Félix
Población
Pedro Olalla (Oviedo, 1966) reside desde hace casi
25 años en el país donde tuvo su cuna y se desarrolló la cultura antigua que
más ama y ha estudiado, que es a la vez a la que más debemos, de la que él es
un reputado investigador: Grecia. Helenista, por lo tanto, escritor, profesor y
traductor, es asimismo fotógrafo y cineasta. Tiene en su haber algo más de una
treintena de obras en varias lenguas, así como numerosos artículos y
traducciones, con una especial dedicación a la literatura, la arqueología, las
humanidades y la historia. Una entrevista con Olalla siempre le puede deparar
al periodista un manojo de titulares porque sus respuestas, además de gozar de
una precisa y rica expresión, están
dotadas de una profundidad conceptual y un interés incuestionables, hasta el
punto de que puede ser temerario y hasta improcedente resumirlas. Por disfrutar
más a fondo de sus conocimientos, no me limitaré en esta interviú a una serie de preguntas sobre su último libro
(De senectute política. Carta sin
respuesta a Cicerón, Ed. Acantilado), sino también a cuestiones relativas a
esa Unión Europea vigente o decadente, cada vez más vaciada de contenido
democrático, a la necesidad de reconquistar la política para enfrentarse a la
cosmovisión globalizadora y neoliberal, a su último film documental Grecia en el aire –basado en su libro
homónimo-, que sigue presentando con expectación por diversas ciudades de
España, y también a la deplorable situación socio-económica que vive Grecia, después
de haberse sometido a la imposición de la dictadura financiera, con un número
creciente de ciudadanos propensos a creer -allí donde afloró la democracia- que la solución a los efectos perversos del
capitalismo puede llegar acaso de la mano del fascismo.
-La
mitad de la población europea con derecho a voto supera los cincuenta años y, a
pesar de eso, sostienes que esa no es la única razón para afirmar que nuestra
sociedad está políticamente envejecida, sino que lo está más aún porque nuestra
deficiente democracia ha perdido su ímpetu transformador. ¿En qué valores se
basaba ese ímpetu y por qué han ido en regresión?
-Definitivamente, si la democracia se encuentra envejecida,
no es, a mi parecer, por el incremento de la edad de los llamados a tomar parte
en ella, sino por una causa mucho más profunda: porque ha dejado de ser fiel a
su esencia, que es lo que de verdad la nutre y hace de ella un proyecto
eternamente joven. Ha dejado se ser fiel a su esencia de sistema ideado para que el ser humano pueda aspirar a realizarse
como animal político; de sistema que
aspira a corregir las injusticias derivadas de la desigualdad económica y
social usando como medio la igualdad política; de sistema pensado para tratar
de conseguir la igualdad y la libertad de las personas a través de la máxima
identificación entre los gobernantes y los gobernados; de sistema que propugna
que el interés común sea definido y defendido por el conjunto de la sociedad;
de sistema altruista que creó la Política como arte de conciliar la voluntad de
todos para combatir el egoísmo. Me parece vital que, si queremos conservar la
democracia, no perdamos nunca de vista estas definiciones deontológicas nacidas
de la experiencia griega.
-Te
refieres al objetivo de rejuvenecer una democracia envejecida con una población
también envejecida para recobrar el impetus
de sus valores originales, y afirmas que eso pasa por reconsiderar el posicionamiento marginal y pasivo de la
llamada tercera edad. ¿Cómo?
-Rejuvenecer la democracia con una
población envejecida. Sí, suena como una paradoja, pero ese es, a mi
modo de ver, el gran reto presente y futuro de nuestras deficientes
democracias: convertir en verdaderos ciudadanos a una exánime población de
votantes, consumidores, beneficiarios y súbditos, cada vez de mayor media de
edad, e ilusionarla en el proyecto individual y colectivo de protagonizar la
reconquista de la política. La demografía nos dice que este reto no es ni será
una tarea exclusiva de jóvenes, sino, más bien, de hombres y mujeres de todas
las edades, y, en un grado creciente, de edad madura y avanzada. Por eso, a la
luz de los avances técnicos y científicos de nuestra sociedad –que están
incrementando la longevidad y el mantenimiento de las plenas facultades–,
debemos operar también un cambio de mentalidad que nos conduzca a reconsiderar
el posicionamiento marginal y pasivo de la llamada tercera edad, a integrar ese
sector creciente de la población en la vida social y política, y que nos
permita beneficiarnos de su enorme potencial para el bien común. ¿Me preguntas
cómo? Abriendo los ojos, abriendo la mente, desmontando tópicos y prejuicios
con argumentos y con hechos. Es así como se han obrado siempre los cambios
profundos.
