Manuel Maurín
Es
sabido que en los intersticios del complejo monumental-eclesiástico que
se extiende en torno a la catedral de Oviedo habita una especie
endémica de salamandras (o sacaveras) que han permanecido aisladas del
exterior desde hace más de mil años, aunque hasta hace algún tiempo no
se conoció (y solo en los ambientes especializados) la causa de este
prodigio.
El caso es que, una madrugada de otoño,
el arzobispo de la diócesis se aventuró desde su mansión de la Corrada
del Obispo, a través del Tránsito de Santa Bárbara, el viejo Cementerio
de Peregrinos y otros vericuetos, hasta llegar al Convento de las
Pelayas, donde fue debidamente recibido y agasajado, lo mismo que en
otras ocasiones anteriores.
Allí permaneció hasta
que la que la luz del alba comenzaba a iluminar el patio del claustro y
salió entonces, a calzón bajado, trastabilando y resbalando en las losas
humedecidas por el orbayo, hasta que dio con los huesos en el suelo del
Patio de Pachu el Campanero, donde permaneció un buen rato sin poder
incorporarse. Entre tanto, unas cuantas sacaveras que habían salido de
sus escondrijos se le encaramaron hasta el vientre y sorbían ansiosas
las gotas de semen que tenía adheridas en el vello púbico.
Quiso
el destino que el acontecimiento fuese presenciado por el deán de la
Catedral, que había madrugado para sisar algunas monedas del cepillo de
la Cámara Santa y estaba oculto tras los muros de la torre románica de
San Salvador.
Cuando el deán se lo contó a un
biólogo de la Universidad - amigo suyo, que llevaba años estudiando
sobre el tema- éste concluyó que los curiosos anfibios, representados
ya en los capiteles medievales del templo, habían conseguido sobrevivir
gracias al suplemento seminal de generaciones de arzobispos y sacerdotes
que circulaban asiduamente por entre aquellos santos lugares.
El
biólogo se sintió satisfecho al descifrar, por fin, el misterio de las
sacaveras de Oviedo -levemente blanquecinas- pero preocupado por la
necesidad de tener que conservar una nueva especie, la de los clérigos
pecaminosos, como medio para garantizar la supervivencia de los propios
anfibios. Y, sobre todo, por no poder publicar los resultados de la
investigación, por razones obvias.
DdA, XV/3.037
No hay comentarios:
Publicar un comentario