sábado, 27 de abril de 2019

CUANDO SE QUEMABAN LIBROS TAMBIÉN SE ASESINÓ A LA BIBLIOTECARIA JUANA MARÍA CAPDEVIELLE

 A la izquierda, Juana Capdevielle

Félix Población

Recientemente se celebró un año más la llamada Fiesta del Libro, que en Cataluña se acompaña de rosas, y la ocasión se presta a rememorar la importancia que el libro, la escuela y las bibliotecas tuvieron durante la República. También se presta para recordar que procedemos de una larga autarquía cuya primera y marcial andadura, al paso alegre de la paz, no sólo consistió en llevar a cabo una en extremo cruel y vengativa oleada de represión con numerosas ejecuciones, encarcelamientos y destierros de todos aquellos ciudadanos comprometidos en la defensa de la segunda República, sino en quemar miles de libros que se consideraban peligrosos para la salud y pervivencia del nuevo Estado nacional-católico. 


A imagen y semejanza de lo ocurrido en la Alemania nazi, aliada de Franco en la Guerra de España, en nuestro país hubo quemas de libros a cargo de las tropas golpistas en muchas de las ciudades ocupadas. Recomiendo a este propósito el interesante artículo de Francesc Tur El bibliocausto en la España de Franco (1936-1939). Cuenta Tur que la primera quema pública de libros tuvo lugar en La Coruña el 19 de agosto de 1936. Ardieron en varias hogueras prendidas en la dársena del puerto, frente al Club Náutico. Se trataba de la biblioteca personal de quien había sido fugaz presidente del Consejo de Ministros ese año, Santiago Casares Quiroga, y de la biblioteca del centro de estudios sociales Germinal. Se calcula que más de un millar de volúmenes fueron pasto de las llamas. La selección había sido obra, como en El Quijote, de un cura apellidado Maseda y la gacetilla periodística fue redactada de este modo en el diario El Ideal Gallego:“A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y de tanta miseria, la Falange está quemando montones de libros y folletos de criminal propaganda comunista y antiespañola y de repugnante literatura pornográfica".


Pero no sólo se quemaron libros nocivos para la salud e integridad del viejo régimen. También fueron asesinadas, y precisamente en Galicia, algunas de aquellas personas que llevaron a cabo una importante labor social y educativa al frente de editoriales y bibliotecas, como son los casos del director de la editorial gallega Nos, Anxel Gasol, y el de Juana María Capdevielle San Martín (Madrid, 1905-Rábade, Lugo, 1936), una joven pedagoga y bibliotecaria cuyo nombre tiene una especial significación, pues se trata de la primera mujer que fue jefa de una biblioteca en la universidad española, en concreto, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. Accedió al cargo en 1933, compatibilizando esa función, además, con una labor no menos destacada como jefa técnica de una de las más importantes bibliotecas del país, la del ateneo de Madrid. 


Cuenta Clara Herrera Tejada en Juana Capdevielle, bibliotecaria del Ateneo de Madrid (193-1936) que por los años treinta la biblioteca de ese centro  era un hervidero de ideas y de jóvenes ávidos de conocimiento. En un artículo firmado en la revista Crónica el 1 de julio de 1934 por la periodista Josefina Carabias se refiere al ambiente femenino que se respiraba en aquellos salones, en los que suponíamos mucho más consistente  la presencia y prestancia masculinas: "Hoy en día en el ateneo se ven casi tantas mujeres como hombres -escribe Carabias-. Las jóvenes estudiantes están en mayoría, y las viejas sabihondas que alternaban con Unamuno han desaparecido por completo".


El 6 de diciembre de ese mismo año, en el diario Ahora se publica un artículo del ateneísta José Pérez Bojart en el que aparece una fotografía de "la bella y culta bibliotecaria" trabajando en su despacho. El autor define a Juana Capdevielle como una bibliotecaria "asectaria, amplia e integral, en que la han nutrido su espíritu todos los izquierdistas y derechistas españoles que tienen algo en la cabeza". 


También sabemos, a modo de muestra fehaciente de la actividad cultural que fomentaba la joven bibliotecaria en la prestigiosa institución madrileña, que por petición expresa de Capdevielle el grupo de teatro ambulante La Barraca, tan querido y unido a la memoria de Federico García Lorca, realizó en el ateneo la última representación antes de la Guerra Civil de la obra de Lope de Vega El caballero de Olmedo, en la primavera de 1936, según hace constar la actriz María de Carmen García Lasgoyti en el libro de Luis Sáenz sobre La Barraca. Es una pena que de aquella representación no queden testimonios documentales en los archivos del centro, del que se hizo socio y voraz lector de su biblioteca García Lorca a su llegada a Madrid, según cuenta en una carta a sus padres en 1919. El poeta sería elegido en 1934 vicepresidente de la Sección de Literatura, por lo que cabe colegir su amistad  con Juana. 


Fue en ese ambiente de gran pujanza cultural e intelectual donde Capdevielle conoció al que luego sería su marido, Francisco Pérez Carballo, militante de Izquierda Republicana y socio del ateneo madileño desde 1926, en el que llegaría a ocupar importantes cargos. Fue en la biblioteca de ese centro donde estudió la carrera universitaria y preparó sus oposiciones para oficial letrado del Congreso de los Diputados. Juana y Francisco se casaron en marzo de 1935, siendo ya oficial letrado de las Cortes de la República, cargo que dejaría al ser nombrado en abril de ese mismo año gobernador civil de La Coruña, por lo que su esposa pidió un permiso de tres meses sin sueldo para trasladarse a la capital gallega.


Una vez en marcha el golpe militar en julio de 1936 y habiendo caído de inmediato Galicia en manos de los facciosos, el marido de Juana quiso que se refugiara en la casa de unos conocidos mientras él permanecía en la sede del gobierno civil. Al cabo de unos días, al no tener noticias suyas, Juana llamó al gobierno civil para saber el paradero de su marido, según cuenta Clara Herrera en la aludida comunicación. Obtuvo como única respuesta que se la recogería para ser conducida a su lado. De este modo fue detenida y encarcelada, sabiendo entonces que su marido había sido fusilado el 24 de julio en Punta Herminia, cerca de la Torre de Hércules. Antes de ser asesinado a lo veinticinco años de edad, Francisco tuvo tiempo para escribir una breve carta de despedida a su esposa, en la que le decía que era lo más hermoso que tenía en la vida y que mientras pudiera pensar, pensaría en ella.


En los primeros días de agosto fue liberada con la prohibición de que siguiera residiendo en A Coruña. Fue recogida en Culleredo en casa del diputado de Izquierda Republicana Victorino Veiga y allí recibió la orden de deportación que no le dio tiempo a cumplir.  La noche del 17 de agosto fue a buscarla la Guardia Civil para correr la misma fatal suerte que su marido. Fue asesinada a los treinta años en el kilómetro 526 de la carretera N-VI, cerca de Rábade. Ese mismo día había sido fusilado en Granada su amigo Federico García Lorca, con quien compartió los años en que el Ateneo de Madrid fue un hervidero de ideas y La Barraca dio su última función. Es seguro que el poeta se espantaría de dolor y rabia ante el cadáver de Juana, en cuyo vientre se gestaba una nueva vida, como la de aquella República a la que no dejaron crecer. 

                          DdA, XV/4153                       

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