-Llegas
a decir en tu libro que la democracia es hoy un nombre vacío, usurpado por los
poderosos, y que un sistema no puede ser conceptuado como democrático si no
aspira a una justa distribución de la riqueza. ¿Qué interpretación se puede
hacer de ese criterio aplicada actualmente a los países de la Unión Europea?
El sistema globalizador y neoliberal quiere la democracia como una cara
amable, una máscara hueca que legitime sus acciones sin levantar sospechas;
pero la odia como proyecto que aspira a organizar la sociedad tomando como base
la dignidad y la realización del hombre, porque es incompatible con ella. Los intereses
del capital y los de los ciudadanos están en un conflicto natural. Si la
democracia es la participación del conjunto de los ciudadanos en la definición
y la gestión del interés común, entonces es totalmente incompatible con las
aspiraciones del capitalismo globalizador y del libre mercado, pues estos
últimos aspiran a la acumulación de la riqueza y a la transmutación del poder
económico en poder político, mientras que las aspiraciones de la verdadera
democracia son diametralmente opuestas: compensar la desigualdad económica -y
las desigualdades derivadas de las prerrogativas de la sangre- a través de la
igualdad política, para, de este modo, tratar de conseguir que la libertad, la
justicia y los recursos –bienes sin los que el ser humano no puede realizarse
plenamente– existan de verdad para todos.
En los últimos años, nuestra
Unión Europea –y no sólo ella, claro está– se ha alineado de lleno con la
cosmovisión globalizadora y neoliberal, asumiendo dudosos y tendenciosos
postulados económicos como incuestionables dogmas políticos, y elevando toda su
teoría y su praxis a la categoría de dogma, de Único Camino. A resultas de
ello, la soberanía de facto reside hoy en los mercados financieros.
Grecia es testigo. Hoy, el dinero manda sobre la economía, la economía
sobre la política, y la política, de forma coercitiva, se impone sobre la
sociedad y la naturaleza; y esto es el mundo al revés, el mundo a la medida de
la conveniencia y del egoísmo de unos pocos. Porque lo que nos dicen la
honestidad y la filosofía es que la jerarquía de prioridades debe ser la
contraria: lo primero es respetar a la naturaleza y armonizar la sociedad con
ella, obrando nuestros propósitos sin poner en peligro su existencia y la
nuestra, y haciendo que sus bienes, sin llegar a agotarse, alcancen a cubrir
las necesidades cabales de todos; lo siguiente es que, a la consecución de
dichos fines, venga a servir cumplidamente la política, no como dictado de la
voluntad de los más fuertes en provecho propio, sino como tarea colectiva de
definir y defender de forma consensuada el interés común; y lo último es que,
desde esa posición de legitimidad, sea la política la que regule las fuerzas de
la economía –la gestión de la casa, como su nombre griego indica–,
procurando que aporte al bienestar de todos, evitando tendencias hacia la
explotación de unos por otros, y haciendo que el dinero vuelva a ser meramente
un instrumento creado para servir a sus rectos propósitos y no el arma ominosa
de unos pocos para constituirse en amos.
ES
NECESARIO RECONQUISTAR LA POLÍTICA
-También
aludes, en tu diálogo epistolar con Cicerón, a la existencia de un imperio
nuevo, sin césar ni rostro, ni fronteras concretas, ni freno a su ambición, que
avanza conquistando la política para sus propios fines por medio de la deuda y
la corrupción. ¿Cómo cabe oponer resistencia a esa marea?
Sólo hay una manera: conciencia, organización y acción. Por
eso es necesario reconquistar la Política.
- Ese
nuevo imperio ha conquistado la política para vaciarla de sentido, de modo que
el papel de los políticos es cada vez más irrelevante. Pero en ese tránsito de
vaciamiento democrático cada vez es más ostensible el papel jugado por los
partidos autoritarios de extrema derecha en Europa, con Trump de gran tutor,
hasta el punto de recordarnos los años treinta del pasado siglo. ¿Estamos otra
vez ante un caldo de cultivo propicio a repetir la historia?
