El historiador e
hispanista Paul Preston está entre los más reputados por el valor de toda su
obra, y sus opiniones con relación a nuestra historia contemporánea siempre son
respetables y dignas de escucha. Por eso se debe considerar la que ha dado con
relación a la aprobación del decreto gubernamental para que los restos mortales
del dictador Francisco Franco sean por fin exhumados del santo sepulcro que
ocupan en la basílica del Valle de los Caídos, desde noviembre de 1975 y
después de más de veinte años de gobiernos del Partido Socialista Obrero
Español.
Estima Preston que si esa exhumación no va a ser universalmente bienvenida y no hay de momento lugar para enterrar los restos exhumados, habrá que encontrar uno que sea universalmente satisfactorio e inaccesible para que los adeptos a la memoria del caudillo por la gracia de Dios no puedan peregrinar cada vez que se repita la fecha de su óbito.
Desde Londres, el autor de El holocausto
español le ha comunicado a la agencia Efe por correo electrónico que sería
el mar el lugar más idóneo para ese destino. Y hasta lo ha argumentado
con razones sentimentales y biográficas, puede que por sazonar la
justificación de la ubicación con algo de humor inglés: Franco de joven quiso
ser marino -comenta Preston-, pero su ambición se frustró por el cierre de la
academia naval como consecuencia de la derrota militar de 1898 (con la perdida
de las últimas colonias, Cuba y Filipinas). El fracaso de incorporarse a la Armada
le pesó mucho.
También
subraya Paul el hecho de que durante la Guerra Civil, en Salamanca, la mejor
manera de agradarle o calmarle era cambiar de conservación y enfocarla hacia
temas navales. El historiador apunta asimismo que como caudillo pasó buena parte
del tiempo de ocio del que dispuso a bordo de su yate Azor, vestía el uniforme
de almirante siempre que podía y cuando visitaba las ciudades costeras,
prefería llegar desde el mar en un barco de guerra.
Deja
sin mentar, mi bien leído Paul Preston, aquel poema de Rafael Alberti tantas
veces cantado por Paco Ibáñez, que tan ilusionante fue, sobre todo, cuando las
expectativas democráticas se abrían para este país:
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
jinete del pueblo,
al sol y a la luna. ¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar! A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma. ¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar! Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya. ¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
DdA, XV/4092
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