determinada publicación y la implicación del ministro del Interior y el presidente del Gobierno en la difusión de esa falsa financiación ilegal de Podemos, es -esto sí que sí- el mayor atentado contra la democracia española desde el intento de golpe de Estado del 23-F. Personalmente me gustaría que, ante esas evidencias, no fuera tan escandaloso estos días el silencio de Pedro Sánchez y el de los medios de comunicación que se prestaron a esos infundios. Lo mínimo sería pedir disculpas, incluida la cadena SER desde la que Gabilondo emitió con impecable profesionalidad su artículo.

Dicho esto, no puedo dejar de comentar otra faceta de ese mismo periodismo/basura, implicada en el ataque a los sentimientos personales, de la que hemos sido informados recientemente. La gentuza que la promueve no puede entender de emociones vitales porque vive avivada en el odio y la inquina. El alma máter (resentida) de esa empresa de comunicación que ensucia el concepto y la palabra que la nombra, y que fue gestada a partir del modesto papel de contertulio o tertuliano que se le dio en la emisora de la obispalía, es un ser engolfado en la vileza y el encanallamiento a quien la justicia de este país le ha permitido todo tipo de difamaciones y amenazas (incluidas las de muerte). 

Así fue durante decenios, y así sigue siendo ante una parroquia de montaraces reaccionarios que le ríen ese verbo chulesco con el que prodiga sus soflamas. Como ya ocurriera cuando el presidente Rodríguez Zapatero fue investido en 2004 y apeló a la memoria de su abuelo, el capitán republicano fusilado por las tropas franquistas, estos sujetos debe sentir una especie de complejo de culpa histórico o similar reconcomio en cuanto se toca la memoria democrática o alguien se conmueve ante la de sus antepasados asesinados. ¡La que armaron los medios conservadores ante aquella primera mención, por parte del un presidente del Partido Socialista -tras casi catorce años de gobiernos del PSOE- a un protagonista de la memoria republicana que, además era familia directa de quien accedía a La Moncloa! Habría que recurrir a la fonoteca para escuchar los ladridos del sujeto al que aludo.

En esta ocasión la incidencia la ha protagonizado Pablo Iglesias, el líder político más temido y difamado por esa grey de impresentables que han hecho del periodismo una cloaca, ahora con varias sucursales en los platós televisivos. Asistió Iglesias hace días a un acto en el cementerio de Paterna(Valencia) en el que se abría una de esas fosas sin nombre en las que han estado enterrados durante ochenta años algunas de las víctimas del franquismo, entre las que podían enocontrarse los restos mortales de su tío abuelo y sus compañeros fusilados. 

El secretario general de Podemos hizo el viaje en compañía de su madre y durante el evento no pudo evitar la emoción. Se trataba de un acto familiar en el que Iglesias se dejó llevar posiblemente por vivencias y recuerdos personales apegadas a su biografía, pues tanto su madre como él fueron criados por su abuela y su tía abuela, dos mujeres ya fallecidas que no pudieron por lo tanto enterrar con la dignidad merecida al hermano fusilado.

Es tan deleznable y nauseabundo el texto redactado a pie del vídeo que sólo cabe añadir a ese posible complejo de culpa que corroe a esa gentuza, ante la reivindicación de verdad, justicia y reparación para las víctimas de la dictadura, una total incapacidad intelectual, moral y emocional para comprender el llanto de una persona ante el recuerdo de quienes fueron asesinados por enfrentarse a las tropas que ganaron una guerra en extremo cruel gracias al apoyo del nazi-fascismo.

Sólo se puede entender tanta inquina y mala baba cuando se ha perdido del todo el sentido de la dignidad y se abreva en una mala entraña congénita, atrofiada de decrepitud moral y resentimiento patológico. La pervivencia de ese periodismo es un auténtico y añejo gargajo contra la deontología profesional y también contra la democracia que queremos, no la que tan alarmantes síntomas de degeneración viene dando.






                       DdA, XV/4130                      

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