Aunque no me identifique con la bandera nacional por creer que la Historia nos debe la que por primera vez instauró en España una democracia y fue defendida frente a una dictadura fascista, comparto en buena medida lo que el escritor Juan Manuel de Prada expone en este artículo firmado en uno de los medios en que colabora con regularidad y que me permito republicar. Admito que Dani Mateo está en su derecho de hacer la mocosa humorada con la enseña nacional, en virtud de la libertad de expresión a la que tiene derecho, y también que muchas personas se hayan sentido ofendidas por ello en este país, pero creo que esto último le ocurriría a este Lazarillo con la bandera tricolor de la segunda República si alguien hubiera hecho igualmente esa mocosa humorada con ella, amparándose también en la libertad de expresión que, en ningún caso, debe ser conculcada Desde luego, tanto en el vigente régimen como posiblemente en una tercera República se darían aquellos salvapatrias fariseos que se
forran envolviéndose en la bandera española la ensucian con manchas
indelebles. Y, a la vez que ensucian el símbolo, tornan odiosa para
muchos la realidad que ese símbolo representa. No son los que se suenan los mocos en las banderas los que nos deben doler, sino los que se envuelven en ellas para hacer de la patria una factoría de corruptas granjerías. Pero con esos parece que no hay quien pueda.

Juan Manuel de Prada
No me mueve a escribir este artículo ninguna simpatía hacia
el cómico llamado Dani Mateo, que en una humorada reciente se sonó los
mocos en una bandera española. He de confesar, de hecho, que no tenía de
este cómico otras referencias que las que algunos amigos indignados me
habían hecho llegar, advirtiéndome de que en más de una ocasión me había
escarnecido de las formas más burdas, en el mismo programa que acogió
su alivio nasal. Aunque este cómico haya contribuido gratuitamente a mi
desprestigio no le guardo, sin embargo, ningún rencor; pues todo lo que
hizo fue con la venia de sus amos, que paradójicamente son los mismos
que publican mis libros. Tal paradoja podría servirnos para explicar el
alma del capitalismo y su vocación nihilista; pero lo dejaremos para
mejor ocasión.
Tampoco escribo este artículo por aversión a las banderas, que
algunos botarates consideran un mero “trapo”. Pero también es un “trapo”
el pañuelo que la muchacha regala a su novio en prenda de su amor, o la
bufanda que el hijo hereda de su padre difunto; y en esos “trapos” los
seres humanos simbolizamos, desde la noche de los tiempos, nuestros
amores más abnegados. A través de las banderas, como a través del
pañuelo de la novia o la bufanda del padre difunto, los hombres
expresamos nuestras lealtades más arraigadas, nuestros anhelos más
hondos, nuestras aspiraciones más nobles. En un pasaje especialmente
tenebroso de La filosofía en el tocador, el marqués de Sade
propone que, en lugar de perpetrar matanzas o deportaciones, quien desee
destruir una comunidad humana debe «emplear la fuerza contra sus
símbolos». Y es que Sade sabía perfectamente que la destrucción de los
símbolos es la antesala del aniquilamiento de la naturaleza humana: pues
el hombre, antes que ese animal económico que postula el materialismo,
es un «animal simbólico» cuya vocación espiritual sólo puede expresarse
mediante “trapos”, canciones o ritos que encierren la fuerza de un
símbolo. Los ingenieros sociales más sofisticados, antes que las
masacres, prefieren el despojo y el escarnio de los símbolos, que dejan a
los pueblos sin identidad, moviéndose en el vacío hasta convertirse en
patulea desalmada: fieras prestas a atender de nuevo la llamada de la
selva.
Sólo las sociedades enfermas se dedican a escarnecer sus símbolos;
pero también en el escarnio, como en cualquier otra acción destructiva,
hay grados. Hay quienes, como el cómico Dani Mateo, recurren al escarnio
más plebeyo y elemental (la humorada de trazo grueso, la zafiedad
ramplona, el desahogo aspaventero), tras el cual suelen esconderse la
inconsciencia o la bravuconería. Y hay quienes escarnecen los símbolos
de forma mucho más refinada y pérfida, utilizándolos como tapadera de
sus desmanes, envolviéndose en ellos para que sus fechorías pasen
inadvertidas. Pienso, por ejemplo, en un célebre escritor a quien muchos
ilusos consideran un gran patriota (lo eligen siempre para lanzar
soflamas encendidas contra el separatismo), al que primero le pillaron
una sociedad panameña y luego lo cazaron escaqueando dinero al fisco.
Pienso también, por ejemplo, en un ministro valentón, a quien también
muchos ilusos consideran un gran patriota (siempre hace pareja con el
escritor célebre, cuando se trata de lanzar soflamas encendidas contra
el separatismo), que vende las acciones de las empresas que administra
cuando se entera de que pueden quebrar (y son empresas estratégicas,
cuya quiebra causa grandes quebrantos en la economía nacional). Pienso
en otros muchos, elevados en pedestales y coronados por la reverencia
popular. Pero, misteriosamente, quienes arremeten contra la humorada
zascandil del cómico no se revuelven contra estos ilustres
aprovechateguis que envuelven con la bandera española sus trapisondas
financieras y sus cambalaches fiscales.
Y entonces nos preguntamos si campañas tan desmesuradas como
la que se ha orquestado contra el cómico no serán, precisamente,
señuelos que se lanzan al pueblo, para provocar en él
reacciones viscerales, al modo en que Paulov hacía sonar una campanilla,
para que salivase el perro de sus experimentos. Y también nos
preguntamos si tales campañas no se orquestarán para distraer la
atención de los aprovechateguis que perpetran sus trapisondas y
cambalaches envueltos en la bandera española. Tal vez ese cómico haya
llenado una bandera de mocos; pero los mocos, por espesos que sean, no
resisten una lavadura. En cambio, estos salvapatrias fariseos que se
forran envolviéndose en la bandera española la ensucian con manchas
indelebles. Y, a la vez que ensucian el símbolo, tornan odiosa para
muchos la realidad que ese símbolo representa.
DdA, XV/4.034
No hay comentarios:
Publicar un comentario