-Es evidente que las grietas del sistema neoliberal y los
efectos de sus políticas en las propias carnes de los ciudadanos de Occidente
han dejado espacio a que el autoritarismo de derechas gane terreno entre unas
poblaciones cada vez más precarias y desamparadas. Si la retórica idealista de
la “Europa unida” se viene definitivamente abajo, habrá que “agradecérselo” a
Merkel, Sarkozy, Barroso, Draghi, Schäuble, Lagarde y a sus respectivos
círculos de influencia. Ellos no son los únicos, claro está, pero sí están
entre los más visibles. Ahí donde la “Europa unida” era, desde su nacimiento,
un sueño frágil e inspirador de múltiples recelos, estos personajes han
conseguido en los últimos tiempos minar por completo su “credibilidad” (por
usar un término resemantizado por la tecnocracia financiera neoliberal).
Pero también es verdad –y ello no debe escapar a nuestra
percepción– que a este núcleo duro europeísta, y a los muchos partidos del establishment que comulgan con él en
toda la geografía europea, les viene muy bien que exista un autoritarismo con
esvástica, porque así pueden ellos seguir aplicando, sin esvástica, políticas
autoritarias y antidemocráticas, al tiempo que nos previenen contra la amenaza
del “extremismo populista” y se erigen en paladines de una especie de aurea mediocritas. Esta es una trampa
muy peligrosa, y quienes nos la tienden son esos que, pervirtiendo los
conceptos, se han apropiado del término “populismo” para desacreditar
visceralmente a cualquiera que, por el lado que sea, ponga en duda su dogma del
Único Camino. Frente a esta demoledora disyuntiva entre la globalización
neoliberal y el autoritarismo fascista –qué otra cosa si no fueron las últimas
elecciones en EE.UU. –, lo que Europa necesita de verdad es un cambio profundo que la
convierta de una vez en un proyecto político y social en beneficio de todos y
que la aparte de ese “master plan” para grandes multinacionales que guía sus
pasos, que tal vez sea válido para crear negocios lucrativos pero que no lo es
para organizar sociedades. Para sobrevivir a lo que se le viene encima, Europa
necesita urgentemente un cambio de signo, pero mucho me temo que no será capaz
de conseguirlo en un futuro próximo. Por eso, países como Grecia no pueden esperar
a ese momento, no pueden seguir esperando a Godot. Necesitan reconstruir sus
ruinas sobre la base de un verdadero patriotismo democrático, integrador y
progresista, que defienda la nación como sujeto de soberanía y el Estado como
jurisdicción de la ley; porque, mientras la Unión Europea no sea otra cosa que
una estructura tecnocrática para que el poder financiero de facto se convierta en un poder de iure, habrá que seguir buscando la democracia y la soberanía en
los espacios nacionales y en la cooperación entre Estados.
-El
mundo se ha transformado en el último siglo más que en dos milenios y nos
esperan más cambios que modificarán las estructuras existentes. ¿Qué pasará si
no se invierte el actual flujo que hace que la riqueza y el poder corran cada vez
a menos manos?
El futuro siempre está abierto, y los cambios que nos
esperan serán muchos, y difíciles de creer y asimilar. Pero, entre tanta
incertidumbre, hay una cosa cierta, y sobre ella debemos poner nuestro cuidado:
que, en cualquier tiempo, las decisiones serán tomadas por quien tenga el
poder; y hoy somos testigos de que el poder, unido a la riqueza, corre cada vez
a menos manos. Por eso es perentorio recuperar la política –la Política con
mayúscula–, porque lo que no decide la política lo decide el
dinero, y lo hace siempre defendiendo sus propios intereses.
-Te preguntas y te
pregunto: ¿Qué perversa falacia arroja a la categoría de lo improductivo, de lo
invisible y de lo inútil toda contribución o trabajo que se realice al margen
de una transacción de dinero?
