jueves, 18 de abril de 2019

EN LA MUERTE DE MANUEL ALCÁNTARA

Lazarillo

Acabo de enterarme del fallecimiento en su Málaga natal del poeta y articulista Manuel Alcántara a los 91 años de edad. Fue uno de los columnistas más fieles y de más continuada presencia en la prensa española durante más de medio siglo y uno también de los que mejor manejó la corta distancia del folio y medio. Creo que durante las últimas tres décadas, al menos, su Vuelta de hoja fue una columna diaria de interpretación muy personal de la actualidad. 
Este Lazarillo empezó a leer a Alcántara cuando se iniciba en los periódicos y faltaban aún algunos años para que tuviera el gusto de conocerlo en las madrugadas del diario Arriba. Fue él quien me ofreció la oportunidad de firmar mi primer artículo en las páginas de opinión de ese rotativo en los últimos años de su trayectoria. Se trataba de un artículo literario sobre una vieja edición de la novela La gloria de don Ramiro, de Emilio Larreta, adquirida en la Cuesta de Moyano, y que me había gustado especialmente. Todavía estaba estudiando primero o segundo en la recental Facultad de Ciencias de la Información, por lo que me sentí muy halagado de colaborar en esas páginas. Le guardo por eso a Manuel una permanente gratitud, tal como le participé con motivo de su nonagésimo aniversario en un email a la fundación que lleva su nombre. Lamento no haber recibido respuesta. Me gustaría creer, al menos, que llegara a leerlo.
Del último de los escritores columnistas de la vieja escuela cuenta hoy Rogelio Rodríguez lo que sigue: "Alcántara escribía en una vieja Hispano Olivetti que tenía gastado el relieve de las letras, por lo que sus artículos, que siempre mandaba a media tarde y por fax, contenían palabras casi ilegibles; así que tras varios afectuosos ‘rifi-rafes’ y tras proponerle en numerosas ocasiones, sin ningún éxito, que la sustituyera por un ordenador, le pedí encarecidamente que, al menos, cambiara su achacosa máquina por otra nueva. Dos días después, el redactor jefe me trajo el folio de Alcántara rogándome que diera prioridad a su lectura. Comenzaba así: “El director me ha pedido que cambie mi máquina de escribir, una Hispano Olivetti de 1940, y esta vez le he hecho caso: acabo de estrenar una de 1941…".
De Alcántara siempre recuerdo la poética definición de periodista que le dio su gran amigo Gerardo Diego y a la que solía recurrir: Salvador de instantes y cantor de lo cotidiano. Siempre quiso morir con las teclas puestas, escribió hoy alguien. Me quedo, para reafirmarme en mi gratitud, con este poema suyo, género en el que también destacó con libros muy estimables:

 Biografía
Lo mejor del recuerdo es el olvido...
Málaga naufragaba y emergía...
Manuel, junto a la mar, desentendido;
yo era un niño jugando a la alegría.
Ahora juego a todo lo que obliga
la impuesta profesión de ser humano,
y a veces, al final de la fatiga,
enseño a andar palabras de la mano.
Ser hombre es ir andando hacia el olvido
haciéndose una patria en la esperanza;
cuerpo a cuerpo con Dios se está vendido
y a gritos no se alcanza.
( Dentro de poco se dirá que fuiste,
que alguien llamado así, vivió y amaba...)
Ser hombre es una larga historia triste
y un buen día se acaba.
Desde mis veinticinco historias vengo.
Nada me importó nada.
Pero cualquier capítulo lo tengo
miniado en letra triste y colorada.
Un hombre hecho y deshecho
os habla. Soy distinto cada año.
Tengo un desconocido por el pecho.
Sí. Miradme a los versos. No os engaño.
Tengo el sombrío bosque de la frente
esperando que llueva;
mientras, el alma suena bajo el puente,
y cuando el alma suena es que a Dios lleva.
Vuelvo a andar el camino desandado
y en mi paso resuenan las cadenas.
Recuerda el corazón acostumbrado...,
¡qué buen fisonomista de las penas!
Unas pocas palabras me mantienen:
duda, esperanza, amor... Siempre me pierdo...
Amor, duda, esperanza... Siempre vienen...
La ilusión, si la he visto, no me acuerdo.
Lo mejor del recuerdo es el olvido...
Málaga naufragaba y emergía...
Manuel, junto a la mar, desentendido;
hubo una vez un niño en la bahía.
Y hay un hombre de pie sobre mis huellas
indefenso y sonoro, a ras del suelo,
que se irá mientras hacen las estrellas
propaganda de Dios allá en el cielo.


DdA, XV/4143

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