Arantza Margolles
Hay
algún que otro parlamentario que busca ofender al llamarnos buscadores
de huesos. El pobre diablo desconoce, en su profunda ignorancia, que lo
que consigue es todo lo contrario. Señor Benito Morillo, yo soy
buscadora de huesos. A mucha honra. Mi trabajo me ha costado y mi dinero
me cuesta, porque, al contrario de lo que pretende usted sugerir, yo
jamás he cobrado por este oficio y, aunque lo hubieran hecho, me
pagarían menos por él que por mis otras ocupaciones habituales.
No quiero el dinero. Si ustedes borran las partidas de subvenciones
-aún sigo preguntándome cuáles son-, yo seguiré buscando huesos. Y hablo
por mis compañeros también, sin temor alguno a equivocarme. Porque es
necesario, señor Morillo. Porque si a usted se le hubiera echado a
llorar un octogenario al ver aparecer los huesos de su padre que creía
perdidos; si usted hubiera sentido el susurro de unos nietos que
aseguran que por fin, tras décadas de insomnio, sus deudos podrán
descansar; si usted hubiera oído historias de vida en las que una
persona se murió sin dejar de tener terrores nocturnos por no saber
dónde estaba su hermano... si usted hubiera visto a su bisabuela
llorar... Y si usted tuviera, además de todo lo anterior, un poco de
corazón, no diría lo que usted ha dicho, señor Morillo.
O al menos se le caería la cara de vergüenza al decirlo. Señor Morillo, yo no abro heridas. Yo las cierro. Las cierro -las cerramos, porque somos muchos, muchos más que ustedes aunque ahora les den tanto pábulo que parezcan legión-, igual que cada fosa abierta se acaba cerrando por fin vacía, despojada del horror, calmando los corazones de quienes llevan sufriendo muchos años. Y no hay odio, señor Morillo. Jamás en este trabajo tan sumamente alentador he visto odio.
Yo el odio lo he visto en ustedes, señor Morillo. Solo en ustedes. Pero yo no tengo miedo a su odio. Y me van a tener enfrente. Piénsenselo bien. Enfrente.
O al menos se le caería la cara de vergüenza al decirlo. Señor Morillo, yo no abro heridas. Yo las cierro. Las cierro -las cerramos, porque somos muchos, muchos más que ustedes aunque ahora les den tanto pábulo que parezcan legión-, igual que cada fosa abierta se acaba cerrando por fin vacía, despojada del horror, calmando los corazones de quienes llevan sufriendo muchos años. Y no hay odio, señor Morillo. Jamás en este trabajo tan sumamente alentador he visto odio.
Yo el odio lo he visto en ustedes, señor Morillo. Solo en ustedes. Pero yo no tengo miedo a su odio. Y me van a tener enfrente. Piénsenselo bien. Enfrente.
DdA, XV/4119
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