La doctrina de la productividad medida únicamente en dinero,
que es la que, por desgracia, opera como un dogma férreamente arraigado en
nuestras sociedades. Yo me pregunto: ¿Son realmente improductivas las personas
cuando cruzan el umbral de una edad? ¿Lo son, acaso, por dejar de ejercer una
labor remunerada o por que la que ejercen no haya sido remunerada nunca? ¿Es
improductiva la labor que los abuelos realizan con los nietos? ¿Hay que
cuantificar en dinero el apoyo que prestan a sus hijos? ¿No vale nada todo lo
que se haga o se diga de bien después de la jubilación, o antes incluso, si lo
dicho o lo hecho no ha sido meramente trabajo tasado con dinero? ¿Son
improductivas las madres por el hecho de no cobrar salario? ¿Acaso no producen
nada quienes lo que producen no se comercializa en el mercado? Si asentimos a
estos interrogantes, estamos asumiendo que, en un futuro próximo, cuando la
mayor parte de la riqueza sea producida por la inteligencia artificial de las
máquinas, la humanidad entera quedará degradada a la condición de improductiva y será tenida por
parasitaria y por inútil. Y estamos asumiendo, además, que quienes tengan
entonces posesión y control de los medios para la producción serán los únicos
considerados productivos y, por
tanto, los únicos legítimos poseedores de toda la riqueza del mundo. Casi nada.
¿Por qué hemos de asumir resignados una precariedad futura cuando vemos que el
mundo es cada vez más rico? No es el problema la riqueza: es la distribución de
la riqueza. Y hacerla más justa es uno de los retos mayores de la Humanidad
para su propia supervivencia. Es necesario un cambio de mentalidad. Es necesario
convencer a muchos de la obviedad –no meramente idealista– de que todo el mundo
debe tener derecho a lo necesario para el bienestar y nadie debe tener derecho
a poseer sin límites. Estoy seguro de que incluso los que, por conveniencia o
ignorancia, niegan esta idea, estarían de acuerdo con ella llevados al extremo
en que uno solo poseyera toda la riqueza del mundo y no quedara nada para los
demás: porque entonces quedaría al descubierto la falacia, y entenderíamos que
es imperioso que el derecho a poseer tenga sus límites por lo alto y por lo
bajo; entonces quedaría a las claras la necesidad de redistribuir y la
insuficiencia del trabajo remunerado como mecanismo para este cometido.
PRIVAR
DE LOS DERECHOS DE PENSIÓN, CRIMEN DE LESA HUMANIDAD
-Supongo
que estás al tanto de las manifestaciones multitudinarias de pensionistas que
se dan cada lunes en Bilbao en pro de unas pensiones dignas. Para mí, entroncan
con el pensamiento ciceroniano del envejecer
como empeño ético, del que no parece haber tanta conciencia en la juventud.
Privar a los trabajadores de los derechos de pensión que han
generado con su propio trabajo es un robo perpetrado desde el poder y, cuando
alcanza ciertas dimensiones, es también un crimen de lesa humanidad. Que sean
las personas de avanzada edad quienes más se movilicen por esta cuestión no
debe ser justificado solamente por su condición de damnificados: es también una
muestra de virtud ética y de virtud política. Cicerón, hablándonos en su De senectute de que las dificultades de
la vejez no provienen tanto de la edad como del carácter y la actitud vital de
las personas, dejó claro que el envejecer es, en un alto grado, un empeño ético; yo, en mi humilde
diálogo con él y con su obra, he querido indagar sobre si conseguir aquellos
bienes y virtudes que posibilitan una buena vejez no es también un asunto
social, un desafío colectivo, y por tanto político.
Creo que la actitud y la movilización de muchos jubilados pone de manifiesto
ambas cosas.
-Aprovecho
la oportunidad de esta entrevista a propósito de
tu último libro para preguntarte por Grecia, país en el que has residido tantos
años. Escribiste un artículo, en relación con los últimos y pavorosos
incendios, que el Ática ardió porque los políticos griegos y sus acreedores
alimentan cada día un incendio mayor. ¿Qué situación socio-económica vive
Grecia hoy en día? ¿Cuál es el estado de ánimo de la población? ¿Cómo respira
la ultraderecha?
El balance de la situación es muy penoso, y sería aún muy
largo de contar; pero podría resumirse en una idea, deplorable también: Grecia,
si aún no de iure, ha dejado de facto de ser un
Estado soberano, es decir, una “asociación política
con soberanía efectiva, interna y externa, sobre una zona geográfica
determinada”; pues ni en lo económico, ni en lo político, ni en lo
territorial, se aviene ya –aunque sea de lejos– a esta escueta definición.
