domingo, 20 de enero de 2019

PEDRO OLALLA Y LA CUESTIÓN DE MACEDONIA

 Atenas. Plaza de la Constitución. Hoy.
Los griegos se manifiestan masiva y pacíficamente contra la usurpación flagrante de su historia (caso Macedonia) y el gobierno los fumiga con gas CS caducado (prohibido para la guerra por la Convención de Armas Químicas pero autorizado como antidisturbios en condiciones de "paz").




Pedro Olalla
Grecia lleva más de veinticinco años deseando –y mereciendo– una resolución justa del conflicto sobre la denominación de la Antigua República Yugoslava de Macedonia (FYROM). A los ojos del mundo, el asunto no parece importar demasiado –pese a las implicaciones con la UE y la OTAN, y a la larga mediación de la ONU–; pero lo llamativo ahora es que el propio gobierno griego, presidido por Alexis Tsipras, trate con displicencia y vilipendio a los cientos de miles de personas que, en los últimos tiempos, han expresado, de manera pública y pacífica, su reivindicación y su sentir en relación con una cuestión tan íntimamente vinculada con la historia y con la identidad de los griegos. Por no decir con la verdad y la justicia.
Acaban de gasearnos en la Plaza Syntagma (Plaza de la Constitución) y el momento es demasiado caliente como para tratar de argumentar sobre las sutilezas geopolíticas del Acuerdo de Prespas o sobre la “ironía democrática” que permite al país vecino pronunciarse soberanamente sobre este tratado en tanto que a Grecia se le niega –una vez más– su derecho a celebrar un referéndum. Por eso, me limitaré exclusivamente a exponer datos históricos que debe conocer todo el que desee formarse una opinión sobre el asunto de Macedonia.
La Antigua República Yugoslava de Macedonia –la antigua región de Vardar Banovina– no fue nunca parte del Imperio Macedón. Las fronteras septentrionales del reino de Alejandro Magno estaban en las cordilleras de Skardo, Orvilo y Skormio, por lo que ni siquiera la ciudad de Skopje estuvo nunca en territorio del reino macedón. Las tierras que hoy ocupa FYROM se llamaban entonces Peonía. Si parte de esta región se llamó alguna vez Macedonia, fue cuando, en el 146 a.C. –tras la victoria de Cecilio Metelo sobre Andrisco– se constituyó la enorme provincia romana de Macedonia, englobando en una misma jurisdicción los territorios griegos de Macedonia, Epiro, Tracia y Tesalia. Es decir, parte –y sólo parte– del actual territorio de FYROM fue Macedonia romana 177 años después de la muerte de Alejandro y ocho siglos antes de la llegada del pueblo eslavo que hoy reivindica su nombre, sus símbolos identitarios, su historia y hasta su “lengua”. Más tarde, en época de los temas bizantinos, Skopje no perteneció al tema de Macedonia sino al de Bulgaria, y en tiempos del Imperio Otomano no existió nunca una región administrativa con el nombre de Macedonia.
Por consiguiente, mucho mayor derecho a la reivindicación de la denominación histórica de Macedonia tendrían otros países como Egipto, Turquía, Siria, Líbano, Jordania, Israel, Irak, Irán, Afganistán, Tayikistán o Uzbekistán, territorios todos que sí fueron, en un tiempo, parte del gran Imperio Macedón. Pero no lo reivindican, claro está, porque sería absurdo.
El Derecho Internacional reconoce que ningún Estado puede imponer su nombre a otro. Hasta aquí, todos de acuerdo; pero de este principio no se deriva que un Estado tiene derecho a usurpar el nombre, la historia y la identidad de otro. No nos confundamos. ¿Qué pasaría si la región griega de Macedonia fuera hoy un Estado y no una región? ¿Acaso tendría derecho otro Estado, y máxime vecino, a usurpar su nombre? Por supuesto que no. ¿Y acaso el hecho de que la región griega de Macedonia no sea un Estado independiente constituye alguna salvedad en cuanto a lo que el Derecho Internacional reconoce? No lo creo. Juguemos, pues, limpio, y, si lo que queremos son relaciones de paz y buena vecindad, empecemos todos por respetar la verdad y la justicia.

                   DdA, XV/4.065               

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