Félix Población
Editorializa en su edición de hoy el diario El País sobre la mentira como herramienta política y centra su crítica en el líder del Partido Popular, a propósito de la entrevista difunida en la segunda edición del Telediario hace unos días, en la el que señor Casado repitió las falacias que viene difundiendo desde que sustituyó a Mariano Rajoy al frente de su partido, a pesar del máster regalado que cuestiona su formación académica.
Tiene toda la razón el o la firmante del editorial con respecto a don Pablo, pero creo que la mentira está empañando desde hace demasiado tiempo el discurso de los políticos en este país, con aquel primer capítulo tan nefasto como el de la autoría de los terribles atentados del 11 de marzo de 2004 que de manera determinante afectó al segundo gobierno de Aznar el de las Azores y al Partido Popular, derrotado en las urnas pocas fechas después.
En los últimos tiempos se viene hablando mucho de las falsas noticias (evito a propósito su terminología en inglés), tan activas en las redes sociales y otros mecanismos de comunicación, sin reparar que quizá sus efectos infecciosos se están dejando notar en ciertos políticos que, como Casado el del máster regalado, pueden hacer uso permanente de ellas -tal como aconsejaba Goebbels durante el régimen político más oprobioso de la historia- con tal de arribar al poder.
El diario El País se queda corto en su editorial al centrar su crítica en el líder del Partido Popular. También la mentira afecta a su aliado Albert Rivera, sin que por esta vez se le tenga en cuenta, e incluso al actual y efímero presidente del Gobierno. Repartida la herramienta de la falacia de modo tan amplio, con la correspondiente erosión que ello supone en el ya de por sí erosionado régimen de 1978, mucho me temo que su abuso se prodigará hasta extremos insoportables a partir de ahora en la campaña electoral que se nos avecina, sin que cada cada uno de los líderes a los que incumba corregirse tengan en cuenta lo que hoy leemos en el citado diario
"Incorporar el uso sistemático de la mentira como una estrategia
electoral tiene efectos perniciosos sobre la democracia. El uso
deliberado del engaño convierte en impotentes a los ciudadanos porque
distorsiona la realidad sobre la cual estos formulan sus juicios y toman
sus decisiones. Sin veracidad en la comunicación política, el primer
pilar que se resquebraja es el de la libertad. Los hechos son las
herramientas con las que cuentan las personas para explorar la realidad,
y es en el respeto a ellos donde se fundamenta uno de los pilares
básicos que erigen las democracias: la confianza.
Por eso, quien falsea la palabra, como sostuvo Montaigne, “traiciona
la relación pública”: si no hay un mundo común cuyos datos compartimos,
no es posible una evaluación común de la realidad. La discrepancia en
política es inevitable y, más aún, aconsejable, para que los ciudadanos
puedan optar entre propuestas diferentes. Pero lo que no es aceptable es
la construcción de visiones políticas a partir de falsedades que se
usan de manera pretendidamente normalizada. Si no compartimos el mundo
sobre el que nos pronunciamos, la comunicación desaparece. Creer que no
existen normas para la comunicación política y que se trata solo de
manejar mensajes de consumo inmediato para animar a los propios
seguidores y distraer o escandalizar a los adversarios es pregonar que
no se tiene especial respeto por los electores".
Añado a esta última frase del editorial que no sólo se trata de una falta de respeto al elector sino de una auténtica burla, desprecio e insulto a su inteligencia, harta de basura falaz.
DdA, XV/4100
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