Félix Población
No se va a acabar la infamia porque vivimos tiempos retrospectivos en los que la derecha se ha vuelto trina y radical, émula del viejo régimen. Todos recordamos las ignominias de Casado, el del máster regalado, menospreciando a las víctimas sin sepultura del franquismo o al exportavoz de su partido en el Congreso faltando al respeto y a la dignidad a los familiares de esas víctimas, cuyo afán de reparación, justicia y verdad provenía -según él- de las subvenciones.
Antes de esta legislatura y durante varias, el Partido Popular se ha caracterizado por contar con diputados y senadores, alcaldes y alcaldillos sin la más mínima humanidad a este respecto, porque el hecho de que España sea el segundo país del mundo en fosas sin nombre no debería ser una cuestión ideológica. Se trata de una cuestión que afecta al sentimiento de humanidad o a su contrario. Identificar a los desaparecidos y darles sepultura no es sólo un gesto de justicia para los muertos, sino de piedad para los vivos.
La frescachona, rubicunda y risueña senadora del PP que aparece en la imagen ofreció ayer un episodio más de esa ignominia. Se llama Esther Muñoz de la Iglesia y no ha tenido el más mínimo reparo en vocear su desdén por los fondos públicos que el actual Gobierno destinará a la Memoria Histórica, al objeto de buscar las fosas comunes de las víctimas de la dictadura: "Quince millones -ha dicho con una frivolidad que sobrecoge- para que ustedes desentierren unos huesos".
Desgraciada criatura, bien mayorcita ya para esas aberrantes frivolidades, ¿cuál es el origen de su formación y cuáles sus valores y formación familiar y educativa, en qué modelos de tolerancia, libertad y principios democráticos se ha basado su desarrollo personal e intelectual, se ha acercado alguna vez por un casual al largo tiempo de silencio en que han guardado su dolor los hijos e hijas de tantos miles de víctimas, en qué basa usted los fundamentos de sus muy posibles creencias cristianas?
Como las palabras de doña Esther provocaron el correspondiente enojo entre los senadores que no eran de su partido ni de Ciudadanos, la señora Muñoz de la Iglesia quiso arreglarlo en los pasillos con los periodistas diciendo que se refería a los huesos del extinto caudillo, todavía sepultos en la basílica del Valle de los Caídos. Claro que sobre este asunto había dicho meses antes: "Como comprenderá, con 33 años que tengo, sacar
a una persona que lleva enterrada allí 43 años, a mí ni me va ni me
viene". Tampocó el pretendido arreglo con la prensa cuajó porque para la posible reinhumación de los restos mortales del dictador no se requieren 15 millones de euros sino varias decenas de miles.
Tengo el presentimiento, una vez observado el sucinto currículum de la mentada senadora -con sólo 13 meses de vida laboral a su edad-, que desde que se afilió a las Nuevas Generaciones del PP a los 18 años, el objetivo profesional de esta abogada leonesa se cifra en la exclusividad de la carrera política -a imagen y semejanza de otras veteranas compañeras suyas todavía en activo- y que, después de casi cinco años en la sede central del Partido Popular en Madrid, goza para tal menester con unos inicios meritorios y a tono con su intervención de ayer en el Senado: todo empezó cuando le dieron el Premio Nacional de Oratoria Gabriel Cisneros, convocado por la ultraconservadora Fundación para la Defensa de la Nación Española, entidad fundada y presiodida en su día por Santiago Abascal, líder de Vox.
Con esos antecedentes, me consta que va a resultar inútil recitarle a doña Esther el siguiente poema, que además es de una magnífica autora catalana llamada Angelina Gatell, pero conviene tener muy presente a qué huesos se refería con su desprecio la señora senadora:
No dejéis que el silencio, como fría argamasa,
apague la memoria de aquellos que quedaron
hundidos en la tierra, en la linde del alba.
No dejéis que sus huesos, pulidos por el barro
apague la memoria de aquellos que quedaron
hundidos en la tierra, en la linde del alba.
No dejéis que sus huesos, pulidos por el barro
permanezcan secretos. Izadlos como antorchas,
coronad con sus llamas el fuego que tuvimos
cuando todo era espanto, cuando todo era sombra.
Ellos fueron su amparo, su razón, su sentido.
coronad con sus llamas el fuego que tuvimos
cuando todo era espanto, cuando todo era sombra.
Ellos fueron su amparo, su razón, su sentido.
Recobradlos. Traedlos hasta nuestro presente.
Dad al aire sus nombres como ramas crecidas
en la entraña secreta. Recordad que nos dieron
Dad al aire sus nombres como ramas crecidas
en la entraña secreta. Recordad que nos dieron
claridad y conciencia. No dejéis que la muerte
señoree el olvido ni su luz aterida
pues de ella crecimos. Somos sólo su efecto.
señoree el olvido ni su luz aterida
pues de ella crecimos. Somos sólo su efecto.
DdA, XV/4.080
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