Confieso no estar prestando mucha atención al proceso del procés porque, como buen lector de Valle-Inclán, creo que es preferible el original a la copia, sobre todo si la cualificación de los actores es tan deplorable como la de la copia. Al menos, mientras alguien no mejore literariamente la copia para glosarla como se merece. Por esto último, salvadas algunas consideraciones del autor que no comparto, y puestos a resumir lo que estamos viendo en la sede del Tribunal Supremo, me quedo con la Sabatina intempestiva que mi estimado y leído Gregorio Morán ha publicado en Vox Pópuli:
Votar no es un delito, por
supuesto. Tampoco joder, pero ocurre que si usted lo hace forzando a la
pareja se considera una violación y si se trata de niños, pedofilia. En
eso estamos, en una mezcla de violaciones y pedofilias, porque la vida
democrática de Cataluña fue violada
reiteradamente por una supuesta clase política que aplicó sus tortuosos
deseos a una sociedad adocenada por años de corrupción y xenofobia.
Pocos gestos tan patéticos como los del independentismo en el Tribunal
aduciendo sus amores españoles y su sangre agarena, que decía la copla.
Todos los arios afirmaron después de 1945 que habían protegido a una
familia judía, todos los franquistas ayudaron a un pariente rojo. De tan
manido resulta grotesco eso de la madre murciana, o extremeña, y el
padre manchego.
Por
eso el proceso al 'procés' tiene mucho de enredo filológico sobre un
fondo de realidades paralelas. Se discute sobre si hubo violencia o fue
una manifestación pacífica que solo violentaba a quienes se negaban a
consentirla. ¿Por qué no han llamado de testigo a aquella dama descocada
que narró cómo la Guardia Civil le fue
rompiendo los dedos de la mano, uno a uno, para luego tratar de
violarla? ¿Acaso no fue ella la prueba más fehaciente de la violencia
represiva del Estado y como tal apareció en todos los medios de Cataluña
pasmados ante tal tropelía? La prueba de que era un testigo de
excepción la dio al manifestar que todo se lo había inventado. ¿Dónde
está ahora? ¿Qué hacen nuestros ubicuos medios de la alcachofa que no
van a entrevistarla?
El proceso al 'procés' apenas
tiene que ver con los hechos; se suministran recursos que avalen las
mentiras. Si nos atuviéramos a lo que hemos oído resultaría que no
existió ni declaración de independencia, ni república de 8 segundos, ni
órdenes, ni siquiera parlamento; incluso Rajoy se enteró por casualidad, y Soraya Sáenz de Santamaría,
presente en el lugar de la catástrofe, lo supo por el ruido. Unos
aseguran que se trataba de una performance y los otros que querían
cerrar un chiringuito. Salvo que se trataba de un chiringuito, en lo
demás todos ensayan ejercicios filológicos, eso que en esta época de
mensajes para lectores fatigados se denomina “relatos”.
Sin embargo, sí da para hacer retratos literarios sobre
lo que son y lo que quisieran ser. Todos, acusados y testigos. En la
mayoría de los casos serán sus últimos minutos de gloria, los que
redundarán en una carrera política futura o en el ostracismo. El gesto
de Rufián desdeñando el saludo a Santi Vila
por traidor a la causa es la elocuente manifestación del pacifismo
musculado; estamos en tiempo de rufianes. La desvergüenza de Artur Mas,
primer capitán del barco que llevaba a Ítaca, alcanzó cotas que
únicamente un discípulo atento del maestro Pujol sería capaz de igualar;
desarbolada la nave, engañada la tripulación, ahora resulta que él
estaba en el muelle tratando de que la chalupa no zarpara.
Pero se han sublimado dos figuras. El inefable Junqueras
en su mejor papel de Papa Clemente, que bajo su liturgia de hábil
consumidor de sermones y misas diarias, desparramó ante la grey -que
viene de rebaño- esa letanía del amor fraterno y de la paz de las almas,
rota de manera inmisericorde, como un acto fallido freudiano, por su
comparación con Mandela. ¡Qué querencia
tiene el independentismo catalán con el viejo Nelson! Ignoran que se
trataba de un político bragado, máximo dirigente y promotor de la lucha
armada contra el apartheid, que descubrió que solo se podía ganar si
dominaba la hegemonía política, reñida con la violencia, lo que le costó
un considerable esfuerzo entre los suyos, a los que supo convencer por
su coherencia. No es el caso.
La otra figura que se ha apuntado al liderazgo es Jordi Cuixart,
un empresario del ramo metalúrgico que pasó de los comunistas catalanes
del PSUC a Ómniun Cultural, una entidad financiada por el catalanismo
reaccionario desde 1961. Tras años de vivir en laico, acaba de casarse
“por la iglesia” en la cárcel, con un ceremonial que incluía tres
sacerdotes, tres, por patriotismo. Se ha desdicho de sus exculpatorios
testimonios anteriores ante el juez porque ahora desea asumir el
martirologio y a buen seguro la beatificación en vida. Ya tiene
periodista para la hagiografía, aquella imborrable Gemma Nierga que despidió el cadáver de Ernest Lluch asegurando que él hubiera dialogado con sus asesinos pero que no le dio tiempo.
Ni héroes ni villanos, solo fantasmas. Como de Valle Inclán pero en el siglo XXI.
DdA, XV/4105
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