Grecia ya no existe como Estado soberano: es sólo una colonia de deuda. Una
sociedad en dependencia continua de los mercados financieros y gobernada de
facto por el Eurogrupo, ese órgano “informal” de la Unión Europea. Y, por el
camino en que está, no hallará solución a sus males. Para poder cumplir los objetivos financieros que le
marcas sus “socios” y sus acreedores, Grecia estará abocada indefinidamente a
perseguir a toda costa el superávit primario –que es de donde cobran los
acreedores–, cosa que, en el contexto actual y sin poder hacer política
monetaria, sólo se consigue incrementando impuestos y recortes; es decir, con
más “austeridad”. Y es sabido que todas las medidas para obtener superávit
primario seguirán provocando recesión, destrucción de la economía real,
enajenación de la riqueza nacional, empobrecimiento de la sociedad y
dependencia total de los mercados financieros, que es donde, cada día más,
reside de verdad la soberanía.
La gran mayoría de la
población vive resignada, sumisa, crédula, sin capacidad de generar una
respuesta organizada y eficaz proporcional a la enorme gravedad de los hechos.
Y así no hay futuro. Y, pese a que los hechos son magnitudes mensurables y no
meras “apreciaciones ideológicas”, son pocos todavía quienes están dispuestos a
dar crédito y apoyo a una opción de ruptura; y, en cambio, como hemos dicho
antes, son bastantes, por desgracia, los que, en su situación de indignación y
desamparo, se tornan propensos a creer que la solución a los efectos perversos
del capitalismo puede llegar acaso de la mano del fascismo. El
pueblo griego necesita un proyecto de país en que creer, un empeño colectivo
capaz de justificar sus enormes sacrificios, una esperanza de seguir existiendo
en el futuro. Pero ninguna, ninguna de las medidas que se han aplicado y que se
siguen aplicando, tiene nada que ofrecerle en este sentido.
-Últimamente
presentase tu film Grecia en el aire,
basado en el libro del mismo nombre, en el que reflexionas sobre la valiosa
herencia y los apremiantes desafíos de la antigua democracia griega en nuestros
días. ¿Por qué has llevado el libro a formato audiovisual?
-Toda obra en formato de libro ofrece una experiencia de
comunicación entre quien la crea y quien la recibe que, si bien puede ser muy
intensa y enriquecedora para este último, es marcadamente individual y
diferida. La película, de forma complementaria, intenta ofrecer a la obra las
posibilidades de una experiencia de comunicación colectiva y presencial: es
decir, una dinámica distinta a la de la lectura individual que –a través de
proyecciones y coloquios– está permitiendo a la obra ampliar su alcance como
herramienta para fomentar la reflexión en común sobre la deontología de la
democracia. Sobre su pasado, su
presente y su futuro. Y sobre nuestra implicación como única garantía real para
su supervivencia. Junto a esto, el hecho de ser una película
financiada por micromecenazgo, distribuida por sus numerosos promotores y
destinada a la organización no lucrativa de actos sociales, políticos y
educativos, refuerza y amplía el carácter democrático de la obra original.
-Finalmente,
Pedro, estoy contigo en que el humanismo seguirá siendo una actitud de
resistencia ante el egoísmo y la barbarie, pero uno y otra no dejan de acosar
el presente y el porvenir. ¿Hay motivos para creer en esa resistencia?
-No es seguro que la actitud humanista acabe triunfando
definitivamente sobre el egoísmo y la barbarie. Pero sí es absolutamente seguro
que el egoísmo y la barbarie triunfarán con más dificultad entre quienes hacen
suya esta actitud que entre quienes la ignoran o la menosprecian. Éste es, a mi
modo de ver, el principal motivo para seguir creyendo en ella.
*Entrevista publicada también en el número de diciembre de El viejo topo.
*Entrevista publicada también en el número de diciembre de El viejo topo.
DdA, XV/4.030
1 comentario:
y la gente, ¿acaso la gente no tiene culpa de nada? ¿y los mesías redentores de la izquierda, los que se corrompen en cuanto llegan al poder, los demagogos sempiternos? ¿qué es lo que está pasando hoy enEspaña con el gobierno de los veinticuatro ministerios? ¿qué hay de fascismo en implorar que se acabe de una vez con tanta inseguridad ciudadana, con tanta precariedad económica, con tanta imposición ideológica? ¿robarle cientos, miles, de millones de euros a los ciudadanos como han venido haciendo los sucesivos gobiernos socialistas durante los últimos cuarenta años, la exclusión ideológica del diferente, la menrira sistemática, el resentimiento y la envidia de la izquierda, el tachar de fascista a todo movimiento, idea o actitud personal que se oponga al pensamiento único y totalitario de la izquierda, todo esto, dónde se queda?
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